El taxista tuerce el rostro al indicar la dirección: el 262 de la avenida Constitución. Un edificio que ya es famoso en Valencia. Completamente asediado por residentes ilegales que han hecho suya la finca. A primera hora de la mañana, la calle permanece en silencio. ... Los vecinos apuran uno de sus ratos libres para tomar café en el bar de la esquina. Algunos esquivan contestar. No quieren dar su opinión sobre el número 262.
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Los pocos que hablan lo hacen sin alzar la voz. Aunque se haya comentado muchas veces la indignación de los vecinos por esta situación, gran parte del problema permanece oculto incluso para los residentes. Olga entra con prisas a su casa en el edificio colindante a la finca okupada. Se mete en el rellano intentando que no la oigan. Luego, se descubre como una de las más afectadas. «Han intentado entrar dos veces a mi casa. La primeras fue en noviembre del año pasado y la segunda hace menos de un mes», cuenta aterrada.
La mujer de 43 años vive en el ático. Como asegura, los residentes ilegales no se dan con satisfechos con tener una finca para ellos solos sin tener que pagar facturas. Al parecer, aprovechan para saltar desde la parte de arriba a los edificios más cercanos para tratar de robar.
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Desde la primera vez que notó que entraban extraños en su casa, Olga no duerme bien. Tampoco sus hijos. «Lo denuncié a la Policía pero no ha prosperado». Así que, al ver este resultado, la segunda vez que intentaron allanar su vivienda guardó silencio. «Lo único que quiero es que los echen de ahí», confiesa Olga.
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De su bolsillo ha tenido que pagar cámaras de video vigilancia, alarmas y cerrojos para impedir que vuelvan a intentar a entrar. «Vivo con miedo. Me he gastado 800 euros en seguridad», narra la mujer. Al parecer, no es la única que no puede dormir por las noches. Otra de las vecinas que cuya casa está pegada al número 262 también sabe lo que es despertarse en mitad de la madrugada mientras intrusos tratan de acceder a tu morada. «Ella lo denunció pero creo que tampoco ha prosperado el caso», cuenta Olga. Pero, «la situación que nosotros vivimos los vecinos de las plantas bajas no los conocen. Sólo nos afecta a nosotros», lamenta.
Vive con la incertidumbre re de que un día, la presencia de los okupas que tiene por vecinos consigan entrar en su casa y la situación trascienda más allá de pasar un mal trago. Olga ni siquiera puede descansar en su propia casa.
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Transitar la acera en la que los residentes ilegales se extienden «es imposible por la noche», cuenta la vecina. Tiene un hijo de 17 años y tiene pavor a que vuelva a casa sólo por la noche porque el ambiente no acompaña a una caminata tranquila. La mujer prefiere dar respuestas cortas. «Que utilicen el edificio para hacer alquileres sociales pero que les cierren esto», dice enfadada.
En la fachada del 262 de la avenida Constitución hay ventanas rotas. No es fruto del azar. «Hay una vecina que se pone a dar golpes por la noche. Chilla que le están pegando pero cuando llega la Policía todo está normal», cuenta. Tras pocos minutos de conversación, Olga regresa a su vivienda. Pasan unos segundos. Los suficientes como para que le dé tiempo a subir a su ático, encender las alarmas de seguridad y echar el cerrojo. El teléfono suena. Es ella. «Teníamos detrás a dos mujeres que son amigas de los okupas. Vete de ahí y ve con cuidado por favor», avisa con ternura la mujer. Después, cuelga.
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Se refería a dos chicas jóvenes que estaban sentadas en el único bar de ese tramo por la avenida. Era fácil diferenciarlas del resto de vecinos. Bajaron a desayunar sin haberse desprendido del pijama. Pero no dicen ni una palabra ni interrumpen la conversación. Mantienen una charla animada. Sin preocupaciones.
En el mismo establecimiento está Toni. El hombre mira a ambos lados de la calle antes de contar cómo es vivir en este tramo de la avenida Constitución. Una vez que se cerciora de que no hay nadie pendiente de sus palabras, empieza a narrar su día a día. Los escándalos que tiene que soportar cada madrugada. O que cada día amanezca en el número 262 de la misma manera: con un edificio colmado por la suciedad donde el vandalismo y la okupación ilegal campa a sus anchas.
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Aunque la situación sea la misma desde hace años, los residentes ilegales de la vivienda cambian conforme pasa el tiempo. «Esto parece un hotel. Salen unos pero luego entran otros», comenta. No tenía ni idea de la reunión de algunos vecinos de la zona con el concejal del Área de Seguridad y Movilidad, Jesús Carbonell, «Reuniones, reuniones. Nos hemos reunido muchas veces con muchos políticos. Lo importante no es hablar, si no que hagan algo», critica el vecino de 63 años.
No tiene esperanza en que por fin se consiga desahuciar a los residentes ilegales del número 262 de la avenida Constitución «Cuando hay un incendio desalojan la finca y luego les dejan volver a a entrar», dice Toni indignado. A pesar del escepticismo de los vecinos, fruto de la desesperación, el Ayuntamiento se ha comprometido a reforzar la presencia policial en la zona para atajar la okupación.
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