![Maratón de Valencia 2022 | Un novato entre la loca tribu de los maratonianos](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202212/02/media/cortadas/FotoPrincipal-kwwB-U180915716034YQD-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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«Cuídate mucho esta semana. Mucha vitamina C, bien abrigado, no te iría de más la mascarilla en sitios con mucha gente (...) A partir de ahí, a disfrutar!!». Un buen amigo -de esos que se hacen querer y, claro, le quieres y le respetas-, me envió un mensaje el pasado domingo. Había encontrado mi pálido rostro en una fotografía que deambulaba por las redes sociales. Era de un entrenamiento en el viejo cauce del río Turia. Una cita con otros locos corredores a los que no conocía y que estaba pilotada por José Garay, que es algo así como un ángel de la guarda para los que nos ha dado por meternos en esta aventura de hacer un primer maratón. Un ángel de la guarda con dorsal, claro. Porque Garay lleva medio año, semana tras semana, planificando nuestra preparación. Cuando digo nuestra, hablo de miles de personas que cada domingo han recibido en su correo electrónico sus consejos de entrenamiento y que, cada uno en su particular mundo, luego lo ejecuta por separado. Garay es el hilo invisible que nos une a todos. Algo emocionante. «Cuánta gente estará como yo a estas horas de la madrugada correteando y siguiendo el plan de José», me he repetido constantemente estos días.
En ese entrenamiento por el circuito del viejo cauce conocí a Chelo y Mohamed. Corrimos juntos unos 12 kilómetros. Los recorrimos al ritmo de maratón, que es pausado. Agradable. Y, además, te permite cuchichear mientras das zancadas. Y sí, a mí me encanta hablar. A Chelo, que tenía a mi izquierda, intuí que también. Y a Mohammed, aunque con cierta discreción. Los tres nos presentamos a pinceladas –o sea, sin entrar en detalles-. Y los tres charlamos sobre esta loca adicción que es el correr. Quien escribe, era el novato –será mi primer maratón-; Chelo, a la que le gusta más el trial running, probaba suerte por segunda vez –creo-, y Mohammed, el más recatado pero al tiempo experto, iba a hacer por cuarta vez los 42,2km.
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Jesús Trelis
«Espero acabar», les confesé. «Seguro», sentenciaron. Aunque los tres sabemos que, igual que es que sí, es que no. Nunca sabes cómo será ese amanecer. Y si el temido muro, que tantas veces me han dibujado en el horizonte, me acabará apeando. Aunque confieso que cuando me hablan de él, del muro, intento ser como el mono que ni ve, ni escucha, ni habla. Lo destierro de mi cabeza. Porque el sacrificio vivido estos meses no merece chocar contra nada. Y es cierto que la experiencia vivida es dura y exigente; pero, al mismo tiempo, es extraordinariamente gratificante. La guinda debe ser cruzar la meta.
«Voy a tener un enorme vacío cuando todo esto termine», me dijo Chelo. Nos reímos, porque yo siento lo mismo. Cuando el ángel de la guarda con dorsal desaparezca con su plan de preparación, nos quedaremos huérfanos de retos y exigencias. Y será profundamente extraño. Porque José Garay se ha convertido en la primera persona con la que he pensado cada mañana cuando abría los ojos. «Uf, ¿qué me tocaba hoy hacer?», he ido rumiando en la cama cada vez que el reloj me sentenciaba que toca calzarse las zapatillas.
Esas mañanas han sido como una especie de montaña rusa para la loca tribu maratoniana. Porque, los entrenamientos son intensos, constantes y, no en pocas ocasiones, exigentes. Y, para quienes seguimos sus pautas al dedillo, se acaban convirtiendo en algo adictivo. Y eso, que a veces, las fuerzas flaquean. Cuando te despiertas a las cinco de la mañana porque te toca el largo más y fuera, en las calles, sientes el frío; cuando la oscuridad parece plomo; cuando la soledad circula por el asfalto y las luces temblorosas de los semáforos se convierten en tus aliadas... Cuando el trabajo te asfixia y no ves el momento en el que poder salir a correr; cuando te vas de celebración con amigos y dices: «agua mineral con gas para beber», y todos te miran como si fueras un perro verde; cuando la mañana está copada de curro y has de salir por la noche, derrotado tras un día de varapalos…
Cuando esas cosas pasan, las fuerzas flaquean. Pero pese a todo ello, brota con intensidad cierta sensación de orgullo, de satisfacción, de bienestar por lo que estás haciendo. Y descubres, entre la soledad y el esfuerzo, unas cualidades interiores que nunca antes habías encontrado. Series, enfriamientos, fartlek, correr suave, correr intenso… correr y correr a lo Forrest Gump o Orzowei. «Corre muchacho ya, / no te detengas más…».
«A este le toca hoy series», piensas cuando te cruzas por el cauce con alguno de la tribu. «¿Debería tomarme un gel ya?», rumias en tu desconocimiento. Los pensamientos se escapan fáciles de tu cabeza kilómetro a kilómetro. Dudas y reflexiones se entremezclan con la realidad que pisa cada zancada. Un charco, la raíz de un árbol, las pulsaciones que te avisan que vas a mil y debes bajar, la respiración, el cuerpo erguido que se desploma, un dolor en la pantorrilla, otra tecla en la rodilla... Suena tu playlist y escuchas un informativo tras otro. «He disfrutado tanto, estoy disfrutado tanto, que pase lo que pase el día de la carrera me da igual», comentarás a quien te pregunta qué tal te va. Porque la otra gran virtud de prepararte un maratón es que te enseña a disfrutar. Sólo gozando –como me pedía mi buen amigo- se concibe el realizarlo. Disfrutando haciendo fotografías por la ciudad dormida; amaneciendo con Valencia y su sol tímido, acumulando kilómetros bajo la lluvia inesperada o bajo el intenso frío que te recuerda el largo tiempo vivido. «Cuando comencé a entrenar teníamos treinta grados; ahora voy tapado hasta las cejas», piensas.
Disfrutar es todo. Disfrutar creyendo que será posible. Que no hay más muro que el que te quieras levantar tú ante ti. Sabiendo que eres capaz de llegar a esas Itacas particulares que, como un peculiar y bisoño Ulises, te has marcado en el mapa de tu vida. Una travesía sin fin.
Porque lo que el maratón te va a enseñar, te ha enseñado ya sin haberlo coronado, es que tras una meta hay otra maravillosa cima que lograr. Otra travesía interior que recorrer. Porque el final del camino no es la alfombra azul de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El final del camino eres tú. Tú y tus sueños.
Por eso, posiblemente, cuando cruce la meta –si llega ese instante- me acordaré de quien has encontrado por el camino. De José Garay, que me ha entrenado; del amigo que me dijo que tomara Vitamina C y disfruta; de los colegas que han venido de Madrid y Sevilla a acompañarme; de mi compadre Jens, que estará inquieto en Berlín por saber qué fue de mí en la carrera; de la gente de Pilates que me dijo al marchar de mi última clase: «suerte, tú puedes»; de la gente de mi trabajo que me animó a seguir; de mi familia que han aguantado a este padre 'pelao' que se metió a maratoniano y parece que corriendo toca el cielo, y de los que enviarán desde allí -precisamente, desde un cielo tomado por la buena estrella-, fuerzas para seguir soñando. Me acordaré de todos y, en especial, de que he sido entusiasmadamente feliz. Aunque ya advierto de que, si algo saliera mal, me volveréis a encontrar en la casilla de salida el próximo año. Si eres de la tribu, lo eres hasta el final.
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