Belén Hernández y Gonzalo Bosch
Valencia
Viernes, 23 de febrero 2024, 01:34
Humanidad. El barrio de Campanar no sólo responde a la tragedia, si no que supera las expectativas. «Hemos pedido ayuda por un grupo de WhatsApp de 80 personas y se han multiplicado como esporas», cuenta Amalia Correchet, la propietaria de la escuela «Valientes».
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El pequeño local está repleto de ropa. Camisas perfectamente planchadas se apoyan sobre las repisas. También ropa para niños. Una de las voluntarias llega con una caja a rebosar de bocadillos y de fartons. En el gimnasio de unas calles cercanas han estado repartiendo alimentos.
De un minuto para otro, las más de 140 familias que vivían en la finca calcinada por el fuego lo han perdido todo. Los esfuerzos de toda una vida de trabajo se han disipado por el humo. Ya han sido muchos los que han acudido a la escuela «Valientes», una escuela alternativa dedicada para aquellos niños que buscan reconducir su vida.
«Valientes y solidarios es nuestro lema», menciona Amalia mientras organiza a los compañeros dónde colocar las cajas con ropa para las familias afectadas. Una vez comenzado el incendio, Amalia y los niños notaron el humo y salieron del local. Lo primero era conseguir que los más pequeños estuvieran a salvo.
Niños de entre 6 y 15 años que ya han experimentado lo que es un ataque de ansiedad. Una gran humareda los amenazaba de cerca. Preocupados por las consecuencias.
El desastre ha conseguido que la población se volcara con los más vulnerables. La mayoría de policías que dan servicio lo hacen de manera voluntaria. «Estaba viendo el incendio por la televisión y no podía quedarme en casa. Enseguida he dicho que quería ir a ayudar», revela un agente de la Policía Local.
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Un supermercado de la zona se mantiene abierto durante toda la noche. Ofreciendo comida y bebida de manera gratuita a los efectivos que trabajan sin descanso. Casi ocho horas después de la primera chispa, las llaman no cesan.
Más de un centenar de un centenar de profesionales: bomberos, policías… controlan el perímetro mientras un espeso olor a humo se apodera de la zona de Campanar.
También los comercios. En lugar de mirar el reloj para terminar su jornada laboral, en el Bar Cote reparten bebida de manera gratuita a los efectivos. María José Delgado le ofrece un café gratuito a un policía local. El hombre se niega a aceptarlo. Ambos se pasan la moneda de un euro por la barra de acero hasta que al final la dueña cede por aceptarlo. Un trabajador de la UME apura un vaso de agua antes de volver al trabajo. «Es una barbaridad. Esto sigue ardiendo», dice el hombre. Se ajusta el uniforme y regresa al epicentro del incendio.
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