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J. A. MARRAHÍ
VALENCIA.
Jueves, 14 de septiembre 2017
Los regueros de sangre todavía se apreciaban ayer en las calle de Ruzafa. Y las otras estelas, las del miedo, el shock o la rabia por la muerte de dos inocentes, eran también palpables entre cafés, mostradores o telefonillos de vecinos que preferían no abrir la puerta: «Los niños están muy asustados. Tienen mucho miedo de lo que pasó ayer en esta finca. Necesitamos recuperar la normalidad».
La impulsividad y desfachatez con la que actuó el criminal sueco le llevó a sacar la maleta con la víctima descuartizada a plena luz del día. Y a cruzarse con vecinos de Ruzafa como Lola, que se quedó «helada» al saber qué aquel extraño y corpulento hombre que el lunes arrastraba pesadamente un bulto portaba, en realidad, un cadáver.
«Fue minutos después de las ocho de la tarde» del lunes, en la avenida Peris y Valero, recordaba ayer la mujer, que prefería no dar su apellido. Regresaba a casa tras hacer unas compras «y me crucé con ese asesino». Así lo describe: «Estaba empapado de sudor y era un tío muy grande. Yo le llegaría por su hombro. Caminaba empapado de sudor, como si le hubieran echado un cubo de agua encima, y arrastraba la maleta con mucha dificultad. Casi no podía con ella. Incluso se ayudaba de una pierna para empujarla y casi no alcanzaba a levantarla del suelo».
A lo desconcertante de la escena, Lola añade el aspecto «desaliñado» y «ausente» del extraño caminante. Su mirada, «como ida». A la mujer le llamó la atención la descuidada manera de vestir, «con una camiseta gris empapada, unas bermudas rojas y chanclas con una especie de calcetín o tela adherida al pie derecho». Pero claro, reflexiona, «en ese momento, ¿cómo podía sospechar que llevaba a un hombre descuartizado del que quería deshacerse? Pensaba que debía llevar trastos pesados».
Sorprendentemente, se tropezó con otra señal. «Justo al girar por la calle Sueca, junto al patio del crimen, vi restos de sangre. Pero no lo relacioné con el hombre de la maleta. Lo achaqué al tropezón o caída de algún niño». Ya fue al día siguiente, al escuchar las noticias, cuando la testigo ató cabos: «Me entró un escalofrío al saber que me lo había encontrado de frente».
Pero hubo más. En ese tórrido lunes de poniente, cuando Pierre D. Larancuent ya había abandonado la maleta entre los dos contenedores, Juan Manuel, conserje de Peris y Valero, salió a pasear a sus perros. «Me sorprendió que Maruka», uno de los canes, «pasara varios segundos olisqueando en esa maleta, pero concluí que la habían dejado con algo de comida dentro. No podía ni imaginar lo que se supo horas después».
Justo enfrente de los basureros donde comenzó la investigación trabaja María José Real, encargada de una juguetería de la cadena Poly. «El martes por la mañana estuvo en la tienda el policía de Homicidios para preguntarnos. Fue terrible saber que a las pocas horas estaba muerto. Sentí una enorme pena por él, aun sin conocerlo personalmente». El subinspector Gámez mostró a la comerciante su placa y «se interesó por si teníamos cámaras de seguridad, por si habíamos visto algo extraño en la tarde del lunes... Menudo loco perdido», valoró Real en referencia al asesino.
Para otros aún resuenan los disparos que el compañero de Gàmez tuvo que realizar para abatir al homicida sueco. Y la «confusión y miedo» que siguieron a ese instante en el que nadie sabía, a ciencia cierta, qué estaba sucediendo. Así lo revivió José Manuel Villanueva, socio de Estudio 21, una escuela de música y danza, uno de los primeros en avisar al 112: «Escuché cómo alguien gritaba 'hijo de puta' desde el patio. Después varios ruidos metálicos que asocié a golpes en un contenedor». Después supo que eran disparos. «¡No te muevas!», fue lo último que oyó antes de cerrar la puerta y refugiarse con un profesor en un despacho. Después, especialistas en asalto de la Policía Nacional irrumpieron en la casa de la calle Sueca . «¿Qué ha pasado?, ¿necesitas algo?», le preguntó a un agente amigo suyo que no podía contener las lágrimas. «No te lo puedo decir», respondió.
Ricardo de Arenas asistió al horror en la calle Sueca cuando tomaba una cerveza en el Bar Julián. «Primero, tres disparos, y luego otros dos, en muy pocos segundos». Después ya vio al «compañero del policía, desconcertado, en el patio, teléfono en mano. Cualquiera hubiera reaccionado igual. Nunca valoramos suficiente la labor de la Policía Nacional. Su labor es muy ingrata», reflexionó el vecino. El dueño del bar, Julián Díaz, bajó la persiana nada más ver el revuelo de policías: «Me encerré con mis nietos. Quería protegerlos. Demasiado dolos en la calle para dos niños de 5 y 7 años».
En la calle Huesca, tras la Iglesia de San Agustín, crecen flores en una otra persiana metálica. Es 'Tu Peluquería', el negocio de la primera víctima del asesino sueco. «Albert era divertido, extrovertido y amable... Nos daba un trato excelente, era buen profesional y estaba muy contento con cómo marchaba su negocio», recordó María López, una clienta del establecimiento. «Sólo te diré que ibas a la 'pelu' y salías animado tras charlar con él», confesó un joven estudiante. En el Café Pushkar, la víctima cambiaba tijeras, tintes y secador por los rápidos cortados que su faena le permitían. «Estamos rotos. A cuadros En cada visita nos regalaba su buen humor, su sonrisa... y ahora se ha ido».
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