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S. ZAMORA
Lunes, 2 de diciembre 2019, 20:31
Si hay un lugar en el mundo donde siempre ven el vaso medio vacío ese es Puolanka. Si algo puede ir a peor, irá seguro. Están convencidos de ello la mayor parte de los 2.600 habitantes de este municipio finlandés, 'el más pesimista del mundo', tal y como ellos mismos aseguran. En el país que saca pecho por ser el más feliz del planeta, hay quienes viven con la zozobra y el desánimo de forma permanente. Son agoreros por naturaleza y, aunque son pocos, sacan fuerzas para retroalimentarse en su fatalismo. Tanto lo hacen que han decidido explotarlo comercialmente: tienen una asociación de pesimistas, un festival de música triste donde ahogan sus penas los más derrotistas y hasta tiendas virtuales con 'merchandising' para los más deprimentes. Una seña de identidad que han convertido en marca comercial y que, en los últimos años, ha logrado atraer a cientos de turistas. Y para contagiarlos de tan buen rollo, nada más llegar a la localidad, los reciben con una singular bienvenida: «Estás entrando en Puolanka, todavía estás a tiempo de dar la vuelta», reza un enorme y llamativo cartel en color amarillo.
Pero Puolanka no siempre fue así. Su alcalde, Harri Peltola, lo achaca a las «nefastas» consecuencias que ha tenido la caída demográfica en Finlandia, aunque en su opinión la verdadera «culpable» de que se respire tanta negatividad es la prensa finlandesa, «que ha vendido este descenso poblacional como una auténtica catástrofe. Y no solo eso, cuando salíamos en los medios, siempre era por algo negativo», recalca Peltola.
Las estadísticas avalan que este país nórdico tiene una alta tasa de envejecimiento, pero Puolanka supera la media nacional: un 37% de los 2.600 habitantes del pueblo son mayores de 64 años y las previsiones demográficas apuntan a una debacle imparable. Sin embargo, otros municipios finlandeses, como Lestijärvi, lejos de resignarse y abandonarse a la despoblación, tomaron medidas a tiempo, algunas tan radicales como pagar a sus ciudadanos para que procreasen. Y fue un éxito. En 2012, esta localidad, entonces con 700 habitantes, se dio cuenta de que tenía un problema con la natalidad: solo había visto nacer a un bebé en 2011. Ocho años después, decenas de familias se están beneficiando de los 10.000 euros por bebé que la Administración local se comprometió a pagarles a lo largo de diez años. Han nacido 60 nuevos niños.
2.600 habitantes tiene en la actualidad el municipio finlandés de Puolanka. Pese a la alta tasa de envejecimiento que tiene Finlandia, esta localidad remota al norte del país (a unos 600 kilómetros de Helsinki) supera la media nacional: un 37 por ciento de ese censo es mayor de 64 años y las previsiones demográficas no son halagüeñas.
Rentabilizar el pesimismo La progresiva despoblación ha sumido a Puolanka en un profundo pesimismo. Están resignados a ser los más fatalistas del mundo y hace 20 años decidieron sacarle partido a su derrotismo. Crearon una asociación de pesimistas, un festival de música triste donde ahogar las penas y hasta tiendas de souvenirs. Es una seña de identidad que han convertido en marca comercial y que cada año logra atraer a cientos de turistas hasta esta aldea remota de Finlandia.
A diferencia de ellos, en Puolanka han decidido cruzarse de brazos mientras se lamentan de sus fatales designios. Como explica su regidor, «muchas personas, al escuchar la palabra pesimista, piensan en Puolanka». Lo corrobora Tommi Rajala. El director de la Asociación Pesimista está convencido de que no hay nada que se pueda hacer para remontar la natalidad, porque «Puolanka es el municipio finlandés más remoto, dentro de la provincia más remota». Para este vecino, este movimiento pesimista nació hace ya 20 años después de que se tomase siempre a la localidad como el peor ejemplo en cualquier información relacionada con la demografía. «Afortunadamente, hemos sabido sacarle partido y rentabilizar a tanto fatalismo. Si somos un pueblo aislado, destinado a arruinarse y a desaparecer, si somos los peores, entonces convirtámonos en los mejores de los peores de Finlandia», ironiza Rajala.
Desde entonces, han logrado acaparar la atención en redes sociales y atraer a un gran número de curiosos. Es lo que ahora le da vida a un pueblo donde los días transcurren tan apáticos como lo son sus habitantes. Solo un autobús rompe la monotonía seis veces a la semana, cuando llega desde Oulu, una pequeña ciudad a 130 kilómetros de distancia. Mientras tanto, se las apañan con un par de mercados, un restaurante que sirve menús diarios, una farmacia y una gasolinera, donde los vecinos (la mayoría dedicados al sector servicios y la agricultura) matan el tiempo charlando o tomando café.
Jaakko Paavola, de 63 años y al frente de la única librería de la localidad, fue uno de los promotores de este movimiento pesimista que empezó a gestarse en el año 2000. Fue entonces cuando celebraron la primera 'Noche pesimista' con intención de animar los aburridos eventos veraniegos. «En ella, en lugar de cobrar la entrada, cobraban la salida», bromea Paavola. Para mantener vivo el espíritu pesimista, los vecinos deslizaban comentarios como: «Veo que aún sigues vivo», asegura la periodista Saila Huusko.
En ese momento, el derrotismo era de tal calibre que vecinas como Ritta Nykänen, de 60 años, aún recuerdan el desánimo crónico de algunos de sus amigos, que empezaron a extender la idea de que en Puolanka no funcionaba nada, ni siquiera el pesimismo.
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