![Vestuario de caballeros](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201906/25/media/cortadas/FOTO_GRANDE-kwUF-U806117180293HE-1680x720@Las%20Provincias.jpg)
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Aquí habita una gloria efímera envuelta en sencillez. Los jugadores son de carne. Antes olía a desagüe viejo y a espacio cerrado, a vestuario de equipo perdedor. Ahora, reformado y extrañamente limpio, con unas mesas que semejan pupitres, este espacio íntimo ha subido un escalón en la escala de vestuarios. Esparadrapos, linimentos y ungüentos, trozos de naipes, zapatillas y silencio. Son las cuatro, la partida comienza a las seis, y José ya está sentado en su silla. Nos ponemos al día, qué tal tu padre, tu madre, la niña, esas cosas. Me cuenta un viaje por el norte, a la mayoría de los jugadores les encanta porque allí la pilota se respeta y se vive de otra manera mientras aquí más de la mitad de la población no sabe ni qué es. Una lástima para un juego tan hermoso, para un día tan especial como éste, con todas las entradas vendidas, se hubiera llenado el trinquete de Pelayo tres veces, dicen.
Mientras el de Genovés habla me entretengo colgando las camisetas de la final en sendas perchas. Hay dos rojas y dos azules. Soro III y Genovés II dice en las espaldas, en letras blancas. Significan mucho, representan el recuerdo de la victoria o de la derrota que están por venir. Ahora son solo trozos de tela, dentro de unas horas un valioso recuerdo bañado en sudor. Me siento como Robert Frank en el rodaje de Cocksucker Blues, el mítico documental de los Rolling Stones. José sabe de eso, es fan del grupo, hacemos bromas sobre aquellas escenas y aquellos tiempos, sobre una forma de vida loca. Artistas, ya sa sabe.
Luego llega Quico y se hace un silencio. Es una cosa que tiene, anda un poco con la cabeza gacha hasta que la levanta estirando el cuello, levantando la barbilla con un gesto desafiante. Si le conoces sabes que es serio, pero siempre amable y educado. Trae las manos arregladas de casa, deja tan solo los últimos detalles para el vestuario. Se saludan. Y se sienta, pensando en sus cosas, ausente, y José abierto a las suyas, presente, explosivo, simpático. Son el yin y el yan, el rojo y el azul, colores que no se complementan. Puestos a simplificar, a contar la historia como un cuento, el campeón sería el mal, una especie de antihéroe victorioso mientras el aspirante, hijo del todopoderoso dios de este olimpo terrenal, encarnaría las virtudes del héroe popular. Los roles son inevitables.
Quico y José son las puntas de lanza de dos mundos antagónicos, dos maneras de ver este juego, como lo fueron Álvaro y Genovés en su época. El primero mentor de Soro III y el segundo carne de su propia carne. Y aquí estamos. La que viene es una partida importante desde mucho antes de celebrarse, el choque soñado por todos, la última oportunidad de José de emular a su padre, de derrotar al heredero del campeón más laureado, el mítico «bou de Faura», aquel al que un día se le ocurrió entrenar y entrenar y entrenar, cuidarse de los placeres mundanos, de todos, alejarse del público, de los apostadores, de las tentaciones del dinero fácil, aquel que fue ganando títulos individuales (once, el que más) y antipatías generales a las que siempre pareció inmune. Álvaro fue la antítesis de Genovés y la némesis de José, al que derrotó en las cinco finales que disputaron y ahora Quico, su heredero, que también ha logrado cinco títulos individuales, es el duro escollo en la inesperada oportunidad de lograrlo, con 37 años.
Los críticos de los deportes de masas emplearían adjetivos grandilocuentes que aquí no tienen cabida, dirían que José es el hedonista y Quico el epicúreo. En el trinquete representan lo opuesto pero aquí dentro forman una misma moneda fundida en el crisol del respeto por el rival, e incluso de la admiración. Este es un deporte de protagonistas a los que nadie para por la calle. No caben los insultos ni los malos gestos. Aunque no hablamos de nada de eso sino de trivialidades, hemos encontrado un pequeño filón recreando escenas de lo último visto en la televisión. José rememora con admiración la voz de Merry Clayton, mítica corista del «Gimme Shelter» de los Stones en el documental A 20 pasos de la fama que acababan de poner en La 2, mientras Quico confiesa que la noche pasada vio por enésima vez La vida de Brian. Y nos turnamos recordando, entre risas, a «Pijus Magníficus», «Badabás», el sermón de la montaña, la lapidación...hasta que se abre la puerta y se cuela el runrún lejano del público. Ha llegado la hora. Nos despedimos porque es el momento de salir ahí a hacer historia. Aunque no lo parezca.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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