Uno estuvo aquí, llegó a lucir el escudo del Valencia cuando ya apuntaba para figura con su genial estilo y su particular trasero; el otro vivió y trabajo muy cerca, en Vila-real. Tanto el uno como el otro fueron este sábado los protagonistas de ... la tarde-noche en Mestalla. Ellos, Isco Alarcón y Manuel Pellegrini, tanto nonta monta tanto, liaron un buen sarao en un estadio que iba a convertirse en talismán para los imberbes de Baraja. Entre el buen hacer del bajito mediapunta (aquel del que en su paso por el Valencia se discutía un tanto absurdamente su báscula y su fisionomía) y la sabiduría en la construcción del entrenador chileno, dejaron enmudecido al Valencia y a su gente, justo el día que más felicidad y animosidad había en la previa. El Valencia se las prometía muy felices, confiaba en su gente, en ese embrujo que irradia Mestalla y que duraba desde que el 277 de septiembre se llevó los tres puntos en juego la Real Sociedad.
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Siete meses ha durado esa fortaleza bendita a la que se había aferrado el equipo para lograr lo impensable, colarse por una rendija en Europa. Qué curioso, la Real Sociedad fue el último que le birló los tres puntos, y el Betis el primero que después de tantos meses de alegría, se los vuelve a llevar. Los dos son precisamente los dos rivales a los que les tiene que desafiar el Valencia en este último tirón del campeonato para conseguir subir el escalón que sea.
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A Isco, conviene recordar, se lo llevó en 2011 el Málaga por 6 millones de euros. Su cláusula. Eran tiempos de Emery de entrenador, de Braulio Vázquez de secretario técnico y de Manuel Llorente de presidente. El Valencia no tuvo nunca muy claro cómo debía haber gestionado el futuro del joven jugador, que había llegado a la ciudad deportiva de Paterna con 14 años (2006) y que tenía en la primera plantilla blanquinegra una competencia de cierto calibre. Este domingo, curiosamente, cumple 32 años y él solito montó su propia fiesta de aniversario llevando loco a medio Valencia. Hizo lo que quiso en la myoría de ocasiones y fue el que asistió, con un toque de difícil gestión con el exterior y a bote pronto, para que Ayoze hiciera el primer gol. Se le acabó pronto la gasolina. Su entrenador sabía que el depósito no le iba a dar para mucho más antes de la hora. Pero su fútbol fue una de las claves a las que no supieron hacerle frente ni Pepelu, ni Javi Guerra ni Almeida, ni el resto, porque se movió libremente por donde quiso. El centro del campo del Valencia sucumbió por completo ante los verdiblancos.
¿Y quién tuvo la culpa de ello? Pues mucha responsabilidad fue obra de un señor de 70 años. Vestido con chándal y con pelos que rechazaría Bordalás –el de ahora–, Pellegrini dio una lección de estrategia y de pizarra tanto al Valencia como al propio Baraja, incapaz sobre todo en la primera parte de sacar al equipo del embrollo en el que se había metido.
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Con 478 partidos en España y 171 en la Premier (con el City ganó la liga en 2014), Pellegrino vino dispuesto a aguarle la fiesta al Valencia, en el mismo salón de su casa. Sólo Osasuna y la mencionada Real Sociedad habían osado ganarle al Valencia en Liga (el Celta lo hizo en Copa). Lo trabajó durante la semana y fue capaz de llevarlo a cabo a la perfección (aunque el segundo gol fue de rebote) por un campo en el que han sufrido todos los grandes que este año han pasado. Mestalla ni se lo creía. Con un entradón, empujó sobre todo en el segundo tiempo, cuando el equipo dio síntomas de al menos intentarlo a base de arreones.
A Canós por ejemplo, le pilló la cámara de televisión bostezando en el banquillo. No hay que culparle. La primera parte fue parar ello. Pellegrini, un señor que llevaba entrenando desde 1988 (Baraja por entonces tenía tan sólo 13 años), exprimió ese mayor talento que con diferencia tiene su plantilla. Una lástima.
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Sin minuto contra Lim
La aspiración europea de ver al Valencia de nuevo en el sorteo de la UEFA y de verlo jugar los jueves por la noche es capaz de cambiar o al menos matizar el escenario semi bélico que se vive en Mestalla contra el máximo accionista. El de ayer fue posiblemente el primer partido de los últimos años que Peter Lim podía haber presenciado tranquilamente desde ese palco de detrás de la zona vip al que estaba habituado a venir porque casi nadie se hubiera fijado en él. Es verdad que antes, sobre todo fuera, hubo algunos cánticos, pero dentro, lo de Meriton esta vez pasó más desapercibido que nunca. Para empezar, el gol del Betis cayó justamente en el minuto 19, ese que l grada ha tomado como propio para cargar contra los de Singapur y Miguel Ángel Corona. El remate de Ayoze desbarató el cántico popular hasta dejarlo casi en la nada. Se escucharon algunas voces, sí, pero Mestalla prefirió digerir el golpetazo andaluz y luego pensar en cómo ser capaz de hacer despertar a sus jugadores.
En la segunda mitad, tampoco hubo consignas hacia Meriton, ni Lim, ni Layhoon ni al director deportivo ni a nadie que hoy en día esté en el círculo del poder accionarial. Cuando el Valencia despertó, la gente se puso el mono de faena y empujó lo que pudo hasta ese segundo gol, inesperado que echó todo abajo.
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Una lástima porque se vivió la tercera mejor entrada de la temporada con 46371 espectadores, por debajo tan sólo de los 46571 del Barça y los 47427 del día del Real Madrid. Europa parece que cambia la perspectiva social que hay en el valencianismo.
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