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Hola capturadores
La primera vez que mi abuelo Federico me dejó conducir sola su Ford Fiesta negro lo empotré contra una de las columnas de entrada al garaje de mi casa. Aún recuerdo cómo los vecinos que tomaban el fresco en el banco donde solemos bajar los veranos se levantaron y ayudaron a levantar el coche para poder desincrustarlo de la esquina del pilar en el que lo encajé. Lo mejor de todo es que todavía no tenía carnet de conducir, pero venía de un polígono cercano a mi casa de dar vueltas con mi abuelo de copiloto, porque así es como hacíamos las prácticas los jóvenes antes de pasar por la autoescuela. Y, en aquel verano de 2002 en el que yo cumplí los 18, el planning para conseguir sacarme el carnet estaba más apretado que las mallas de compresión con las que bajo por las mañana a entrenar. Al fin y al cabo, ese era el primer sueño de mayor de edad de la mayoría de adolescentes.
Pero, ese sueño se ha ido desvaneciendo con los años. En una encuesta super científica realizada desde mi silla de la redacción, pregunté a tres de las compañeras más jóvenes (y más guapas, más altas y más delgadas) si tenían coche propio. Lucía (24) tiene carné, usa coche pero no es de su propiedad y me pone cara de retortijón cuando le pregunto si tiene pensado comprarse uno. Tamara (29) tiene coche propio, pero Blanca (26) no se ha sacado aún ni el carnet y lo de comprarse un coche le suena tan extraño como algunas de las letras de Motomami. Conducir un coche ha dejado de ser una prioridad para mucha gente. Y una necesidad. Para muchos jóvenes. Incluso para mí.
Me compré mi primer coche en diciembre de 2002 con algunos de los ahorros que heredé de mi madre. Lo hice después de haberme sacado el carnet en septiembre, por el parón de vacaciones de tráfico en agosto que me obligó a examinarme del práctico después de mi cumpleaños. Prometo que no lo hice en la autoescuela de los famosos a la que vienen todos los petardos nacionales a Cuenca a examinarse en una semana. Pocas semanas después me mudé a Valencia, porque empecé la universidad y, tras un par de meses cogiendo un autobús con más paradas que el 95, me emperré en que había llegado el momento de comprarme un Polo. Rojo flash, el mismo color (y el mismo coche) que acabamos teniendo mi prima favorita (Gloria) y yo. Y como no podía esperar más porque me podía el ansia, me agencié el coche en diciembre, a pesar de que en el concesionario me presionaron para esperar a enero y matricularlo con el año nuevo para ganarle al coche un año de juventud. Pero en ese momento ningún joven piensa en vender su coche. Pero, esta semana, ese momento ha llegado.
El martes me deshice del que ha sido mi compañero de aventuras durante veinte años. Mi Polo rojo tendrá una segunda vida con una familia que lo ha recibido con los brazos abiertos. Llega para hacer más fácil la vida de otra persona y para quitarme a mí de encima un problema que poco a poco se ha ido convirtiendo en una pesadumbre: no necesitarlo. Con la pandemia dejé de usar el coche porque con el teletrabajo me tiré más de un año sin tener que venir al polígono industrial en el que está el periódico. Para moverme por la ciudad siempre he utilizado el transporte público o las dos piernas con las que nací. Tras esos meses de parón en los que dejé el Polo en el parking vigilado del periódico, el coche, como era de esperar, necesitó de un pequeño dopaje para arrancar. Pero nada volvió a ser como antes. Simplemente, me había acostumbrado a desplazarme de otra manera. Había dejado de ser imprescindible.
Así que un nuevo parón me hizo replantearme por la vía rápida la lista de pros y contras. Me bastó hacer la cuenta de la vieja para darme cuenta de que hay amores que matan, por la vía del bolsillo. Exactamente lo que cuesta mantener un coche que ya no usas. En ese momento tomé la decisión de que iba a buscarle una segunda casa en la que poder seguir siendo útil. No hubiera entendido llevar mi coche a un desguace si podía seguir haciendo kilómetros. Nos hemos acostumbrado demasiado pronto a esquinar los trastos viejos.
Entonces llegó el verano y me fui de vacaciones para desconectar de absolutamente todo. También de esa decisión. Y entonces vi el primer capítulo de la segunda temporada de Modern Love (Amazon Prime) desde la terraza de mi alojamiento en la isla de Ortigia, con esa Minnie Driver aferrada al pasado desde un coche de época que a duras penas puede mantener y lloré lo más grande. Y me entró melancolía. Sentí un apego inmenso por mi Polo rojo, como si fuera mi cómplice en algunos de los mejores años de mi vida. Y entonces me di cuenta de que en algunos de mis recuerdos más nítidos estaba él o me había permitido llegar hasta ellos. En él había cantado a pleno pulmón algunas de mis canciones favoritas y había tenido algunas de las mejores ideas mientras conducía. Y aparqué la idea.
La actualidad no me ha puesto fácil mantenerme firme en mi idea de conservar la reliquia. Subida desmesurada de los precios de los combustibles, el aumento del precio de la ITV, la llegada de la gigafactoría de baterías eléctricas a Sagunto, o el tic tac de renovar el seguro resonando. Una noche tuve una revelación en sueños y me vi a mí misma haciendo un Tamara Falcó, por haberme quedado sin gasolina, pero con un plato de Mickey chulísimo en la mano, obsequió de la última vez que reposté. Y al despertar di el paso definitivo: vacié los trastos del maletero del coche y volví a hinchar las ruedas de mi bici. Como una señal, me llegó una oferta de un compañero por el Polo, me prometió una segunda luna de miel para mi compañero de viajes y me facilitó la posibilidad de seguir viendo al coche en el parking del polígono de vez en cuando. Así que he dicho sí.
Oficialmente soy un peatón, sin ninguna expectativa de comprarme otro coche o subirme a la ola de las dos ruedas eléctricas, que acertar con la elección del motor que en unos años le gustará a Europa es un verdadero rompecabezas. Más bien estoy por la labor de apuntarme a la de las dos piernas. Básicamente, he vuelto a ser joven. Además, he visto ya la quinta temporada de Élite y los adolescentes ya no necesitamos el coche para poder dar rienda suelta a nuestras pasiones. Eso y que yo a estas alturas, prefiero dormir en cama grande. Que luego me duelen los huesos.
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¡ATENCIÓN!
La semana que viene es el primer cumpleaños de CAPTURA DE PANTALLA y he preparado varias sorpresas para vosotros. La carta tendrá novedades, un nuevo formato en verano y contará con algunos colaboradores. Además, el viernes que viene trataré de desvelar uno de los secretos mejor guardados de mi familia, con una de las pocas personas que saben la verdad. Así que tengo una semana para tratar de convencer a La Celia de que haga un directo conmigo en Instagram para que le pongáis cara y voz y me cuente de una vez por todas qué paso con mi pato Apolo. Pero, eso será la semana que viene en la que, además, lanzaré un reto para que merendemos juntos y habrá horóscopo de Tamara. Qué nervios!!!!!!!
Culturismo
Según la RAE es la tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada. Una sensación en la que a veces me regocijo, como en casi todos los sentimientos que provocan tristeza. En portugués hablan de la saudade para referirse un poco a esta nostalgia. A esta melancolía que yo siento al deshacerme de mi coche. Pero también a la de decir adiós a esta sección. No habrá más Culturismo después de 45 palabras. Pero vendrán otras cosas nuevas. Así es la vida. Hay que seguir avanzando. Además, no me ha valido para ir de invitada a Pasapalabra ni para que me envíen una triste caja con su juego.
Pantallazos
-Merienda: Para que la semana que viene la carta no te pille desprevenido, ve comprando Nocilla o Nutella (si quieres hacerla casera te dejo la receta aquí) y el pan de molde que más te guste, que vamos de cumpleaños.
-Libros: Además, la Feria del libro de Valencia ya está en Viveros para que te puedas dar un paseo y gastarte unos euros en leer. Yo en vacaciones lei tres libros: «Debimos ser felices» (La navaja suiza), «La ciudad de los vivos» (Penguin libros) y «En la celda había una luciérnaga» (Blackie Books). El primero no me gustó. Los otros dos me han fascinado. Además, si eres fran de Britney, Juan Sanguino saca libro sobre nuestra diva el 5 de mayo.
-Arte: La baronesa Thyssen ya ha instalado en la Fundación Bancaja la exposición con algunas de sus obras más queridas. No me la pierdo por nada del mundo.
-Danza: Hoy se celebra el Día mundial de la danza y como en esta carta somos muy bailongos, os traigo dos cosas para que os pongáis ya en movimiento. Primero os dejo un videoreportaje que hice el año pasado coincidiendo con este día. Seguro que lo disfrutáis tanto como yo. Y segundo y más importante, os dejo el programa del Festival Diez Sentidos, que arranca el lunes con un programa de lujo. Este año va sobre el amor. Sobre los amores. Yo no me voy a perder la vuelta a los escenarios de las Taiat Dansa
Gat-checking: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
42. Idiomas, querida
43. Las torrijas
Esta semana quiero que me cuentes qué es lo que más te ha gustado de Captura de pantalla en este año. Qué te gustaría encontrar a partir de ahora. O incluso que me envíes un mensaje de cumpleaños para que lo comparta la semana que viene. Me encantará leerte en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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