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A nuestro alrededor suceden pequeños milagros cada día. Unos, más trascendentes que otros, sin duda. Pero para todos hace falta algo de azar ... y una pizca de fortuna. Ese es el patrón que siguen estas cosas. Hace unas semanas se obró uno en los campos entre Alcàsser y Beniparrell donde el agricultor Asier Rojo tiene buen parte de su producción de vegetales. Unos campos que sufrieron las inundaciones que la dana llevó a través de los barrancos hasta l'Horta Sud en forma de lodo. Allí, en octubre, habían germinado las plantas de guisantes. Pero también los calçots, las habas, las cebollas tiernas y las acelgas rojas. Los primeros brotes de vida de unas verduras que se recogen cuando el invierno se despide del campo. Pero ahí, en ese momento en que la planta saca cabeza y aún no tiene tallos fuertes, como cuando a los bebés les cuesta sostener el equilibrio en los primeros pasos, el agua las encharcó. Un par de semanas después, una vez la tierra puso todo en su sitio, porque para eso es huerta y es capaz de tragar con lo que el cielo le envía, aparecieron las primeras mariquitas y los primeros insectos. También algunas flores adelantadas. Señales todas inequívocas de que la vida verde sólo se había pausado.
En esa primera riada, las flores de los guisantes fueron engullidas por el lodo. Una parte importante de la producción no salió adelante. Aún así, algunas plantas se mantuvieron y volvieron a echar flor. Pero, a mitad de enero, una ola de frío en la Comunitat, las heló, y menguó una ya de por sí producción pequeña. Segundo contratiempo. En marzo, con el nuevo episodio de lluvias que obligó a cerrar colegios, una tercera tanda de flores de guisante se ahogó. Tres tormentas para una verdura tan frágil. «Los guisantes son especiales. Tienen un ciclo de vida complicado. A cambio, son muy valorados; luego los quiere todo el mundo», cuenta Asier. Pero claro, este año no hay para todos. Es materialemente imposible atender las peticiones de todos los restaurantes a los que da servicio en la Comunitat desde Arat Natura, su empresa. «Ando como traficando con drogas. Pero la mercancía son guisantes. Es casi un estraperlo», ironiza. Pero los cocineros y cocineras son muy avispados. En cuanto van a comer a un sitio del que saben que es proveedor, enseguida lo llaman. «No digáis que os lo he servido», dice con apuro.
Con esos pequeños guisantes que han sobrevivido a la dana, a una helada y a una nueva alerta roja por lluvias, un pequeño restaurante del barrio de Patraix, Barbaric, ha hecho un plato en el que el principal ingrediente son estas legumbres verdes. Pero también la emoción de un producto que ha demostrado ser un superviviente. «Álex y Julia nos han ayudado mucho desde la dana comprando producto. Así que la mejor manera de gratificarles esa generosidad ha sido sirviéndoles los guisantes», cuenta Asier emocionado.
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De esas plantas, además, quiere sacar semillas porque está convencido de que la mejora genética va a ser sustancial. La dana afectó a numerosos campos y negocios. Lo ha sufrido en casa. Pero para la tierra ha acabado siendo positivo. Lo irrecuperable son las víctimas. «Los daños para la población son inmensos. Eso no se olvida. Pero para la agricultura ha sido bueno. Con perspectiva, ha sido positivo para las verduras», explica.
Y esta es la historia de un pequeño milagro verde. Uno casi silencioso. Íntimo. Y algo efímero. Porque casi con seguridad, cuando alguien lea estas líneas, esos guisantes ya serán historia hasta el año que viene.
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