La rotonda de acceso a Pedralba lo dice todo. Casi no es necesario dar un paso más. Allí mismo hay que dejar el coche; el puente no se puede cruzar y una cinta impide el paso de vehículos. Al bajar, la catastrófica realidad ofrece el primer golpe: huele a barro. Es un olor que quienes lo han aspirado alguna vez saben que nunca se olvida. Huele a dolor. LAS PROVINCIAS ha llegado a la zona cero del desastre, donde empezó todo.
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El paisaje es desolador. Árboles gigantescos yacen tumbados sobre la corriente del Turia en cuyo cauce se ha levantado una isla de lodo que concede nuevo recorrido a las aguas. «Ahí desemboca el barranco de Chiva en el río Turia». Es como decir que en ese punto que señala con el dedo el concejal de agricultura de Pedralba, Antonio Leal , es donde se produjo la fatal explosión de agua que trajo consigo la tragedia. «Este es el punto donde se ocasiona todo. Sobre las siete de la tarde del martes el barranco de Chiva se desbordó, entonces subió el nivel del Turia y en la parte baja del pueblo, en la calle Acequia, empezó a subir el agua».
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«Ya de madrugada sobre la 1,30 horas volvió a subir el nivel del río hasta llegar en esa calle a puntales de cinco metros, un segundo piso». Dicen que más de un metro por encima de la cota máxima alcanzada en la riada del 57. Y desde el martes «hasta el día de hoy –por ayer–, nadie ha venido a ayudarnos». Sólo personal de la Diputación para arreglar la carretera. Siguen «sin agua, sin luz, sin teléfono: incomunicados y con tres personas desaparecidas». Los postes de la luz que recorrían la orilla del río «han desaparecido». Hay mucho que arreglar.
Donde apunta el índice de Antonio Leal se descubre la boca feroz, hoy de barro, del maldito barranco. El choque de aguas debió ser brutal para con las horas convertirse en el monstruo que fue arrasando los pueblos que encontraba al paso, mientras su hermano Magro hacía lo propio en la Ribera. El barranco había recogido las torrenciales lluvias y los aportes de las ramblas de su curso y en Pedralba, cumpliendo con su naturaleza, las entregó al río y éste siguió su curso. Ya sólo quedaba que como se sabe es el agua que llueve arriba la que inunda abajo.
Pero en Pedralba, donde todo empezó en la aciaga tarde del 29 de octubre, también se detuvo la desatada e incontrolable corriente dejando impresa su huella. Aun así hasta allí, también el alcalde apunta que «todavía no ha venido nadie». Eso sí, los agricultores del pueblo han ofrecido su maquinaria y útiles para que se pueda limpiar. La respuesta llegó de inmediato, a la primera llamada. Tampoco faltan los voluntarios. Los del pueblo son todos uno. «Aquí todos somos amigos». Lo atestiguan dos jóvenes hermanos, Jorge y Andrés González, que por su aspecto –manchados de barro– están ayudando a limpiar en casas «en las que el agua llegó hasta el segundo piso, más que en la riada del 57».
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El barro es el escenario en el que los rostros de preocupación han adquirido notorio protagonismo. Este pueblo, como tantos otro se le tendrá que ayudar, no sólo a reanimar las cales, también a recuperar los campos, los puñados de tierra que son la vida de muchos vecinos, y que el Turia ha azotado más que en aquel desastre grabado en la memoria de los valencianos.
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