![Caso Marta Calvo | «Se quedó quieto y tranquilo. Quería verme morir»](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202207/30/media/cortadas/superviviente-marta-kFfG-U170865613021wGH-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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BELÉN HERNÁNDEZ
Domingo, 31 de julio 2022, 00:31
Abre la inmensa puerta de madera de un piso en el centro de la ciudad. «Pasad a mi habitación, mis compañeras están trabajando». Está nerviosa, pero decidida a hablar. Lista para romper el silencio ante los medios de comunicación para encerrar aún más en su celda a un asesino. Una de las víctimas de Jorge Ignacio Palma, el depredador sexual que llevó a la muerte con sus 'fiestas blancas' a Marta Calvo y otras dos jóvenes concede una entrevista exclusiva a LAS PROVINCIAS.
-¿Cómo te sientes ahora?
-Más descansada porque sabes que después de lo que ha hecho no se puede ir de rositas, pero no sabes si la gente nos va a tomar en cuenta porque somos un colectivo dejado de lado. Le pasa algo a una chica de nuestro colectivo y la gente no le da la importancia que se merece. Por eso te da temor. Pero al ver que la gente ha respondido bien y lo han juzgado como lo tenían que juzgar te quedas más descansada. Te quedas aliviada.
-¿Te daban miedo los prejuicios de la gente?
-Aquí siempre tienes miedo. De lo que piense la gente, la familia, las amistades…Esto no es algo que vayas diciendo por ahí: «Soy… (no pronuncia la palabra)». Yo he tenido una vida muy normal hasta hace unos años. Tuve una serie de embargos y estoy con cuatro niños y tienen que comer. Al final buscas una solución, aunque no te guste.
Su vida no ha sido fácil. Metieron a su expareja en prisión y vio cómo el mundo se derrumbaba a sus pies. Ahogada por las deudas, trató de pedir ayuda, pero la única solución que le daban era dejar a sus hijos en servicios sociales. Lo único a lo que ella no estaba respuesta a renunciar. Y buscó una vía de escape, para que sus niñas «nunca tengan que hacer lo que yo hago».
-Esta es una parte que la gente no suele ver, ¿no?
-No, porque quienes nos dedicamos a esto no se lo decimos a nadie. Es el peligro que corremos. Que nadie sabe lo que estás haciendo ni dónde estás. Entonces si te pasa algo…(suspira). Es un punto a favor que tiene el que quiere hacerte daño.
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-¿Durante el procedimiento jurídico no te apoyaste en nadie?
-Se lo he contado a las personas más íntimas que saben a lo que me dedico y a mi abogada, porque aparte de abogada es también como una amiga, Isabel Carricondo.
-¿Tuviste inseguridades con el juicio?
-Pensaba que me iban a discriminar por dedicarme a esto. Te condiciona a la hora de poner una denuncia o incluso de ir a un hospital y decir «he tenido este incidente»... Porque luego puede perjudicar a mis hijos. Los traumas que haya pasado los paso yo, pero no quiero que a ellos les afecte.
«Sigo nerviosa hasta que no llegue», confiesa la mujer de 37 años. El veredicto del jurado le devolvió la fe en la humanidad. Vio que no le discriminaban por su forma de ganarse la vida. Pero todavía tiene el miedo enquilosado en el alma como si fuera un bloque de cemento. Necesita esa condena en firme para poder estar tranquila y dejarlo todo atrás. Aunque confiesa: «Nunca volveré a ser la misma después de esto». «Cada vez que lo vuelvo a pensar me acelero sin querer...Mis hijos se hubiesen quedado sin madre…». Es hablar de ellos lo que hace que se le salten las lágrimas. Temió que Jorge Ignacio quedara en libertad después de que ella lo denunciara. Pero las pruebas fueron creciendo y también los testimonios de las supervivientes, que habían vivido la misma pesadilla. «Ahora me lo pienso mucho antes de ir a hacer algún trabajo o incluso al estar en casa de alguien que ya conozco. Veo las cosas de otra manera». Tiene el miedo grabado: «¿Y si vuelve a pasar?».
-¿Crees que hay un estigma erróneo?
-Claro. La gente piensa que todas estamos por drogas o por vicio… y no es así para nada. Ya te sugestionas con todo. Yo antes de dedicarme a esto también lo veía como un mundo muy negro, muy turbio, muy oscuro…Yo era cocinera. Sabes la forma en la que lo ve la gente porque tú misma lo has visto así.
Consigue hablar sin hacer apenas pausas. La habitación está gélida. Se le tensan los músculos al revivir la situación. Pero no para en su narración.
-¿Alguna vez has tenido una experiencia similar?
-No, nunca. Alguna vez algún hombre que va drogado o borracho se pasa de agresivo pero luego te pide perdón. El miedo que daba Jorge Ignacio es que ni iba borracho, ni iba drogado… quería que te drogaras por narices. Y su pasividad … Esquemáticamente, en su cabeza, sabía lo que iba a hacer. Estaba muy tranquilo. No era una persona normal que desvaría y te pega cuatro chillidos. Él sabía lo que estaba haciendo.
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Los peritos que acudieron al juicio reforzaron la versión que ofrece la víctima: Jorge Ignacio era consciente de que iba a matarlas. Pero seguía, como si fuera un juego macabro. Sin darle ningún tipo de valor a la vida humana. Creyéndose un Dios pudiendo decidir quién vive y quién muere. Con sus piedras de cocaína como su arma. Letal y silenciosa. Perfecta para que sus víctimas no escucharan el sonido del gatillo. Disfrutaba viendo cómo el alma se escapaba de sus cuerpos. Y así, una mujer más se iba de este mundo. En silencio. Tal y como lo había planeado.
-¿Qué fue lo que más te asustó?
-El temple que tenía. Que no reaccionaba cuando le decía que parara y que me encontraba mal. Me asomé a la ventana y empecé a pedir ayuda y él era un mar en calma. No le veías que reaccionara. No es que chillara o se pusiera agresivo. Es como si fuera normal lo que estaba pasando en la habitación en ese momento. Como si fuera normal que yo pidiera socorro y que me quitara las piedras de cocaína. Después se lavó las manos en la ducha y se apoyó en la pared. Cuando vi que me daba una taquicardia salí corriendo de la habitación medio desnuda.
-¿Cómo reaccionaste cuando viste las noticias sobre Marta Calvo?
-Me lo enseñó una compañera mía para preguntarme si la conocía y al reconocerle me fui a la policía a denunciar. Llamé nada más ver la imagen de él y conté el incidente que tuve con él. Cuando me dijeron que acudiese a la Policía a declarar iba en el metro mirando todos los lados pensando: «madre mía, a saber en qué estatus social está y me envía a alguien». Me temblaban las piernas. Es una sensación que no deseo pasar a nadie.
Se entrelaza las manos. Masajea sus músculos agarrotados. La conversación tiene de fondo el resonar de los colchones de sus compañeras. No se estremece al escucharlo. Está acostumbrada. Su piel se ha cubierto de acero. La armadura de una madre.
-¿Te dio miedo denunciar?
-Pensaba que me podía repercutir gravemente. La segunda vez que me llamó la Guardia Civil para declarar dije que no iba a ir a juicio. Pero la abogada me estuvo explicando y vi que había más chicas. Porque claro, al principio te sientes sola… Y temes por tu vida. Porque no sabes quién es esa persona porque va tan bien arreglado, con ropa y coches lujosos, que maneja esas cantidades de cocaína y de esa pureza…No sabes con qué persona te estás enfrentando. Ahora que se ha hecho justicia respiras y empiezas a creer más en la justicia.
-¿Te esperabas este veredicto?
-Siempre tienes miedo porque la gente no vea cómo es él y no sabía hasta dónde podía llegar. Aquí la gente se piensa mucho antes de matar a alguien pero en Colombia es más común.
-¿La respuesta del jurado te ha hecho sentirte más segura?
-La verdad es que sí. Me ha sorprendido mucho. Ves que la gente empatiza contigo y te tratan como a una persona. Como por cualquier otra mujer se hubiera mirado, que era el miedo que teníamos. Pero hasta que no lo ves, no lo crees. Aunque esto no está finalizado del todo. Todavía falta la sentencia pero por lo menos ya no tendremos que volver a declarar. Siempre tenía miedo de cruzármelo.
Lleva siendo una superviviente anónima desde aquel invierno de 2019 en el que el asesino en serie, Jorge Ignacio Palma, trató de arrebatarle la vida. Apenas pocas personas que saben a lo que se dedica conocen la verdad. «Tampoco les he dado todos los detalles ni me acompañaron cuando fui a declarar».
Está acostumbrada a cargar con el peso del mundo sobre sus hombros. Y a no involucrar a nadie más.
Se sorprende a sí misma sacando todo lo que lleva dentro. «No suelo exteriorizar mis sentimientos», dice mientras se agarra la garganta, como si las palabras le quemaran.
No recibió tratamiento psicológico o psiquiátrico para lidiar con el trauma. «Me darían pastillas y no quiero estar anestesiada. Mis hijos merecen que su madre esté entera. Ir a terapia sería mejor para mí, pero peor para ellos».
Así que agoniza en silencio. Comprime el dolor en el interior de su caja torácica. Tapa con cautela las grietas para que no se escape. Para que el dolor no salpique a sus niños.
-¿Pensabas que pudiera haber gente tan mala?
-No. Cualquiera puede hacer una barbaridad. Pero desde esa frialdad no. Y no porque le hayas hecho algo si no porque le ha dado la gana ir a por cierto colectivo y tú perteneces a él y le da igual que tengas hijos…Le daba igual la nacionalidad. Simplemente le importaba el hecho de que éramos prostitutas. No entiendo que haya un sector desfavorecido y lo vayas a atacar. Es como pegarle a un niño, porque sabes que no se va a quejar. Lo único que vio es la manera más fácil de salir libre. Porque lo primero que van a pensar por tu profesión si te encuentran muerta es que te ha dado una sobredosis y que has sido tú misma. No van a pensar que ha sido él.
Ha vivido mucho. Ha estado en contacto con múltiples realidades. Pero fue en aquel invierno de 2019 cuando descubrió que la maldad puede sobrepasar los límites. Pensó en dejar la prostitución, pero no se siente capaz de hacerlo hasta que sus hijos tengan un plan de vida estructurado y ya no dependan de que ella vuelva con dinero a casa.
-¿Crees que os consideraba como personas?
-No nos consideraba como a personas porque él mismo no lo es. No sé si realmente sabe lo que es una persona. Alguien que no tiene sentimientos no creo que pueda tener en consideración a nadie. No sabe cómo clasificar a las demás personas. No tiene empatía. Él lo único que miraba en nosotras era que se podía ir libre.
-¿Hubo algún momento en el que pensaste que te iba a matar?
-Yo estaba súper acelerada, como con taquicardia…y la situación no ayudaba a calmarme. La forma en la que estaba actuando me hacía pensar cada vez más que iba a hacerme algo. Por eso mi reacción inmediata fue irme de allí. Yo me fui medio desnuda y dejándolo con mis pertenencias dentro de la habitación. Nunca jamás hubiese dejado a un cliente dentro y me hubiese ido yo. Pero vi que si no lo hacía iba a pasar algo…iba a ir a peor. Si me hubiera quedado, algo malo me hubiera ocurrido…
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Juan Antonio Marrahí
El caso de Marta le hizo ser consciente de lo que podría haberle pasado. A lo largo de la entrevista, que se extiende durante más de dos horas, la mujer de 37 años se mantiene muy quieta, sentada en el borde de la cama. Como si el más mínimo movimiento fuera a derrumbar su castillo de naipes. Como si de un soplo fuera a derramar las lágrimas que ha retenido en estos últimos dos años.
-¿Qué pasó después?
-Salí a la avenida principal del puerto. Había un amigo mío. Le dije lo que le pasaba. Se encaró con él y le dijo: «No, no. Yo contigo no me voy a pegar. Ya os balacearé». Estuve sin ir a ese hotel bastante tiempo porque ya no me fiaba. Era como un apartahotel. Por la noche no había nadie en recepción y cuando pedí auxilio no me escuchó nadie. Además que la cocaína que traía no se vende aquí. Viene directamente de Colombia. Si no estuviera relacionado con el narcotráfico no tendría acceso a este tipo de drogas.
La superviviente frunce el ceño mientras habla del hombre que estuvo a punto de destrozar su vida y dejar a cuatro vidas depender de la mano de Dios. Detrás de ella, en la mesita de noche, hay una caja de condones y otros productos eróticos. Delante de este periódico, una madre coraje dispuesta a dejarse la piel para que sus pequeños ni siquiera se raspen las rodillas.
-¿Qué opinaste de su declaración?
-Me dio rabia que intentara mostrarse como un niño inocente. Eso de ponerse a llorar, luego reírse… He visto algún vídeo de la declaración y pensé: «¿Este es el mismo tío que me estaba mirando fríamente esperando a que me cayera y el mismo que tiene la sangre fría de coger a una mujer y trocearla?». Me enfadaba mucho que se pensara que la gente es tan tonta de creérselo. Me dio mucha impotencia que quiere dar lástima. Aunque hay muchas cosas que oculta. Nunca sabremos la verdad. Ni si hay más chicas ni dónde está Marta… a lo mejor si luego le reducen la condena por decirlo.
Habla de la joven de Estivella todo el rato. No se conocían, pero no puede ocultar la pena que siente por la joven de 25 años a la que Jorge Ignacio dijo que descuartizó y sus padres no han podido todavía enterrar. Y en esos momentos deja de sostener la mirada y la pasea por los rincones de su habitación. Se transporta. Su rostro se horroriza pensando que podrían ser sus niños, el más pequeño de 4 años, los que estuvieran buscando el cuerpo de su madre.
-Empatizas mucho con Marta Calvo.
-Es que podría haber sido yo. Por los pelos no fui yo porque a mí me pasó semanas antes. Por un lado siento que he vuelto a nacer pero por otro lado me digo a mí misma: '¿Para qué tanto sacrificio si mis hijos podrían haber quedado sin madre por un tío así que se cree con derecho a romperte la vida y la de toda tu familia?'
-¿Cómo viviste el momento en el que te tocó declarar a ti durante el juicio?
-Salí de la sala llorando. Me abracé a la asistenta de protección a las víctimas del juzgado y a la psicóloga que había allí. Estuvieron muy atentas a nosotras. Saqué todos los nervios que tenía dentro porque si te pones a llorar a mitad de la declaración a ver luego cómo sigues. Fui sola pero mi abogada me estaba esperando en la puerta. Nos sentimos protegidas y arropadas.
-¿Cómo te enteraste del veredicto del jurado?
-Lo vi en el móvil en las noticias. No estuve muy pendiente. Me saltó la notificación y me quedé con una tranquilidad… Hasta ese momento no podía respirar. Tuve que aguantarme la felicidad porque estaba cerca mi hija y no quería que viera que me afectaba tanto la noticia. La incomodidad de revivir el peor momento de su vida se mezcla con el alivio de poderse desahogar después de dos años. Suspira. «Por fin me he abierto».
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