![Donde sueñan los demonios](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201909/14/media/cortadas/FOTO_GRANDE-k0RE-U90143639856NPF-1680x720@Las%20Provincias.jpg)
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Es el día de la fiesta grande en Sorita. Un niño vestido de raso rosa es el ángel y un adulto pintado de rojo el demonio. La pequeña imagen de la Virgen de la Balma contempla los bailes en su honor. Los danzantes, de ambos sexos, visten faldas. Ellas se cubren con vistosos mantones, ellos con camisas blancas atravesadas por dos cintas. Ellas el pelo recogido y adornado con flores rojas. Ellos un pañuelo anudado que sujeta una rama verde de alguna planta aromática. Las niñas pequeñas visten de gitanas y otro grupo, con faldas azules y cestos en las manos, representa a las agricultoras. Parece una danza única pero son tres. Los rostros de los jóvenes delatan la fiesta de la noche anterior, la falta de sueño, el espacio, en la misma plaza donde se prenden las bolas de fuego a las astas de los toros, en este pueblo marcado por el aislamiento y los demonios. A lo lejos se ven las rocas rojizas en cuya oquedad se hizo el santuario, una especie de Petra incrustada en la cueva sobre un paisaje impresionante, en una curva del río Bergantes. Hacia allí se encamina luego la procesión hasta que al llegar a la cruz cubierta Lucifer surge de un recodo envuelto en humo para luchar contra el chaval que viste de raso rosa y caer vencido a su pies para alborozo de fieles y visitantes. Es el momento esperado, la derrota del mal, la hora de seguir con el baile, el almuerzo y la misa. En la antesala, ya bajo la cúpula de roca, reposa la peana de la Virgen junto a un cartel de la CNT, hay una exposición sobre la llegada de la guerra a la comarca, los críos dan cuenta de grandes bocadillos, el diablo y el ángel, ya fuera de sus papeles, posan para las fotos juntos y sonrientes, los jóvenes buscan el abrigo de la sombra en un recodo de las escaleras que conducen a la hospedería; fuera venden turrón, ajos rojos, recuerdos y varios modelos de táper útiles para el inicio del curso escolar según reza un pequeño cartel. El resto del año hasta aquí llegan también personas atraídas por el rumor de los demonios, las leyendas, las historias sobre exorcismos y rituales escabrosos. Es un pasado sin una explicación sencilla.
Existen muchas maneras de enfocar el caso de la Balma. Jeffrey S. Victor, profesor de Sociología en el Jamestown Community College de Nueva York, asegura que los rumores que tienen que ver con el diablo «se entienden mejor como una metáfora cultural» en la que hay parte de verdad, pero no una verdad literal. El más reputado experto en los fenómenos de este santuario Álvar Monferrer habla del aislamiento, del retraso cultural, social y económico. De la descripción de estas tierras se ocuparon en su día Pérez-Galdós y Baroja entre otros autores y, aunque no abundan los estudios antropológicos, se da cuenta en alguno de la elevada tasa de suicidios en la zona a causa del carácter reservado de su habitantes, carentes de válvulas de escape emocional, un caldo de cultivo ideal para fantasmas, aparecidos, demonios y humanos transformados en bestias malignas que se arrastran por las montañas. Aunque quien abre una nueva perspectiva es José Barberán, el ermitaño. Le pregunto por los exvotos (muy abundantes en número y variedad, cabellos, vestidos, fotografías…) que ahora no están a la vista y me explica que se hallan bajo llave, en un cuarto, por orden del obispo, a causa de las quejas, incluso amenazas de denuncia, por la violación de la intimidad que suponía ver las peticiones personales a la Virgen expuestas en fotografías en todo tipo de redes sociales. Y sentencia, no sin razón: «El demonio es internet». Porque ese ruido permanente, amplificado por la red, convertido casi en un chiste gracias a programas esotéricos de televisión que cargan las tintas en los detalles aberrantes, se ha transformado en una maldición, explica Monferrer, que pervive en la memoria popular y tiene una fuerte atracción «como resultado del carácter morboso y de la curiosidad pintoresca que representa».
En el asunto de la fascinación demoníaca de la Balma el pecado original recae sobre un ex seminarista reconvertido en plumilla libertario. Se llamó Alardo Prats y Beltrán y publicó en 1929 «Tres días con los endemoniados. La España desconocida y tenebrosa», un reportaje en forma de libro en el que cuenta los rituales de exorcismo que tenían lugar en el santuario durante las noches previas a la fiesta de la Virgen, el 8 de septiembre. Aquella narración, elogiada en su momento, ha sido copiada y dada por buena hasta hoy a pesar de sus exageraciones porque «no logra resistirse a cargar las tintas sobre los aspectos más lúgubres y truculentos del escenario supersticioso. Pero cabe afirmar, sin lugar a dudas, que las descripciones coinciden con las de autores más comedidos de la época» explica Monferrer quien recuerda que los exorcismos fueron prohibidos durante la República pero solo finalizaron cuando, acabada ya la contienda, un guardia civil, siguiendo órdenes, se colocó en el entrada al santuario y gritó: «¡Aquí no pasa ni dios!». De eso hace mucho, pero la rueda del rumor sigue girando. Porque rituales hubo. De ellos aparecen 24 documentados, desde la «Gorda dels Ibarsos» que, según Prats, «brama como una vaca herida», hasta niños mudos, novias desengañadas (Ruiz de Lihory escribió una novela sobre una de ellas), embrujadas, críos que sufrían mal de ojo e incluso algunos que iban solo a comer tierra «como María la de Boix, del Grao de Castellón». Parece obvio que muchos de estos casos, mujeres en su mayoría, padecían trastornos psicológicos variados de los que, desde la distancia de los años, resulta complejo extraer conclusiones salvo la evidencia de que, señala Monferrer, el 63% son mujeres y todos los niños con mal de ojo «son varones, en una sociedad en la que ser hombre constituye un mejor pronóstico que ser mujer, los afectados por mal de ojo son críos con problemas de salud o crecimiento. En ellos se reflejan los fantasmas de las madres» que pretenden justificar «los defectos y las debilidades que provocan un fracaso en su papel como tales».
Esta es, sin duda, una historia de mujeres. En una doble vertiente, como «poseídas» y como exorcistas. Las primeras nos recuerdan que el demonio y la mujer eran las «dos caras de la realidad del mal», como explica la profesora de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid Beatriz Monzó «desde la caída de Eva podemos comprobar que mujer y demonio se dan la mano en una representación múltiple del pecado, la tentación, la enfermedad, la falta de control, la locura y la transgresión (...) el par demonio-mujer se construye antitético al de dios-hombre; de ahí que la naturaleza débil, maligna, húmeda y pasional de la mujer sea considerada una mala imitación de la figura y naturaleza del varón fuerte, bondadoso, seco y racional, no en vano creado a imitación divina». El ritual de exorcismo lo llevaban a cabo unas viejas conocidas como caspolinas. Atan lazos azules en los dedos del cuerpo convulso sujeto por un hombre fornido, emplean cirios, agua bendita, tierra sagrada de la ermita; se oyen gritos mientras la tocan y va apareciendo la piel desnuda ante la Virgen, rezan y cantan mientras la multitud chilla a los demonios, les dicen por dónde han de salir: «¡Por los ojos no, que se quedará ciega! ¡Por los pies, por las manos, por la punta de los dedos!». La narración es de un médico, Ángel Sánchez Gozalbo, recogida en «El casament del dimoni de Sorita». Cuenta que las sacerdotisas, viejas vestidas de negro en su mayoría, con las cabezas cubiertas, deseosas de nuevos endiablados salen corriendo de la iglesia y se reparten por los caminos atestados de visitantes mientras cuentan el milagro y esperan la llegada de enfermos a los que incorporar a su negocio, una feria de curaciones, sortilegios y supersticiones que acaban convirtiendo la Balma en un circo lúgubre, una especie de festival del exorcismo en el que en dos o tres días de conjuros se obtienen cuantiosos beneficios.
Han pasado noventa años. El paisaje permanece inmutable, roto apenas por una carretera bien asfaltada. Ya no hay masas esperando curaciones, tampoco auténticos diablos. A la izquierda hacia Morella, a la derecha hacia Aguaviva. Que ya es Aragón. El camino desde el pueblo se hace en un rato, aunque la Virgen y los niños viajan en remolques engalanados y tras ellos una procesión de coches. El signo de los tiempos. El sol se levanta con fuerza y golpea la roca y la fachada de piedra del monasterio. La música rompe el silencio imponente del valle. En el horizonte las grandes aspas de los aerogeneradores nos devuelven a este siglo mientras el ángel de raso rosa vence al maligno recubierto de serpientes y sabandijas, lanza vivas a la Vírgen de la Balma, la mujer y madre vencedora. «¡Antes de que tus furias se vayan rodando al abismo, prométenos aquí mismo que no hablarás más injurias contra este objeto tan santo!» dice el ángel. «¡Déjame ir al abismo, que ya no pronunciaré más mal!», grita el demonio. Su voz llega distorsionada hasta la cueva que alberga la iglesia, el techo bajo de roca ennegrecida, ahora en silencio, en un rincón mal iluminado se acumulan trozos de papel con peticiones, fotos de familiares queridos, agradecimientos y plegarias. Abajo, junto a la hermosa Cruz Cubierta, el demonio cae bajo la pequeña espada del niño y su muerte ilumina los rostros. Arriba, la luz intenta abrirse paso entre el círculo de alabastro de las ventanas y una chiquilla curiosa intenta tocar la cara del monaguillo de cartón piedra.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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