![Partido por las vías. La infraestructura ferrocarril divide la pedanía de La Punta en dos, dejando a un lado la iglesia y el colegio y al otro el centro de salud.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202111/28/media/cortadas/punta1-ksAC-U160103003080z2E-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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La pedanía encadenada a la huerta en tierra de nadie
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Fuera de servicio. Dividida por las vías del tren y la V-30, con escasas dotaciones públicas y estancada por la protección del campo que dificulta negocios o baresSe oyen las campanas pero la iglesia está cerrada, al lado, la carretera y las vías; y no hay nadie por la calle, o lo que se consideraría como tal, porque las aceras son tan estrechas que desaparecen en algunos tramos. Pasan unos turistas en bicileta, también un matrimonio que sale a andar, pero no son del barrio; «todos están de paso, nadie viene a La Punta», comenta Salva, un vecino que nació en La Punta y que hace poco se ha mudado al vecino Nazaret.
Como en sus orígenes, La Punta siempre ha sido esa zona de huerta que sirve de conexión para muchos entre Monteolivete y Nazaret. Ahora, la pedanía sigue encadenada a la huerta por la ley que desde hace tres años protege los campos. Una declaración que con pertensiones de frenar la especulación, ha dejado morir la zona. Los propietarios de esas tierras, atados de pies y manos, no pueden hacer nada ni siquiera para mejorar su actividad.
Así, los vecinos cansados de intentarlo se marchan. «No puedes tocar nada, ni para la huerta ni para otras cosas, ni un nuevo garaje para guardar maquinaria, nada, mucho menos montar un bar, tampoco hacer cualquier reforma en la casa y si el campo ya no lo trabaja nadie en la familia, pues al final se van, abandonan», comenta Salva.
La iglesia no está en una plaza, ni en una calle importante, tampoco sirve como punto de encuentro ni de reunión. Justo al lado de esa parroquia, y para sortear las vías, se inicia allí mismo una pasarela, con los barrotes oxidados y de suelo resbaladizo. Al llegar a lo alto se ven bien claros los retales y remiendos: a un lado los edificios que crecen en altura anunciando la ciudad, al otro, extensión de tierras, casas bajas, y al fondo, las grúas del puerto en el mismo marco en el que se encajan las casitas de los realojados de la ZAL.
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Atravesados por las vías del ferrocarril y dos carreteras, La Punta es esa pedanía donde a base de esos estocazos se ha ido perdiendo todo, hasta ser tierra de nadie. La primera embestida fueron las vías y la carretera dejando la pedanía partida en dos. Sólo unos pocos, algo más de 700 personas, son los que viven entre esos límites borrados ya, saben dónde están y cómo era todo aquello antes de que se perdieran también las acequias que servían de cremallera. «Tierra de nadie, un desastre que han provocado entre todos», dice Vicente, otro vecino, refiriéndose a los políticos y gobiernos sucesivos. Cree que lo primero que le deben a la pedanía es sus verdaderos límites. Después los servicios prometidos.
«Hace un año que aprobaron un plan integral, que se pondrían a mejorar todo esto, con servicios y más atención, pero nada. Es que creo que no hay nadie que se atreva a coger el toro por los cuernos y hacer lo que hay que hacer aquí», protesta de nuevo Vicente mirando a la huerta abandonada. Es ahí donde La Punta sufrió su segunda estocada. «Quieren salvar la huerta dicen», exclama con una carcajada irónica. Y añade: «Y que la trabajen otros, malviviendo, claro así es muy fácil hablar, si quieren salvar la huerta que se pongan a trabajarla y a ver si pueden vivir ellos de esto».
Los campos están abandonados y asegura que a día de hoy son tan sólo tres, como mucho, los que trabajan la huerta en La Punta. «Queda muy bien defenderlo, y mantenerlo, pero a nosotros qué, nos obligan a ser labradores toda la vida, pues no, la gente ha colocado a sus hijos, les ha dado estudios, un trabajo lo que sea, y la gente joven se ha ido, pero además, quién se va a quedar, si no te dan licencia para hacer nada», se queja.
Sin bares, sin comercios, sin servicios públicos y con hora y media de espera para el bus de la línea 15 que conecta esta pedanía con la ciudad. Por eso los vecinos están acostumbrados a esperar o a buscar alternativas. Y asumen que hasta para ir a la farmacia, al médico o a comprar, tendrán que cambiar a otro barrio. A pesar de todo, la tranquilidad es quien les gobierna y para muchos después de la pandemia eso ha sido «un lujo». Con esas palabras lo describe Teresa, ella vive alli en una casa con un bonito jardín, desde que se casó con su marido. «Poder estar al aire libre, tranquilos, es verdad que no hay nada, y para cualquier recado te tienes que desplazar», reconoce. Otros, también jubilados, del abandono de los campos y solares han rascado un hobby como Paco y Jesús, que se han hecho unos huertos justo donde La Punta ya da paso a Nazaret. «Yo no me meto con nadie y aquí me entretengo», explica Paco.
Testimonios
Con la amenaza siempre en el ambiente, aunque buena parte de la huerta de La Punta está protegida justo al lado se empiezan a alzar altos edificios de vivienda nueva, y los vecinos hacen la suma: «mirá ahí se ven ya fincas y grúas, siempre nos han dicho que todo esto irá fuera», dice Teresa señalando esos altos edificios en construcción que se ven desde su casa. Ella dice que es algo que se escucha entre conversaciones de vecinos o en el bar del barrio de al lado, en Nazaret.
Aún así cree que ninguno de su generación llegará a verlo. «Creo que nosotros ya no lo veremos, así que por ahora procuraremos que no nos hechen, que nos dejen como estamos», pide Teresa mirando al cierlo. Es consciente de que sus herederos no quieren vivir allí, no valoran esa vida que para ella es la más tranquila. «Ellos ya no viven allí y lo que ocurra con la casa después de que nosotos ya no estemos, pues será cosa de ellos, supongo que poca cosa harán con todo este barrio, es una pena sinceramente pero creo que todo esto se acabará con nosotros».
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