![Droga en Valencia | Malvarrosa: «Aquí tenemos la droga por todas partes»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202110/30/media/cortadas/165409547-U12031351027215H-U150994641411qGC-1968x1100@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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J. A. MARRAHÍ
Sábado, 30 de octubre 2021, 00:02
Un hombre sin brazos sale de una casa tambaleándose. Le acompaña otro tocado con gorra y cadenas de oro. Varias mujeres lanzan miradas vigilantes en la calle y desde ventanas enrejadas. «Aquí no hagáis fotos», nos advierte una de ellas. La suciedad que ningún barrendero se atreve a retirar se adhiere pegajosa a la acera en la que un toxicómano de 31 años caía asesinado a golpes el jueves. «Aquí no hay droga. Donde se vende es en unas calles más allá», desvía una de las custodias de los patios. Por supuesto, nadie sabe nada sobre el homicidio. «Lo mataron, pero no lo conocemos. No sabemos quién fue». La ley del silencio, la ley del miedo, impera en Casitas Rosa, la más vergonzosa, descarada y peligrosa zona de trapicheo de la ciudad de Valencia.
Otro muerto más en los temidos bloques de clanes de la Malvarrosa. Y los vecinos de los aledaños ya no pueden más. Llevan años alzando la voz y ven sucederse los gobiernos sin solución, con un tránsito diario de enganchados en busca de su dosis: «Aquí tenemos la droga por todas partes», resume José Antonio Parra, de 65 años.
«No se puede vivir y llevamos 40 años así. Da igual quien gobierne. Se ve que han dicho: 'aquí están porque en algún lado tienen que estar'», lamenta el vecino frente a Casitas. «Y la droga conlleva robos, a la gente mayor la asaltan... Mi hija iba un día a comprar y le quitaron el dinero». Y añade: «Aquí ha habido tiroteos y esto lo sufre todo el mundo». Y no han hecho nada «ni Rita, ni Ribó ni nadie». Conclusión: «continuamos igual».
Santiago es comerciante. Su tienda de alimentación sufre también el deambular «diario» de toxicómanos hacia la 'zona cero'. «Esto es muy molesto para el barrio. Aquí entran también los adictos. Son gente enferma, pero a veces son agresivos. Vienen alterados, con el mono, y entonces llegan los insultos a empleados o clientes». Se trata de «personas de fuera, de otras zonas de la ciudad, que llegan a su punto de venta». Un peregrinaje constante en busca de heroína, coca, hachís.... Para el tendero, las promesas del gobierno del Rialto no se han cumplido. Ni en lo social ni en lo urbanístico. «Ribó está poniendo carriles y eso es muy chulo, pero aquí seguimos igual», sentencia.
El desengaño de los ciudadanos se palpa en cada esquina. A pocos metros, una frutera prefiere ocultar su identidad bajo un seudónimo: Pilar. De nuevo, el miedo a quienes manejan los hilos de la droga a pocos metros de su negocio. «El barrio se degrada sin remedio. Se pinchan entre los coches, en plena calle... Puede que haya un poco más de presencia policial, pero eso no soluciona nada».
Begoña Lluesma, de 50 años, tiene su hogar pegado a los bloques del trapicheo, en Padre Antón Martín. «El que viene a comprar roba y se mete en los patios a drogarse. He tenido que echar bastantes veces a gente así, limpiar jeringuillas... Mi hijo ha convivido con estas escenas desde pequeñito». Y alude a los problemas colaterales, la delincuencia: «Los coches los roban o rompen cristales para coger cosas. Aquí no te puedes dejar nada dentro».
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Similar indignación muestra Ana Gallego, una residente de 60 años. «Se ve que a este pobre lo mataron de una pedrada bien gorda...», describe respecto al reciente asesinato. Horas después, más jaleo en el barrio: «Anoche una mujer empezó a gritar y a llorar. Si es que esto por la noche es el Oeste...» Hace pocos días, «una drogadicta habitual empezó a sacar toda la basura del contenedor. Enterito. Todo esparcido. No sé qué estaría buscando. A veces hay jaleo y tengo miedo de llamar la atención. Vivo en un bajo y no quiero que me incendien la casa con una colilla de cigarro».
Los bloques de la droga «parece que no interesa tirarlos», sentencia la vecina, «y no lo puedo entender». Hay gente «que no se atreve a meterse en los cajeros a sacar dinero por miedo». Días atrás, la mujer se encontró «una bolsa llena de jeringuillas» y últimamente «se están metiendo en los patios y se pinchan en los rellanos o en las terrazas... Si yo tuviera dinero me largaba del barrio. Con pena, pero me iba».
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