Sufrir gases, pesadez e hinchazón es una sensación muy habitual en el día a día de muchas personas y en la gran mayoría de ocasiones son molestias derivadas de una mala alimentación. Tomar a diario productos que nos inflaman no solo puede provocar malestar en el organismo e influir en cómo te sientes para afrontar la rutina, también afecta directamente a tu estado de ánimo e incluso a la rapidez con la que envejeces.
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De ahí que las dietas antiinflamatorias, que prestan atención a qué productos pueden producir este efecto en nuestro organismo, se hayan convertido en toda una tendencia dentro del mundo 'healhty' que esta arrasando también en redes sociales. Y es que incluso quienes siguen una dieta sana pueden estar ingiriendo demasiados alimentos que inflaman, por lo que aún a pesar de cuidar su alimentación se pueden notar hinchados y con poca energía. De ahí que sea importante saber cuáles son estos ingredientes y cuándo tomarlos, sin necesidad de desterrarlos por completo de nuestra despensa.
Los alimentos que inflaman son cereales, lácteos, grasas, margarina, mantequilla, carne roja y aceites hidrogenados que aportan una concentración elevada de omega 6. Además, los azúcares, almidones y alimentos procesados que aportan calorías vacías también producen inflamación. Y no solo hay que prestar atención a qué comemos, sino a otros hábitos poco saludables como fumar, sedentarismo, tomar drogas o alcohol, así como al nivel de estrés que sufrimos.
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Lo mejor a la hora de evitar la inflamación es cuidar la flora intestinal, de la cual depende la absorción de nutrientes del organismo y la presencia de bacterias. Y para ello, la dieta antiinflamatoria resulta una gran aliada gracias a su elevado aporte de vitaminas, minerales, fibra, antioxidantes y ácidos grasos. Está compuesta de frutas y hortalizas, cereales completos, proteínas y grasas saludables.
Además de optar por alimentos lo más frescos posibles, es importante incorporar omega-3 (salmón, anchoas, sardinas), además de otros grandes aliados como el aceite de oliva, semillas de lino y chía, piña, ajo, canela, cúrcuma y hojas verdes como espinacas o acelgas. Cereales como la quinoa, el arroz integral o la avena; legumbres como lentejas y garbanzos, frutos secos como nueces y almendras; probióticos como el yogur y el kéfir tampoco pueden faltar en una dieta de este tipo.
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La clave está en aumentar el consumo de alimentos reales y de temporada, dejando de lado los ultraprocesados, y acompañar esta rutina con un entrenamiento completo que no sea simplemente cardio. También es importante tener en cuenta que las respuestas individuales a ciertos alimentos pueden variar y siempre es recomendable acudir a un especialista en caso de notar molestias persistentes o sensibilidad especial a ciertos ingredientes.
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