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Si esto fuera una guerra, se diría que el frente del norte se le resiste al Ayuntamiento y que es en esa zona de Valencia donde más batalla se le planta, con el apoyo de una Ciutat Vella que actúa como quintacolumnista ante el hastío de barrios como Orriols o Benimaclet o la Malvarrosa, en el frente oriental. Pero como esto no es una guerra y el objetivo de ambos bandos, si los hubiera, sería la mejora de la ciudad, el único análisis posible es que el Consistorio se ha quedado sin tiempo. Seis años de inacción en determinados temas o desatender los barrios para priorizar el centro han terminado por estallarle en las manos a Joan Ribó.
Cómo será la situación que hasta el PSPV presentó hace unos meses una campaña en la que hacían hincapié en la importancia de trabajar por y para los barrios. Declaraciones que ahora se vuelven en contra de los dirigentes de la ciudad cuando Orriols, Benimaclet, Malvarrosa, Ciutat Vella, Penyarroja, Honduras, Cedro, Ciutat Jardí o Patraix ponen pie en pared para plantarse y exigir mejoras en la convivencia o las infraestructuras.
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La inseguridad y la delincuencia en una ciudad donde se cometen 4.000 delitos al mes, el malestar por las obras que se prolongan y las constantes reformas a la movilidad, junto a los problemas de convivencia que ocasionan el botellón y las zonas saturadas por las terrazas, son los motivos por los que los vecinos se han lanzado a las calles. LAS PROVINCIAS reúne a los representantes vecinales de hasta ocho barrios de la ciudad que estallan ante la dejadez y la inacción del gobierno municipal liderado por Joan Ribó.
No es el único causante de este malestar, pero el botellón, descontrolado en últimas fechas, que se ha establecido en hasta 14 zonas localizadas de la ciudad, ha terminado por ser la gota que colma el vaso de la paciencia de los barrios. «Han salido como los toros en un encierro», dice gráficamente un dirigente vecinal en referencia a los jóvenes que han empezado el año universitario con grandes botellones.
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Podría referirse también a quienes colmaban las terrazas, hasta hace una semana engordadas tras la pandemia, que eran de una edad media superior. Y de hecho es la principal queja de los residentes en la plaza de Honduras, así lo reitera Javier Soler, de la asociación vecinal, que insiste en la saturación de terrazas. «Desde las ocho de la tarde hasta más allá del cierre, los ruidos suponen ya un problema de descanso y de salud para todos pero el Ayuntamiento lejos de frenar las licencias de hostelería, concede más», se queja. En la misma línea lo hace Xelo Frígols, de la asociación Ciudad Jardín, que manifiesta su miedo cada vez que un comercio cierra su persiana. «Es que cuando una peluquería, una tienda, un pequeño comercio cierra, sabes que ahí acabará habiendo una terraza o un bar con lo que se traduce en más ruido», protesta la presidenta de los vecinos de un barrio que está pegado a las universidades. También en otro frecuentado por estudiantes y jóvenes, como lo es Benimaclet, hicieron una asamblea para decidir actuaciones tras un fin de semana infernal, como reconocieron los asistentes, mientras que en el Cedro y Honduras tampoco se rinden: continúan las caceroladas.
De forma similar viven en otros barrios donde el problema, aunque no está tan extendido, complica el descanso de los residentes. Es el caso de Nou Moles, donde tienen problemas en Hermanos Rivas y en Cartagena, donde hay dos discotecas. «Son dos puntos con problemas para la gente que quiere dormir», explica su presidenta, Casilda Osa, que también señala la falta de poda: «Los alcorques están que no se puede ni entrar a podar».
En Patraix, por su parte, el problema es que hay varias obras pendientes, de forma similar a lo que ocurre en el Cabanyal, donde el Consistorio aún arrastra la ejecución de fondos europeos. El presidente de la entidad de Patraix, Toni Plá, que es también el vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valencia, comenta que falta rehabilitar edificios y construir distintos equipamientos pendientes. «Sabemos que el Ayuntamiento lo intenta pero la burocracia lo retrasa todo», lamenta.
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Con todo, parecen problemas pequeños si se escucha hablar a los residentes de la Malvarrosa o de Orriols, que mencionan términos que parecían enterrados: venta de drogas, reyertas, okupaciones. Problemas enquistados en ambos barrios que se han alzado en pie de guerra y han salido a la calle en varias ocasiones.
«No nos vamos a rendir, que toda Valencia sepa que estamos orgullosos de ser de la Malvarrosa», proclamó Pau Díaz, portavoz de Amics de la Malva, en la concentración del pasado jueves por la noche. La desesperación les ha llevado a volver a salir a la calle después de 30 años luchando. Y las nuevas generaciones, que vieron a sus padres sufrir, ahora pelean por lo mismo: «Queremos un barrio seguro, donde pasear y andar sin miedo, donde las calles estén limpias de droga y de delincuencia», pedía emocionada y con rabia Verónica Córdoba, vecina del barrio, en la manifestación que realizó el barrio a principios de este mes para reavivar su lucha contra la droga que sigue lastrando al vecindario de la Malvarrosa, sobre todo en las llamadas 'cuatro esquinas', junto a las Casitas Rosa.
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Es sentimiento de orgullo el que comparten en Orriols, donde sus protestas y las constantes manifestaciones, tres en un año, y una concentración ante el Ayuntamiento sirvieron para que los dirigentes municipales pusieran en marcha junto a la Policía Nacional un plan especial de vigilancia en el vecindario, sobre todo en la zona cero, entre las calles Padre Viñas y San Juan de la Cruz.
Desde la asociación de Penyarroja, José Tárrega ironiza sobre cómo el Ayuntamiento «se reúne antes con constructores que con los vecinos». Y si hay un barrio en Valencia en el que estén hartos de las obras es en el de Ciutat Vella, donde a los ruidos por los trabajos en la reforma para la peatonalización de la plaza de la Reina y la de Ciudad de Brujas o el entorno del Mercado Central se une a las molestias por las terrazas, y ahora a la instalación de las cámaras de vigilancia. «No dan una», lamentó Toni Casola, de la asociación Amics del Carme. Lo cierto es que el Ayuntamiento acumula cerca de 9.000 quejas vecinales, más de 1.200 al mes, y la ciudad está en erupción, los barrios no tienen intención de parar y aseguran que seguirán saliendo a la calle.
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