Pablo Alcaraz
Martes, 8 de agosto 2023, 01:01
El mercado de Torrefiel, situado cerca de la ronda norte, es uno de los más alejados del bullicio diario del que presumen los grandes comercios del centro de Valencia. Este recinto ocupa todo el perímetro de una pequeña manzana rectangular. Sus entradas laterales recuerdan ... a las de un iglú por su forma semicircular y textura blanquecina. Dentro, un pasillo silencioso y dos bancos solitarios actúan como recibidor de la sala donde están asentados los puestos de venta.
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Un par de ancianos se refugian del calor en el interior del recinto. Los dos hombres, sentados en los bancos, miran con indiferencia a ambos lados del corredor. Hay establecimientos poco habituales en un mercado tradicional como una tienda de tecnología, una aseguradora o un bar. Prácticamente todos ellos están cerrados por vacaciones salvo la vidriera del bar que hace esquina. Esta vista es el presagio perfecto de lo que espera tan solo unos pasos más adentro.
La estampa del mercado de Torrefiel es la clara representación de lo que viven los mercados municipales de barrio durante los meses de verano. Su clientela habitual se encuentra de vacaciones y únicamente resisten abiertos menos de una decena de comercios. El colorde algunas banderas de países sudamericanos cuelga en las fachadas y el interior de algunos de los locales supervivientes al periodo vacacional. Uno de los responsables de dos de ellos es Manuel, un venezolano que hace un año abrió un negocio de productos típicos de Sudamérica y que sin duda regenta la tienda con el escaparate más colorido.
Este vendedor luce un delantal con la bandera de su país. Tres franjas de color amarillo, azul y rojo y las estrellas de la bandera de Venezuela adornan el torso del vendedor. Manuel, sonriente, atiende a los pocos clientes que se han acercado a comprar esta mañana. «Aquí viene gente de otras partes de la ciudad a propósito para comprar los productos de su tierra», cuenta mientras señala unos quesos de su mostrador. Manuel da difusión a sus productos a través de las redes sociales desde una cuenta llamada Territorio Latino bajo el lema 'Un pedacito de tu tierra'.
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Enfrente de este establecimiento está una carnicería con una gran bandera albiceleste en su fachada en la que María, su dependienta, despacha con Miriam, una vecina de Tabernes Blanques que llena semanalmente su carro de la compra con productos de este mercado municipal. «No recuerdo desde cuando vengo, quizá desde hace más de nueve años», comenta la clienta que afirma venir adrede por el producto fresco que no le ofrecen en las cadenas de supermercados. «La clientela de este mercado es fiel», expresa la carnicera mientras corta un trozo de carne y apunta con el mentón a su clienta. Todo ello acompañando con una sonrisa.
Manuel y María reconocen que, para los comerciantes, los mejores días de la semana son los jueves cuando se instala el mercadillo ambulante en las calles de alrededor, la tarde de los viernes cuando la mayoría de la gente termina su semana laboral y los sábados. Sin embargo, a Miriam, como clienta habitual, no le gusta nada ir a comprar los fines de semana por culpa de las largas colas «en las que se puede llegar a perder media mañana». A sabiendas del aluvión de clientes de cara a los días finales de la semana, la carnicería donde trabaja María ha decidido ampliar su servicio de venta a domicilio con la contratación de un repartidor más y cada sábado el personal se refuerza con dos personas más tras el mostrador para agilizar la atención de las comandas.
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Pablo Alcaraz
Los mercados municipales llevan mucho tiempo en un profundo cambio que genera un desgaste lento, pero continuo, sobre la faceta más tradicional del comercio. Las grandes cadenas de supermercados y los portales de compraventa online esperan al acecho y ganan cada vez más peso frente a unos mercados de proximidad que cada vez muestran más síntomas de su decadencia. El caso del mercado de Torrefiel es muy particular. «Los compradores latinos salvan este mercado», argumentan los comerciantes de Torrefiel. Este público todavía mantiene los valores de ir a comprar a unos comercios de kilómetro cero, unas creencias que la población valenciana ha perdido poco a poco. El pesimismo se apodera de los vendedores, quienes advierten que, a este paso, al mercado «le quedan diez años de vida».
El gremio de comerciantes va más allá de la típica reivindicación para que el Consistorio promocione más los mercados municipales y estos puedan levantar cabeza. Desde Torrefiel explican que el mayor de los problemas son los horarios: «Hace falta renovarlos y dotarlos de mayor flexibilidad para adaptarlos a las necesidades de los compradores». La propuesta que hacen los comerciantes consiste en abrir más tarde por las mañana y cerrar más entrada la tarde debido a que «la cantidad de clientes que acude a primera hora es muy baja». De hecho, muchos de ellos afirman que, aunque la apertura de los viernes por la tarde sea de tan solo tres horas, la recaudación es mucho mejor que la de la mañana. «En este oficio no podemos llevar horario de oficina», concluyen. El exceso de trabas burocráticas y controles a la hora de poner en marcha un negocio dentro del recinto es otro de los aspectos más criticados por los vendedores. Asimismo, estos apuntan a la necesidad de subir las persianas bajadass de los establecimientos en situación de traspaso para incentivar a los posibles compradores. Para ello, también reclaman que los precios y el estado interior de los puestos sean visibles para todo el mundo.
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En mitad del pasillos confluyen dos puestos con historias que representan el pasado y el futuro del mercado de Torrefiel. A un lado está el puesto de aceitunas de Carmen, una veterana con más de 35 años afincada en su tienda, y al otro se ubica la carnicería de Estefanía y Ariel, una pareja de jóvenes que abrieron su establecimiento hace tan solo cinco años. El joven carnicero comenta que, aunque la mayoría de sus clientes son gente de procedencia sudamericana, cada vez más valencianos se interesan por las piezas de carne latinoamericana y por sus tipos de cortes.
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Pablo Alcaraz
En la otra acera del corredor, Carmen se define como una «jubilada activa» puesto que tiene 67 años y lleva cotizados ya 47. Tiene empleada a una trabajadora y dice que será esta quien herede el negocio cuando ella diga basta. Esta comerciante habla de la importancia de conocer a los proveedores para saber de primera mano la calidad de sus productos. Estos le informan de que como consecuencia de las variaciones del clima, si no hay cosecha de aceitunas, Carmen no sabe si va a poder abrir. «Me niego a tener que vender bacalao de piscifactoría», manifiesta tajante la vendedora.
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Una niña corretea por los pasillos mientras su madre paga en la carnicería de la joven pareja de carniceros. En uno de sus imprevisibles movimientos, una anciana tira de reflejos y gira rápidamente su carro para evitar llevarse por delante a la pequeña. La señora sonríe tímidamente y con su mirada parece perdonar la inocencia de la niña.
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