Una lesión de esquí. Esta fue la fatalidad que se cruzó en su camino y truncó una vida hasta entonces normal. El cambio llegó poco después, de la mano del fentanilo, una sustancia concebida para paliar su dolor y que, paradójicamente, acabó por sumirle en ... un nuevo sufrimiento: el de una devastadora y rápida adicción.
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Es la historia dura y reciente de Juan, un joven valenciano que conoce muy bien los peligros de la droga que este verano se ha hecho mundialmente célebre por los estragos sociales que está causando en Estados Unidos. Como avanzó LAS PROVINCIAS, su peligro, salvando las distancias, asoma en la Comunitat Valenciana al dejar una veintena de urgencias al año, alguna intervención esporádica o los primeros casos de personas en deshabituación.
Como el de Juan. Él vive solo. Es valenciano, soltero y el mayor de cuatro hermanos. «Tengo estudios y actualmente trabajo». Son los pocos datos que ofrece ante nuestro interés por conocer su caso y evolución. Se muestra discreto. Sin entrar en más detalles para mantener su anonimato mientras sale del pozo con la ayuda de los terapeutas de la asociación Patim.
El fentanilo es un estupefaciente opioide cuyo uso es legal con prescripción médica, ante fuertes dolores crónicos o enfermedades muy dañinas como el cáncer. La penosa relación del joven valenciano con la droga comenzó cuando tenía 24 años, «por un compañero de trabajo y debido a una lesión esquiando».
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Juan Antonio Marrahí
Juan no tomaba ninguna otra sustancia narcótica. «Sólo fentanilo», remarca. Pero fue suficiente para tocar fondo. La trampa fue esa sensación de «euforia, relajación, superioridad... Es como poder con todo, una subida extrema de autoestima y felicidad», esboza. El principio activo sirve para calmar el dolor, pero parece que en algunos casos el efecto mental de ese alivio es tan intenso y placentero que gusta demasiado. Y engancha. Hasta el punto de acabar consumiendo mucho más de lo necesario.
Según describe, la droga «se la pillaba a un compañero del trabajo y la consumía en pastillas sublinguales». Pagaba 30 euros por cada comprimido. Ese conocido, desgrana, «tenía otro contacto que las tenía recetadas por una lesión cerebral». Y así fue incrementando las dosis. Un rápido y constante ascenso hacia el riesgo de adicción.
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En España, aclara, «es muy difícil de conseguir porque no es una droga tan conocida ni tan consumida». Los controles en las farmacias son férreos para que sólo tomen el estupefaciente aquellos que lo necesitan por su dolencia. Pero Juan entró en la peligrosa vorágine. Al final, en su pico de consumo, llegaba a agenciarse y tomar hasta 15 dosis de fentanilo en un día.
Y la consecuencia no se hizo esperar: «En cuatro meses me convertí en un adicto», recuerda. De esa agradable calma de las primeras dosis cruzó al infierno de la dependencia. «Me abandoné físicamente», asegura. Y después llegó una estela de «depresión, abstinencias, mentiras y manipulaciones, mala relación con mi familia, desconfianza, mucho gasto de dinero...». Su vida comenzó a desmoronarse.
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Como en tantos casos de adicciones, fue la familia la pieza clave para la recuperación. «Yo no pedí ayuda por culpa de mis acciones. Gracias a mi ex pareja mi familia se dio cuenta y decidieron ayudarme». La evolución ha sido positiva. «Durante los primeros meses fue muy duro, pero ya marcha mejor», evalúa.
Juan asiste asombrado a las imágenes de actualidad que el fentanilo deja en Estados Unidos. «La verdad es que lo siento como una problemática mucho mayor. Yo lo he vivido de forma distinta. Nunca llegué a estar en esa situación de ir como un zombi, ni me genero esa sensación».
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Estima que influye mucho «la dosis tomada» o «la forma de consumirla». Allí, en Norteamérica, «se lo meten en vena de forma líquida, por lo tanto es mucho mas potente y perjudicial», concluye.
La mala experiencia con el fentanilo permite hoy a Juan ofrecer un consejo a aquellos que empiecen a sentir una tentación extrasanitaria por el opioide. «No vale la pena los momentos de placer por todo lo que te destruye a ti y a tu entorno». Tras lo vivido, lo tiene muy claro: «Es fácil acabar destrozando tu vida y todo lo que has conseguido en pocos meses. La sensación es tan placentera que es muy sencillo convertirte en adicto y, cuando te das cuenta, la necesitas para poder funcionar en tu día a día. Llega un momento en que ya no hay placer. Es todo sufrimiento».
La mayoría de las personas en tratamiento por adicciones atendidas por la asociación Patim en el último año admite que ha barajado el suicidio. Lo contemplan, según alerta la entidad, como una «forma para acabar con su problema y sufrimiento». Se trata de una idea que, en algunos casos, se ha traducido en tentativas que incluso se han repetido en el tiempo.
Por ejemplo, el 33% de las personas de la comunidad terapéutica Los Granados, que Patim gestiona en Castellón, «admiten intentos recurrentes durante su etapa de consumo o juego».
Según Julio Abad, psicólogo de la organización, «reconocían la vivencia del intento como algo doloroso y, en la medida que se estabiliza su proceso, como algo negativo. Con vergüenza, tristeza y pena. Es un asunto que no les gusta verbalizar».
Ante este problema, el especialista está impartiendo formaciones específicas en Castellón y Valencia. Pretenden dotar de herramientas a los pacientes para que sean capaces de detectar esos bajones de su estado de ánimo y trabajar las ideas irracionales que alimentan la ideación suicida. «Lo de acabar con la vida no se lo plantean», ahonda.
«Para ellos más bien es terminar con el dolor que les generan las deudas acumuladas, los juicios, la presión general, el daño causado a sus familias, el hastío por una etapa de largo consumo... Creen que la única solución es quitarse de en medio», añade Abad. Nosotros «intentamos reconducir la situación hacia las consecuencias que tendría para sus familias».
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