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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
Una de las personas de esta foto no soy yo. Y tampoco mi madre en Domingo de Ramos m. H.
#43 Las torrijas

#43 Las torrijas

M. Hortelano

Valencia

Lunes, 11 de abril 2022, 17:04

Hola capturadores

Antes de meternos en harina, esta semana quiero pedirte ayuda para organizar un cumpleaños. Captura de pantalla cumple un año el próximo día 7 de mayo (el 6 será viernes). Me gustaría hacer algo especial para celebrarlo contigo, capturador, si a ti te apetece. Así que me gustaría que me pudieras aportar alguna idea. Hasta la más absurda es bienvenida. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Y ahora sí, allá vamos....

Esta semana he llegado directa para salvar tus manos. Como lo oyes. Para que no te quedes sin esa parte tan importante de tu cuerpo, clave para responder whatsapps y sujetar el café por las mañanas, dos de las cosas más recurrentes de tu día a día. Y es que tienes exactamente 36 horas para comprarte, aunque sea, unos calcetines para no perder esa parte de tus extremidades, porque pasado mañana es Domingo de Ramos y ya lo dice el refrán: quien no estrena nada se queda sin manos. Si no lo has escuchado nunca es porque probablemente has conseguido tener una educación laica en algún páramo de este país en el que este domingo no es más que el inicio de las vacaciones y no el principio del fin de algo llamado Cuaresma. Yo, para empezar, voy a estrenar lentillas, que ya he estirado mucho el mes, y una libreta de papel japonés que me agencié hace poco en un anuncio de Instagram.

Quizá es porque he ido a un colegio de monjas y cualquier liturgia religiosa se saldaba con menos horas de clase. O puede que sólo sea porque soy de una ciudad como Cuenca, en la que esta época es mucho más que unos días libres, pero la Semana Santa es uno de mis momentos favoritos del año. Un período entre dos nadas (Navidad y verano) que comienza hoy y que culminará el domingo que viene, y que para mí siempre ha estado lleno de tradiciones desligadas de la parte más mística y apegadas al tenedor, a la cuchara y, sobre todo, a unas buenas torrijas.

El Domingo de Ramos siempre ha sido un día grande en casa de los Rubio. Desde pequeña, ese día en mi casa adelantaba la temporada de primavera-verano en los armarios, dijera lo que dijera el dichoso Corte Inglés. Básicamente porque era el momento en que mi madre, mi abuela y La Celia me ponían de punta en blanco para ir a ver la procesión de la borriquilla. Todo nuevo, amiga. Desde las bragas de algodón desagujado a las manoletinas, adelanto ya del entretiempo en los escaparates de las zapaterías de la ciudad. Un día festivo en el que los más mayores, como mucho, estrenaban unos calzoncillos o una corbata si eras mi abuelo. Pero yo, y casi todos los niños de la ciudad, llevábamos todo nuevo. Con nuestras mejores galas nos íbamos a agitar la palma por una razón intrascendente para nosotros y después nos íbamos a tomar el aperitivo al bar como si viniéramos de una boda. Ese día en Cuenca todo el mundo va guapo. Como si viviéramos en Hollywood.

Con el paso de los días, nos vamos poniendo capas encima para no perdernos ninguna de las procesiones que recorren a diario en silencio el Casco Antiguo de la ciudad, en un solemne devenir de capirotes y tulipas con velas. Y para no congelarnos, porque en esta época siempre hace malo. La ciudad, como muchas, se llena de gente que vuelve a casa. De los que vivimos fuera y hacemos lo posible por reencontrarnos con amigos esos días para subir a la Plaza Mayor a tomar unas cervezas, o para ir a San Felipe a escuchar cantar el miserere. O de madrugar o trasnochar la noche del jueves al viernes, para ir a ver la procesión de Las Turbas (es que tú llamas la de los borrachos aunque no hayas ido en tu vida). Cuando era pequeña, esa noche mi madre siempre me dejaba a dormir en casa de la Celia y Julián, que me levantaban a las 5, me ponían la ropa encima del pijama y me subían a ver la procesión en la que salía San Juan, un paso al que nos tenían apuntadas desde que nacimos. Luego, nos íbamos a desayunar chocolate con churros, y con un poco de suerte, me volvían a acostar hasta mediodía, donde empezada el festival culinario del día grande de nuestras fiestas. El viernes santo. Un día en el que los más puristas no comen carne, pero en el que mi tío Julián siempre ha sacado algún plato de jamón porque, ya se sabe: el jamón no es carne. Es jamón.

Ese día nos sentamos a la mesa de nuestras casas, en las que las Celias de todas las familias sacan el repertorio de los platos más tradicionales de sus ajuares religiosos. Aunque haga años que no pisan una iglesia. Esa es la magia de las tradiciones, que superan el motivo inicial por el que fueron impulsadas, para hacerse grandes. Para extenderse por causas mucho mayores. En este caso para, simplemente, volver a estar juntos. O para irse unos días a la playa, como hacen otros. Me vale todo. Y así, según marque la primera luna llena de primavera, en marzo o abril, así comienzan los días para los que en mi casa hay un menú propio. Con platos de legumbres, bacalao y torrijas. Pero también de resoli, de huevos de pascua y de chocolates con churros. En mi casa, más allá de la Cuaresma, los viernes de esa época siempre tocaba potaje de garbanzos con espinacas. Unas semanas con bacalao y otras con unos rellenos que mi abuela les hacía a modo de albondiguitas con pan, huevo, ajo y perejil, por los que había que pelearse. Reconozco que de pequeña no me apasionaba, pero me lo comía porque la tortura duraba sólo cuatro viernes al año. (Y porque lo que no te comas ahora te lo cenarás a la noche, y encima frío). Con el tiempo, me resultó un manjar sólo acotado a esa época que yo hubiera extendido a todos los viernes de mi vida, como ahora hacen los modernos con los lunes sin carne. A la mesa, los días de Semana Santa salía también ajoarriero ligado a mano («porque con la batidora no queda igual», la Celia dixit). Una especie de puré de patata con bacalao desmigado, ajo, aceite y perejil que se come con toneladas de pan, a modo de paté. Antes de llegar a ese estado hay que unir todos los ingredientes en un recipiente, con una chuchara de palo, dando vueltas sin parar. La vía más rápida para conseguir los brazos de Letizia, si no fuera por que después te comes esa fuente en menos de lo que has tardado en hacer lo que hay dentro.

Pero, sin duda, las reinas de la mesa estos días en mi casa son y han sido siempre las torrijas. Esas que se hacían con un pan especial que le tenías que encargar al panadero en aquellos días en los que las barras no se vendían en las gasolineras ni los hornos funcionaban en viernes santo, como el kiosco. En nuestra mesa salían a concurso en dos versiones: de leche y de vino, con clara ovación para las primeras y días de vueltas por la nevera para las segundas, que se acababa apretando mi abuelo. Mi abuela primero y la Celia después, las hacían con la misma receta, apuntada sólo en su mente, y basada prácticamente, en la paciencia, el amor, y un buen pan duro. Ahora, como casi cualquier movida, la hemos pervertido con brioches, caramelizados, postres de boda y no sé cuántas técnicas absurdas que convierten el dulce más pobre por antonomasia en un producto casi de lujo en las cartas de muchos garitos de postín. Pero yo sigo al pie de la letra lo que me dice la Celia. Acudo religiosamente a la panadería de Hugo Rodríguez en Valencia (donde también compra el Bar Ricardo) a por mi barra de torrijas ya encargada. La dejo secar un tiempo, la sumerjo en una mezcla de leche fresca, canela y pieles de limón que me bebería, y paso las rebanadas por un buen huevo, antes de desplomarlas en aceite de oliva bien caliente. A la salida de la bañera las paso por una mezcla perfectamente hecha a ojo de azúcar y canela, y sin más miramientos, me las zampo con un puñado de fresas que me hacen completar lo de las cinco frutas al día con un platazo de torrijas. Y quitarme el cargo de conciencia. Como paso final, me suelo echar la siesta, antes de acudir a alguna de las procesiones, y vuelta a empezar al día siguiente.

Y en eso consiste básicamente la semana que ahora empieza. En descansar, comer, beber, dormir, ir a ver procesiones o museos y reencontrarse con los que quieres. En desconectar. O conectar. En hacer y dejar hacer. En respetar y ser respetado. Y en comer torrijas. Sobre todo ahora que te puedes saltar el paso de freírlas. Sí, nena. Sólo hay que meterlas en la air fryer a 200 grados durante 10 minutos (5 por cada lado) ya pasadas por el huevo. Así que hasta en eso ya no hay remordimiento para celebrar la Semana Santa. Aunque te quedaras en primero de catequesis. Ahora somos muy modernos, capturadores. El caso es celebrar, y pillar unos días libres en el trabajo.

Ah y por cierto. Como voy a predicar con el ejemplo, LA SEMANA QUE VIENE NO HABRÁ CARTA. Estaré comiendo torrijas. Pero vuelvo el viernes 22. Con la penitencia ya hecha.

Culturismo

Torrijas

Esta semana he cambiado la palabra por una receta. Porque seguro que has comido mucha torrija, pero no te has atrevido a hacerlas. Hasta hoy. Prepara estos ingredientes y resérvate media hora libre. Y si no te sale o te atascas, me escribes. A ver si puedo ayudarte.

Ingredientes: Pan para torrijas, un litro de leche (mejor si es fresca, de la que está en la nevera del super), dos palitos de canela, la piel de un limón, azúcar, canela en polvo, dos o tres huevos y aceite de oliva.

Elaboración: Compra pan de torrijas en la panadería, en el supermercado o donde pilles. Hay incluso bimbo para torrijas si te las ves mal. Pon la leche con la canela en rama y el limón a calentar, sin que llegue a hervir. Si te parece un pateo, compra un brick de leche merengada, leche con canela o limón, o incluso horchata. Diosito de las torrijas te perdona. Coloca las rebanadas de pan en una fuente y báñalas con la mezcla de leche. No las sumerjas. Sólo riégalas con la leche hasta que estén empapadas. Si las dejas muy mojadas, se romperán. Escúrrelas. Bate los huevos y pasa las torrijas escurridas por huevo, como si fueras a empanar un filete. Ten aceite bien caliente (o la freidora de aire precalentada a 200 grados). Vierte las rebanadas una a una. Escúrrelas, en el caso en que estés friendo (o dales la vuelta en el resto de opciones) y sácalas cuando estén hechas a un plato hondo donde hayas mezclado azúcar y canela en polvo. O solo azúcar. O azúcar moreno. Chica, lo que quieras. Dales la vuelta para que se unten por todos lados. Almacénalas en un tupper bien cerrado. Disfruta de la Semana Santa.

Pantallazos

-Tarta: Si con la receta de torrijas no tienes bastante, o no te atreves, te dejo una alternativa para parecer un concursante de Bake Off España, gracias a una de las juezas de la versión celebrities. Y es que Clara Villalón te deja aquí una tarta sacher (mi favorita junto con la lemon pie) que se hace en 7 minutos en el microondas. Como lo lees! Lo mejor es que yo la he hecho esta semana. Y lo peor es que ya me la he comido.

-Julia: Para seguir entre fogones, esta semana te recomiendo que te pongas la serie Julia (HBO Max), sobre los inicios del programa de tele que la gran Julia Child tuvo en Estados Unidos. Sólo hay cuatro capítulos de momento, pero cada jueves cuelgan uno nuevo y son ocho. Si te quedas con ganas, siempre puedes ver la peli de Julie and Julia (en Netflix), o comprate su libro: 'El arte de la cocina francesa'. Yo lo tengo hecho polvo después de mil años haciendo una y otra vez su boeuf a la bourguignon.

-La serie de mi vida: Todos tenemos series que han marcado nuestras vidas. Y en LABdeseries, el festival que se celebrará en Valencia del 26 de abril al 1 de mayo, quieren conocer las de los integrantes del podcast de 'Buenismo Bien'. Así, Quique Peinado, Manuel Burque y Henar Álvarez estarán en su jornada inugural. ¿Qué series veían de pequeños? ¿A cuáles se han enganchado... La serie de mi vida, sin duda, es Cuéntame, por muchos motivos. Pero eso ya lo resolveremos en una captura de pantalla, que la cosa tiene mucha miga.

-Flores: Si estos días de vacaciones sales a dar un paseo por el campo o alguna zona en la que crezcan flores silvestres, es tu momento para poder prensarlas y conservarlas. Quedan preciosas. Yo lo hago con una prensa preciosa que me trajeron los reyes. Es de Taller Silvestre, pero si bicheas por internet seguro que puedes hacerte con una o incluso comprarte la mía, que es genial.

Gat-checking: periodismo de gatos

Los gatos buenos van al cielo. Los demás, a tu casa M.H.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

39. La revolución de la mantita

40. Las manualidades

41. Las patatas fritas

42. Idiomas, querida

Esta semana quiero que me cuentes qué haces en Semana Santa. ¿Hay tradiciones especiales en tu casa? ¿Tienes alguna receta que yo necesite saber? Anda, cuéntamela. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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