Entre las noticias más antiguas que tenemos de la Albufera en el ámbito literario están las del historiador y naturalista romano Plinio el Viejo, que en el siglo I lo describió como 'el estanque ameno'. Tres siglos después, el también romano Festo Rufo Avieno le dedica versos y lo llama 'Palas nacararum', el 'lago de las nácaras', lo que nos informa del reflejo del sol en las innumerables conchas nacaradas de moluscos del fondo, y, naturalmente, demuestra la gran claridad de sus aguas que lo permitían. No como hoy.
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Pero han de pasar doce siglos más para contar con la primera descripción gráfica. Es la que ilustra esta página y se la debemos al artista de Flandes Anton van der Wingaerde (castellanizado como Antonio de las Viñas), quien fue contratado por el rey Felipe II para que recorriera España y realizara para la posteridad dibujos de ciudades, pueblos y paisajes.
Anton, que nació en Amberes en 1512, entró al servicio del monarca español en 1557 y antes que nada acompañó a las tropas hispanas en distintas batallas, como las de San Quintín, Ham y Gravelinas, decribiendo escenas bélicas con gran detalle. Fue, por tanto, un precursor de los corresponsales de guerra.
A instancias del rey, en 1561 se instaló con su familia en Madrid, donde moriría diez años después. Durante ese periodo fue cuando cumplió el encargo real de dejar constancia gráfica de cuantas ciudades pudo visitar y dibujar. La colección abarca 62 obras repletas de minuciosos detalles, entre ellas la ciudad de Valencia y la Albufera.
Anton realiza todos sus dibujos 'a vista de pájaro', como si pudiera ver esos paisajes elevándose a distancia, y el lago lo describe como si dispusiera de un objetivo de gran angular, puesto que abarca la costa valenciana desde el castillo de Peñíscola, por el norte, hasta el Montgó por el sur, y la barra costera que separa la Albufera del mar, 'La Devega' (la Devesa), aparece en primer plano abombada, como se vería hoy mismo en amplia perspectiva con un dron y la óptica apropiada.
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El artista flamenco da pruebas sobradas de poseer también buenas dotes de topógrafo. Ubica con precisión el castillo de Sagunto, así como la desembocadura del Turia, y hacia el sur sitúa Sueca y Cullera. Por encima de la silueta de Valencia, a mitad de la sierra que hoy llamamos Calderona y en la falda del Oronet, coloca el nombre de Serra, y en la vertiente opuesta del lago se ven Catarroja, Silla y Sollana, que ya delimitaban el lago por aquel lado.
En primer plano, en la barra arenosa que fue cerrando la primitiva bahía, se aprecia un pequeño poblado, quizá precursor del actual El Saler, y a la izquierda las salinas reales, que le darían nombre y constituían, junto a la recaudación de impuestos por la pesca, el principal recurso económico para la propiedad de este ámbito, la Corona.
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Hacia poniente, desde las salinas, se adivina un retazo de isla, donde tiempo después se emplazarían los pescadores de Ruzafa que darían origen a El Palmar. No se ven 'golas' ni canales porque la única comunicación que había entonces entre el lago aún salobre y el mar, la gola del Rey, quedaba más al sur, donde hoy está el Mareny de Barraquetes.
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