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Viendo la tarta de boda de mis padres no sé cómo no sospeché de la importancia de mi padre m. h.
#40 Las manualidades

#40 Las manualidades

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 18 de marzo 2022, 11:17

Hola capturadores

La única cosa buena de que mi padre muriera cuando yo tenía medio mes es que como nunca lo conocí, nunca lo eché de menos. Eso, por encontrarle algo positivo al asunto de casi nacer huérfana. Con los años, empecé a asumir como quien hoy es hijo de madre soltera o de pareja lesbiana, que había vida más allá de la familia convencional, porque en la mía la Mariví, mi madre, lo llenaba todo. Lustros después entendí la tragedia por la que tuvo que pasar esa chica de 26 años, que cargó con el carné de viuda y de madre de un mochuelo como yo, mientras a su alrededor casi todas sus amigas tenían un brazo al que agarrarse para ir saltando los obstáculos de la vida. O cuando cada día del padre yo volvía del colegio con cualquier manualidad que tenía que recibir mi abuelo Federico. Como ese año que la monja que nos daba plástica me hizo pagar más pesetas que al resto por los materiales para construir un mural con una tabla de marquetería y plastilina en la que el resto de niños pegaban colores alrededor de las letras de PAPÁ ERES UN y un dibujo de un sol. Pero en mi tabla, más grande y con más plastilina, tenía que rellenar la palabra ABUELO. Normal el sobrecoste porque, al fin y al cabo, había que aplastar plastilina para ¡dos letras más!

Pero, por no dejarme ningún capítulo de esta historia en el tintero, os contaré que mi padre, al que conocí durante mis primeros veinticuatro días en el mundo, era futbolista y murió a los 27 en una operación rutinaria para atajar una lesión en un gemelo. Mi madre, como la cosa era tan leve, ni siquiera se desplazó a la clínica de Madrid donde la mutua del equipo de fútbol tenía convenio para pasar la revisión de sus jugadores. Total, quién iba a esperar un desenlace tan fatal en una persona tan joven. Y como si el destino nos quisiera decir algo, a mi padre, que se llamaba Alfredo, lo acompañó mi abuelo Federico, el padre de mi madre, heredero del título durante los años posteriores y destinatario de los sucesivos ceniceros que fui trayendo del colegio. Mis tías siempre me contaron que a la Mariví, que hasta ese momento me daba el pecho, se le cortó la leche del disgusto, y me tuvo que seguir criando con biberón. Menos mal que eso no ocurrió en tiempos de Instagram, porque hoy en día estaría cancelada. En mi casa se dejó de ver el fútbol y se le impuso una especie de leyenda negra que se acabó levantando con los años, cuando el dolor ya fue soportable y volvimos a pisar La Fuensanta, el campo del Conquense, donde mi padre era una de las estrellas de los 80, cuando había ostias por conseguir un sitio libre en las gradas. Eso, y cuando el Real Madrid empezó a ganar Champions de verdad, que en mi casa siempre se ha sido muy merengue (¡lapidadnos!, somos de Cuenca).

Durante años, pasé la vida descubriendo a mi padre a través de anécdotas, pero sin demasiada fanfarria, porque como digo, como no lo conocí, nunca tuve la necesidad de echarlo de menos. Cuando fui lo suficientemente mayor para entender el drama, generé un sentimiento de compasión hacia mi madre, a la que yo siempre consideré la víctima absoluta de ese melodrama sanitario. Y una viuda-soltera de oro en los mejores años de una vida que decidió compartir conmigo y no con otra persona. Los años no hicieron sino corroborármelo, cuando descubrí, ya de adulta, y sin que ella estuviera ya en este mundo, que se dejó los ahorros en pleitear contra esa clínica en la que mi padre entró andando para apañarse un gemelo y salió en un furgón de muertos. La Mariví, sanitaria de profesión en un hospital público, se dejó los millones que tuvo que pedir prestados en un chorro de demandas que fue perdiendo una a una, con sus consiguientes recursos. Ya se sabe, «los médicos siempre se tapan», se ha escuchado siempre murmurar a mis abuelos.

Y ya cuando me hice mayorcísima, como la machucha que soy ahora, empecé a prestar más atención a los testimonios de quienes siempre que hacía un viaje a Cuenca empezaban a querer contarme las leyendas de Hortelano, como llamaban a mi padre. Empecé a entender por qué estaba en muchos cuadros de algunos bares de la ciudad, si había muerto en 1984. Por qué formaba parte de una colección de cromos, del archivo fotográfico de Pinós, de Conca o de Àvila, algunos de los cronistas deportivos de la época. O cuando muchas personas me conocían como la hija de Hortelano, si yo apenas tenía un par de fotos en su regazo y la que me había criado era mi madre y nadie me llamaba la hija de la Rubio. Un día casi me caigo de la silla cuando escuché al entonces seleccionador nacional, Vicente del Bosque, hablar de mi padre, porque el último partido que jugó el del bigote fue el de homenaje que se hizo en Cuenca a mi padre tras su muerte. O justo antes del confinamiento, cuando aún no avistábamos peligro, y Joaquin Caparrós me llamó para pedirme permiso para organizarle un homenaje porque habían pasado muchos años y los compañeros de entonces y su club, el Conquense, querían recordarlo en una de las puertas de acceso al estadio, con la instalación de una placa. Y allí me fui yo, a descubrir esa placa y a ponerme una camiseta con su apellido, que es también el mío. Una especie de exaltación del Día del padre atrasada, por todos los que en mi vida no había celebrado.

Porque así de intrascendete es celebrar una de esas jornadas cuando tú no tienes nada que celebrar. Porque mañana habrá casas en las que se coma en familia, con un padre sentado a la mesa. O con dos. Otras, en las que el padre falte a la paella por primera vez. En las que lleve años sin estar, o en las que no haya estado nunca. Lo que me fastidia es que con la cantidad de aplicaciones a las que les he dado permiso para revisarme todos los datos que tengo en mi teléfono y con la cantidad de Inteligencia Artificial que está utilizando la ciencia, el algoritmo aún no se haya dado cuenta de que yo mañana no compraré regalo, ni haré manualidades. Pero vamos, ni aunque me cobren dos euros más por añadir dos letras y poner abuelo. Que de eso, ya tampoco tengo. Mañana lo que celebraré es que por fin se acaban las Fallas. ¡Albricias!

Culturismo

Albricias

Regalo que se da a quien trae una buena noticia.También el regalo que se da o se pide por haber acontecido un suceso positivo. Pero, tiene también una acepción como interjeción, entre exclamaciones, para mostrar alegría. ¡Albricias!

Pantallazos

Esta semana te traigo una macedonia de recomendaciones, que el mundo viene fuerrte últimamente.

-Fin de fiesta: Mañana acaban las Fallas del mal tiempo, pero antes de que ardan en la Nit de la Cremà, déjame que te recomiende aprovechar la última tarde viendo un monumento especial que no suele estar en el circuito de grandes piezas. La falla Castielfabib tiene este año un monumento infantil que se puede tocar. Se trata de una falla sensorial para invidentes. Aunque los que sí vemos podemos vivir la experiencia con un antifaz. Recreatiu, que es el lema de un moumento que «no se consume a través de los ojos, sino que se transita, se escucha y se palpa. Es una experiencia sinestésica para entenderse en igualdad de condiciones con la gente que no ve». Y eso que la falla de Reyes Pe no se ha podido plantar en todo su esplendor por las condiciones meteorológicas. Además, la falla grande (un desnudo masculino) es de Anna Ruiz, la artista a la que le han reventado el monumento en la comsión de Lepanto (un desnudo femenino). Al femenino le han destrozado la vulva. El masculino está intacto. Qué cosas, ¿eh?.

-Velas: Ahora que la luz está por las nubes, te dejo aquí una marca de velas que el otro día le vi a Clara Montesinos. Se llama Pepa Rosquilla y hace obras de arte en soja. Yo, por supuesto, ya me he hecho con una que se llama 'Inefable'. Un joyerito lleno de tesoros al que estoy deseando prenderle fuego. Son artesalanes y no hay dos iguales.

-Podcast: La semana pasada acudí a la llamada de la experta en newsletters Chus Naharro, que me invitó a su podcast 'Escuchando newsletters' para hablar de Captura de pantalla. Me lo pasé fenomenal grabando el episodio y nos contamos muchas cositas y algún secreto.... os dejo el podcast aquí para que lo escuchéis, que también hablo de vosotros.

-Regalazo: Y si todavía no tienes regalo para mañana o te quieres hacer uno a ti mismo, tenemos una oferta para que te suscribas durante doce meses a LAS PROVINCIAS ON+ por sólo 24 euros. Solo tienes que entrar aquí y utilizar el código DIADELPADRE (así, todo junto). Podrás acceder a todos los contenidos del periódico en su edición digital. Un chollazo que te sale a dos euros el mes. Corre, que la promoción dura unas horas.

Y como bonus: Esta semana hemos dado la bienvenida al primer bebé de esta carta. Darío ya ha nacido y se convierte en el lector más joven de esta newsletter. Su mami, Ana, iba al ritmo de semanas de embarazo de esta newsletter, así que esta semana, que cumplimos la 40, ha llegado con puntualidad. Además, ya tiene hermanitos gatos esperándolo.

Gat-checking: periodismo de gatos

En el regalo del día del padre michi pondrá: Gatito, eres un Koipesol m. h.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

36. Papel y boli

37. Las simples cosas

38. Date cuenta, amiga

39. La revolución de la mantita

Esta semana quiero que me cuentes qué regalos has hecho o te han hecho por el Día del Padre. ¿Aún se hacen ceniceros en los colegios ahora que ya no se fuma?...Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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