Tan anclada en el pasado, varada como un viejo barco abandonado, está la estación de autobuses de Valencia que no tiene página web. En la entrada de la sala de espera VIP se lee «Sala de uso exclu pasaieros», dado que el tiempo y la desatención se han llevado el fonema «sivo» y el trazo descendente de la jota. Ahora, la Conselleria de Obras Públicas y el Ayuntamiento de Valencia quieren remozar la vieja estación, construida en 1970, para cumplir una de las promesas electorales de Joan Ribó (que, cuando visitó la dársena en mayo de este año, escuchó peticiones de que había que poner más papeleras en la zona de taxis, pero no entró al edificio en cuestión).
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Los locales situados en la entrada y en los bajos de la estación son un museo de negocios que han vivido mejores tiempos. Hubo un estanco, una tienda de cigarrillos electrónicos y, tristemente, un quiosco. Los tres han cerrado. Subsisten una tienda de comida y un restaurante de comida rápida. Y en los bajos del edificio, una casa de subastas que es imposible que parezca más fuera de lugar. En la dársena de autobuses hay una tienda de recuerdos, pero la cafetería está cerrada.
Y es que hay otra más nueva en la parte superior. Esta zona es un cementerio de agencias de viaje, de viejos escaparates cubiertos por promesas de trayectos a Rumanía, Bulgaria o incluso Rusia, con carteles en cirílico abandonados. Por aquí deambula Mario, un joven que viaja a Madrid a ver a su novia. Explica que la comparativa con la estación de la capital es «increíble». «Aquí hay zonas donde no me atrevo a entrar», dice, en referencia a los baños de la parte inferior. Pero, ¿por qué han fracasado prácticamente todos los negocios que se han instalado en la estación?
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Probablemente la respuesta sea multifactorial. Uno de ellos es, evidentemente, la edad de la estación y el abandono al que ha sido sometida. Faltan reparaciones por todas partes, hay cristales rotos y llenos de polvo e incluso las palomas anidan en el interior, entre las alta vigas del tejado construido en 1970. Veintinueve años más tarde, ALSA recibió la concesión durante 75 años, pero el mantenimiento ha sido muy deficiente, tanto que el Consistorio y la Generalitat quieren derribar toda la construcción, edificar encima y mantener únicamente la dársena y el acceso subterráneo. Otro motivo del evidente deterioro del inmueble es la falta de poder adquisitivo de no pocos usuarios de autobús. Es el medio de transporte más asequible para viajes de larga distancia: unos 100 euros para un trayecto, eso sí, de más de dos días entre Valencia y Rumanía, por ejemplo, mientras que el billete de avión puede costar fácilmente el doble.
«Ahora está hecha un asco, pero es que antes estaba mucho peor. Había días que me daba miedo salir de aquí por las noches», reconoce una empleada que prefiere mantenerse en el anonimato. Los taxistas de la puerta admiten que las instalaciones son muy mejorables, mientras que los vecinos no ven el momento de que se rehabilite el edificio. «¿Van a tirarlo? Menos mal, esto es de otro tiempo», dice Carlos, residente en la misma avenida Menéndez Pidal, que pasea al perro todos los días por los alrededores de la estación: «No te creerás lo que he visto por aquí».
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En cualquier caso, esas mejoras por las que claman prácticamente todos quienes viven o trabajan cerca o en la misma estación tardará en llegar. Mientras tanto, las pantallas que anuncian los autobuses y las horas de salida de la planta inferior seguirán sin funcionar, el aire acondicionado y la calefacción de la sala «VIP» irá sólo de vez en cuando y un ala entera de la parte inferior seguirá cerrada porque directamente no hay vida en su interior. La estación, mientras, está parada en el tiempo a la espera de volver a latir.
Estación de autobuses de valencia
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