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TAMARA VILLENA
Valencia
Sábado, 23 de noviembre 2019
«Antes todas eran igual, blancas y grises, pero ahora sólo una es como las originales». La suya. «Todo está tal cual se construyó», presume Marisa Ferrando, la única propietaria que mantiene el encanto inicial de su vivienda dentro el grupo residencial La Previsora. La zona es una especie de burbuja en medio de la ciudad, con casas de colores, fachadas dispares y un estilo más propio de una calle inglesa que del callejero valenciano, ideadas por el arquitecto Cayetano Borso di Carminati. Cada cual más llamativa, los cien chalés ocupan dos manzanas completas y se extienden entre la plaza Santiago Suárez, y las calles Carteros, Marques de Bellet y Gabriel y Colon. La disparidad de fachadas y evidentes reformas no eclipsan la practicidad de su estructura ni lo idóneo de su ubicación: «Como éstas ya no encuentras hoy en día tan cerca del centro», asegura Ferrando, que heredó la propiedad de sus abuelos.
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Estas construcciones son uno de los pocos ejemplos que existen en Valencia del modelo ciudad-jardín, importado de la arquitectura inglesa y del que también son exponentes los chalets de los periodistas al inicio de la avenida Blasco Ibáñez. Fueron planteadas en 1928, como un entorno idílico en lo que por entonces era el extrarradio, en un intento de ordenar el suroeste de la ciudad y extender el mercado del suelo. «Pero no se construyeron todas a la vez», asegura Jorge, otro de los vecinos del grupo. Su casa, de un llamativo color azul, fue la última que se plasmó en el mapa original de la barriada, del que muestra la copia que guarda. Piloto y aficionado a los detalles el terreno, explica sobre el boceto por qué la manzana no guarda una estructura lineal: «Hace una curva porque seguía la vías del tren», asegura sobre los desaparecidos raíles del ferrocarril Valencia-Nazaret que regía el trazado por entonces. «En 1928 sólo se planteó la construcción de viviendas hasta la mía, justo la última del plano. El resto se hicieron después», relata. Las últimas se terminaron en 1940, con el mismo planteamiento arquitectónico que las primeras.
Todas cuentan con dos plantas y un amplio patio de entrada, oculto en la mayoría por distintos tipos de verjas y decorados al gusto. En muchos de ellos se aprecian mesas y sillas, pero sólo en el de Marisa aún destacan los azulejos originales escogidos por el arquitecto. Está especialmente orgullosa del llamativo árbol que decora su terraza, con ramas enormes y bien cuidadas que se extienden hasta fuera de la casa: «Ya estaba cuando la casa era de mis abuelos», detalla. Se plantó durante la construcción de la vivienda y es otro de sus rasgos distintivos. La entrada de Jorge es totalmente diferente, con cerámica reformada en suelo y paredes, acorde al particular estilo de la fachada y sus colores.
No es el único detalle que Marisa conserva intacto. Aunque el bloque de chalés cuenta con un nivel dos de protección patrimonial, prácticamente nadie ha mantenido la idea que plasmó el arquitecto. «Yo pienso que si planteó las casas así sería por algo y me gusta mantenerlo», reconoce. El resto de vecinos han retocado las fachadas en un intento de 'modernización', que para Ferrando es «una auténtica pena, porque la simplicidad de su origen es mucho más bonita y la gracia está en mantener ese encanto que las hace diferentes», opina. «Son edificios protegidos pero las fachadas están cambiadas. No se piden permisos ni tampoco se vigilan, a pesar de su valor arquitectónico. Están hechas por el mismo que ideó Bombas Gens o la fachada del Rialto», explica. La autoría de Borso se evidencia en matices comunes entre estas construcciones, como «los detalles del porche», según la propietaria. Una elegante bóveda cubierta de vegetación lleva hasta la puerta de entrada, también original, marcando un pequeño recorrido que permite apreciar de cerca las rejas de la ventanas que se instalaron en su día en las viviendas.
El exterior no es todo lo que ha cambiado en los chalés reformados, aunque Marisa ha logrado mantener íntegra la estructura planteada por Borso. Las casas originales, de 118 metros cuadrados, contaban con la cocina, comedor y aseo en la planta baja, donde también había un porche que se comunicaba con el patio de la parcela y que en muchas ya no existe. En el piso superior, al que se sube a través de tres tramos de escalera, están los dormitorios y otro baño. Las viviendas ya contaban con instalación de gas y el arquitecto incluso ideó un sistema de abastecimiento de agua a través de un pozo comunitario, construido en 1943 y se utilizó hasta que, años más tarde, la tía de Marisa falleció en la casa por tifus. «Hubo que precintar el pozo y desinfectarlo, dejó de usarse pero aún se conserva su entrada», relata.
Algunos han optado por redistribuir la vivienda, como en el caso de Jorge, que ha creado un espacio diáfano e introducido un amplio ventanal para aprovechar aún más la luminosidad del conjunto. A simple vista se aprecia que la luminosidad era uno de los objetivos de Borso, que plasmó amplios ventanales alargados en la estancias con un sistema de ventilación cruzada. «Están muy bien distribuidos, entra muchísima luz y destaca entre los remates de madera que se escogieron», comenta Marisa. El interior de su hogar conserva la carpintería inicial y los marcos en este material siguen tanto en las puertas como en las ventanas, que comenta haber reformado recientemente de forma muy cuidadosa. «Es el único cambio que he hecho en la casa», explica. Y lo ha realizado como medida ante una problemática de la que asegura «no estar recibiendo ninguna solución por parte del Ayuntamiento, a pesar de las quejas».
El crecimiento acelerado de la zona urbana implica una mayor necesidad de transporte: nuevas rutas y horarios más extensos para los autobuses municipales, que circulan constantemente por una zona que destaca precisamente por su tranquilidad. «He tenido que cambiar las ventanas de la planta superior porque cada vez que pasa el autobús hace un ruido insoportable», lamenta. Las casas se construyeron hace décadas en unas calles que no estaban planteadas para albergar la vida que tienen ahora, por lo que los materiales no tienen la capacidad de insonorización ni resistencia de las nuevas construcciones. «Nos llevamos quejando desde hace tiempo, pero todo sigue igual y es inaguantable. Te despierta todas las noches», asegura la propietaria. «Aún así, he decidido no poner persianas para no cambiar en nada fachada», indica.
«Era una zona tranquila, pero ahora están haciendo un auténtico destrozo patrimonial con el autobús, porque han cambiado las direcciones para su paso», explica la propietaria, que cree que lo más factible sería peatonalizar las calles. Al menos, la problemática supuso una toma de contacto para los vecinos, entre los que no existe demasiada relación de comunidad. «Ahora ya no queda casi nadie que lleve aquí toda la vida o que haya heredado la casa de su familia. La mayoría son vecinos nuevos y no nos conocemos demasiado entre nosotros. Eso sí, la mayoría son propietarios, no hay casi alquileres», explica Ferrando, que atribuye a este cambio de propiedad las constantes reformas en las fachadas: «Han ido variando según sus dueños».
MARISA FERRANDO | PROPIETARIA
Antes de las reformas destacaba la simetría de las casas, construidas de dos en dos, con diferentes parcelas en un mismo edificio. Pero hubo un par de excepciones: «Aunque ahora no se note tanto, si te fijas todas las casas están emparejadas, menos la mía y justo la de detrás, que era del propio arquitecto». La que hoy día es la vivienda de Marisa fue creada ex profeso para sus abuelos, fruto de su amistad con Borso, que también era de Buñol. Los terrenos sobre los que se cimienta el bloque urbanístico pertenecían al abuelo del arquitecto, Eduardo González, que da nombre precisamente a una de las calles de la zona. «Durante los años 40 había en esta calle hasta tres familias del pueblo, pero recuerdo especialmente a una mujer que, según mi abuela, practicaba sesiones de espiritismo en su casa», relata la propietaria.
El entorno ha cambiado bastante desde entonces. El edificio colindante a las casas y todas las fincas que se han construído al final de la barriada «eran antes una acequia, de la que se desvió el agua para la construcción», comenta la propietaria. «Todo lo que había delante era el entorno militar», explica Ferrando, que recuerda con especial cariño una anécdota que le contó su abuela: «Justo enfrente había unas naves que durante la guerra civil se usaron como cárcel. En Buñol había mucho músico en aquella época y había un trompetista que acabó preso aquí -relata-. Se comunicaba con mi abuela a través de la música y según lo que tocaba ella le llevaba comida, ropa… Tenían su propio lenguaje», cuenta su nieta.
Tres generaciones atrás, el grupo residencial era prácticamente un pueblo, donde las calles ni siquiera estaban asfaltadas y los vecinos tenían bastante más relación entre ellos. Delante de la vivienda de Marisa se ponía incluso una falla, que por entonces eran de dimensiones mucho más reducidas que las actuales. «El cartelista Rafael Raga era íntimo amigo de mi padre y nos hizo la maqueta del monumento», explica mientras muestra una foto en la que se aprecia la réplica del edificio de correos realizada por el popular artista fallero. A pesar de la popularidad de estos chalés, Ferrando incide en que no es cierto todo lo que se dice sobre ellos: «No es cierto que fueran construidos para funcionarios. Mucha gente cree estas casas eran para carteros por el nombre de la calle, pero no tiene nada que ver», asegura.
Pasear por las calles de este bloque supone encontrar ditintos colores y formas a cada paso, un panorama totalmente distinto al ideado por el arquitecto y que, aún así, mantiene un encanto difícil de encontrar ahora en plena urbe valenciana. Puede que estas casas ya no parezcan un tranquilo pueblo, pero siguen siendo únicas.
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