En Valencia hay más de un túnel, pero ¿verdad que si hablamos del túnel piensa en el de la Gran Vía Ramón y Cajal? Es, sin duda, el túnel. Ese paso urbano que une más de una ciudad, el que a los pies de la ... calle que recuerda al Nobel parece engullir la ciudad cuando quienes transitan quieren atravesarla. El mismo que parece impulsar hacia un deseado afuera cuando quienes la recorren buscan la salida a la Valencia del otro lado, a la del Ensanche. Dos direcciones, dos ciudades, la que viene y la que va. Ambas custodiadas por El Cid y vigiladas muy de cerca por una esquina. La que señala el cruce de la calle de San Vicente Mártir con la Gran Vía de Ramón y Cajal.
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En ese encuentro de caminos se detiene hoy LAS PROVINCIAS para disfrutar de un recorrido al que está invitado. El paseo obliga a levantar la mirada para contemplar el macizo edificio con balcón de balaustrada que contempla majestuoso un constante paso de coches que no impide una diaria y generosa procesión de peatones que encuentran en esta intersección de valencias la solución que lleva y trae del barrio de Jesús al centro histórico de la ciudad.
Es probable que cuando haya levantado los ojos para disfrutar de esa finca que desafía -ni más ni menos que a la plaza de España- la memoria le haya devuelto una imagen arrancada a Valencia en la primera década de este siglo. Ese edificio durante muchos años se descubría coronado por un rótulo de los que conceden personalidad al territorio que los acoge. Era el de Jabones Catalá, engarce de letras comerciales que permitía al viandante imaginar que dirigía sus pasos por una gran ciudad porque también la suya, como las de las películas, tenía letreros de los grandes, de los que se ven de lejos porque lo que en realidad reclaman es contar a los de cerca sus propias historias.
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No pocos, todavía hoy lo echarán de menos al pisar la esquina que contempla -si no es él quien la mira- el mismo Cid, sí el Campeador. Es una escultura del histórico centinela, obra de la escultora norteamericana Anna Hyatt Huntington, viuda del gran hispanista Archer Milton Hungtinton, regalada a Valencia. Desde el caballo, Rodrigo Díaz de Vivar mira al frente decidido a cabalgar hacia adelante. Allí está inmortalizado, desde que, cuenta el Ayuntamiento de Valencia, se instaló el 3 de marzo de 1964. Es fruto de la fundición exacta realizada por Juan de Ávalos de la pieza de Anna Hyatt Huntington existente ante la Hispanic Society de Nueva York.
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Grandilocuente relato que sin duda concede empaque a un lugar de encuentro que roba la atención cuando los pies se dirigen a las espaldas del burgalés, quien al mirarle parece denunciar que pasa desapercibido, aunque tal vez menos que su vecina escultura de San Vicente Mártir. Allí emprende el túnel su viaje, el trazado que un día perforó las entrañas de la ciudad cuando esta quiso unir la Gran Vía de Germanías con la de Ramón y Cajal y su continuidad con la de Fernando el Católico.
La sociedad de Ruzafa y de aquel Ensanche de principios de siglo XX se unía con solución de continuidad mediante una obra de ingeniería anunciada en 1957 que se abrió al paso en 1962 no sin las críticas, conforme al relato de este periódico, de quienes afeaban a tan magna obra que aquello iba a ser una vía de tráfico y eso que siempre hubo espacio para cruzar andando, un derecho que hoy -mejorado- ha ganado enteros. Aun sabiendo que a algunos no gustó, se hace difícil pensar que el gran agujero que a la vez impulsa y engulle a Valencia no despertara la admiración de hombres y mujeres que avanzaban poco a poco por las calles de una ciudad mutante a la que el túnel de la Gran Vía le abría una puerta.
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Trabajo de ingenieros que tal vez hoy lo sería de sociólogos. Es más probable que fuera de los diseñadores de una ciudad, de urbanistas que en este punto que abre su paso a los pies de la esquina sobre la que un día brilló el rótulo de Jabones Catalá, unieron dos espacios, pero también dos tiempos. Valencia se permite disfrutar de más de una Gran Vía, un lujo que tiene bien asumido. Tanto que su léxico popular, el que reza en su transporte urbano, trae a colación ese concepto que sólo sus habitantes comprenden cuando leen 'Grandes Vías'. Todo certifica, como ya hemos dicho en otras ocasiones, que muchas ciudades construyen la gran ciudad. Cada esquina encierra una Valencia. Acérquense a la de hoy, merece visita.
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