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Uno de los numerosos carteles que cuelgan de los negocios que han vuelto a abrir en la zona cero J. L. Bort
«¡Hemos vuelto!»: La extraordinaria normalidad seis meses después de perderlo todo en la dana

«¡Hemos vuelto!»: La extraordinaria normalidad seis meses después de perderlo todo en la dana

Medio año después de la riada, los vecinos de los municipios afectados tratan de recuperar una rutina que se va abriendo paso: ayudas que sí llegan, negocios que ya operan como antes, clientes que vuelven a sus sitios de siempre o casas que vuelven a ser hogares

M. Hortelano

Valencia

Lunes, 28 de abril 2025, 00:50

Nunca tres palabras tuvieron un significado tan balsámico; tan sanador, tan colectivo como los «¡Ya hemos abierto!» que cuelgan de numerosos escaparates y puertas de centenares de negocios de la zona cero de la dana. Una comarca completa que el 29 de octubre perdió a más de 200 vecinos. Pero también la normalidad de la rutina de los centenares de miles de personas que vieron cómo la vida que habían montado se venía abajo. Algo tan mundano como poder ir a comprar el pan o hacer la compra. Tan de siempre como ir a tomar un café o a almorzar a un bar. O a cortarse el pelo a la peluquería. La riada se llevó coches, negocios, casas, servicios públicos...Pero también parte de la identidad como pueblo de algunos municipios que ahora, seis meses después de aquella tarde, quieren volver a la normalidad cuanto antes.

Estos días, cuando uno se aproxima a cualquiera de los pueblos de l'Horta Sud que atraviesa el barranco del Poyo, la naturaleza que se ha abierto paso en la rambla abruma. El agua ha servido de alimento para la desmesura de flores y arbustos, que han dado la bienvenida a la primavera a lo grande, en el mismo curso que trajo la destrucción a esos municipios. Junto a sus orillas, todo está en obras. El cauce está en obras. Numerosos bajos están en obras. Las calzadas están en obras. Las casas están en obras. Todo es una gran reforma medio año después de la riada. Unos trabajos que sólo buscan un objetivo: devolver la normalidad a sus vecinos.

Aunque queda mucho por hacer, numerosos negocios han colgado ya el cartel de abierto en un amplio catálogo de tipografías, tamaños y expresiones para recordar a quienes aún dudan de que la vida sigue, al menos en sus establecimientos. Porque aunque queda mucho por hacer, también se ha hecho mucho.

El barranco del Poyo, lleno del flores. Abajo, carteles que anuncian que los negocios han reabierto J. L. Bort
Imagen principal - El barranco del Poyo, lleno del flores. Abajo, carteles que anuncian que los negocios han reabierto
Imagen secundaria 1 - El barranco del Poyo, lleno del flores. Abajo, carteles que anuncian que los negocios han reabierto
Imagen secundaria 2 - El barranco del Poyo, lleno del flores. Abajo, carteles que anuncian que los negocios han reabierto

Y en esas está Catarroja, uno de los pueblos más afectados. Allí perdieron la vida 25 personas; sin duda el mayor drama de todos los que trajo la dana. Pero las cifras de la devastación material han sido globales. El agua llegó en algunos puntos los 3,80 metros y dejó 650 farolas del alumbrado público perdidas (un 25% de las de todo el municipio), más de 700 árboles, el servicio de alcantarillado destrozado, miles de bajos con negocios y viviendas afectados y casi 13.000 vehículos siniestrados. Sin embargo, el pueblo se encuentra ya en la búsqueda de una extraordinaria normalidad que va llegando poco a poco.

«He recibido todas las ayudas que he pedido. Con eso, hemos podido reabrir con normalidad y seguir viviendo»

Los martes hay mercadito ambulante en la plaza del mercado y en él se vuelven a arremolinar los clientes de siempre en los puestos de siempre. Esos que dan vida a las mañanas del pueblo. Caen unas gotas y automáticamente uno de los comerciantes monta un escaparate de paraguas. Una lluvia que ahora, lejos de celebrarse, se teme. Un recuerdo de la tarde más negra de la localidad. Pero el ir y venir de carritos de la compra no se detiene dentro y fuera del mercado de abastos. En el interior lleva ya más de cuatro meses reabierta La Masereta, el bar que regenta Julián Pardo, y que sirve de epicentro del esmorsaret que a media mañana satisface los apetitos de los que pasan por el centro del pueblo. Pero también congrega a grupos de amigas, ya jubiladas, que han retomado su agenda social. Saludando a una de esas mesas encontramos al concejal de Urbanismo, Martí Raga, que acude a ese mismo bar a tomarse un cortado a media mañana. Allí charla también con Julián, el propietario, como casi cada día. ¿Habéis encontrado ya normalidad seis meses después del 29-O?, les pregunto. «Mi situación ya se ha normalizado», me responde el dueño del bar. «Recibí las ayudas, reabrí un mes y medio después de la dana y ya trabajamos con normalidad», cuenta. Eso sí, reconoce que han pasado por momentos. Picos de trabajo, cuando el resto de bares no habían levantado la persiana, y momentos de menor actividad según iban abriendo los demás. «Cuando comenzaron a venir los clientes fue un subidón. Los recibía con un '¿cómo estás, qué te pongo?' y tuve que cambiar la fórmula porque la gente sólo quería desahogarse», dice. Ya se sabe, los bares son un poco los confesionarios donde muchos acuden en busca de consuelo. Donde se articula parte del ocio. Pero también de los lamentos.

«Esto no ha sido un bache»

Martí, sin embargo, no puede hablar de normalidad. «El pueblo aún no la ha recuperado. La dana no ha sido un bache; ha sido un antes y un después para todo», explica. El edil sabe de lo que habla y le pone cifras a algunas magnitudes. Por ejemplo, a lo que ahora significa el presupuesto de la localidad, de 21 millones de euros. «Cada año sólo tenemos dos millones para inversiones. Sólo el coste de afectación del sistema de alcantarillado es de 70 millones. El pueblo tardaría 80 años en poder recuperarse sin ayudas», señala. Porque, claro, la dimensión ha sido tan grande que reponer todo lo que se ha perdido o averiado es complicado. «Se ha perdido mucho en todas partes y encontrar repuestos o suministros no ha sido sencillo», dice. «No puedo hablar de normalidad cuando los servicios públicos de los vecinos no están recuperados», lamenta. «Hay calles que aún no tienen alumbrado público porque perdimos las farolas». Aunque reconoce que el día a día de Catarroja recupera poco a poco el ritmo. Porque, claro, lo normal es algo relativo. ¿Normal respecto a cuándo; al año pasado o ha hace seis meses». «En mi vida privada, una vez limpiada mi casa y mi despacho y los de mi familia, recuperar la normalidad era poder venir a este bar a tomarme algo. Visualizaba ese momento. Tardó dos meses en pasar», dice.

«En este pueblo la mayoría tenemos red social de vecinos y familiares. En otro sitio habría sido más difícil»

No podemos hablar de normalidad cuando faltan aún servicios públicos: hay calles que todavía no tienen luz»

Y en esa conversación entre Martí y Julián surge un concepto que aparecerá más veces a lo largo de la visita: la red social que se ha tejido en el pueblo. Algo que ha sido de gran ayuda para salir adelante. «En este pueblo la mayoría tenemos red social de vecinos y familiares. Nos hemos ayudado mucho entre nosotros. En una situación impersonal, donde no conoces a tus vecinos, todo habría sido más difícil», cuenta el propietario de La Masereta. «Veníamos de vivir en el primer mundo y todos hemos acabado haciendo cola para recoger comida. Eso nos igualó a todos», reflexiona Martí.

Jesús Signes

Dentro del mercado municipal también continúa ya con su negocio Gema Álvarez, del puesto Sabores. Una coqueta frutería que se completa con una pequeña charcutería con productos delicatessen. Su mostrador de frutas y verduras irradia cariño. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. Lleva detrás de un mostrador desde los 14 años, pero ahora, con 63 las cosas son distintas. La dana ha cambiado radicalmente su panorama laboral. De estar en los últimos años de actividad a tener que empezar de cero. Pero como ella repite varias veces, «no queda otra». Porque no sólo perdió su negocio ese 29 de octubre. También sufrió daños en su vivienda. «A unos nos ha tocado más y a otros menos, pero nos ha tocado a todos», cuenta. Así que una vez ha podido reabrir su parada en el mercado, aún queda la casa. Algo que produce cierto bajón anímico. «Mi casa todavía la tengo sin terminar de arreglar. Cuando llego a casa vuelve a salir el bajón, pero procuro estar al 80%», dice.

«He tenido que volver a empezar con 63 años. Pero, no queda otra. Voy a darlo todo»

«El '¿cómo estás?, antes del ¿qué te pongo?' lo tuve que dejar de decir en el bar»

Aunque su vida está lejos de ser normal como era antes. «Lo he notado en todo. Ha perdido muchos recuerdos que tenía, fotos, muebles que tenía que eran de mi abuela y no se pueden recuperar. Los puedes sustituir por otros, pero no es lo mismo». Aún así, son daños materiales, aclara. No ha perdido a nadie cercano y no para de dar las gracias por ello. Pero su casa, explica, ha dejado de ser un hogar. «Ahora es como la primera vez cuando me hice mi casa hace décadas. Volver a empezar. Al principio tenías que hacerla hogar. Ahora, lo mismo. No tengo ese calor de hogar de una vida. La casa no está vivida», señala. «Tú has pasado, pero ves a alguien que está peor que tú y entonces relativizas». Gema se emociona varias veces durante la conversación y los ojos se le llenan de lágrimas. Pero enseguida se recompone. «Yo soy muy valiente, siempre estoy haciendo cosas. La jubilación no me venía a la cabeza, pero con esto, me he echado un poco para atrás porque me ha pillado con 63 años. Podía haber traspasado mi negocio, pero te ves con esta edad...Voy a echar para adelante, voy a intentarlo porque no me queda otra», se repite.

En el lado bueno, sus clientes han respondido en masa. «Son estupendos. Pero yo me lo trabajo mucho. Le pongo mucho mimo». Ahora, además de despachar frutas, verduras o legumbres, también hace las veces de psicóloga con ellos. Porque a todos les atacan los mismos males ahora: reformas, ayudas, pérdidas...Dice que a ella, hablar con todos los que están pasando por lo mismo, también le viene bien. «Tener el puesto abierto me ha ayudado. Vengo con la misma ilusión que el primer día».

Las matrículas de la letra M

Fuera del mercado, en las calles del pueblo también se ha instalado otro tipo de normalidad. La vial. La que poco a poco ha llenado de nuevo de vehículos las calzadas y las plazas de aparcamiento . Hasta el punto de que ya es difícil encontrar un sitio en el que dejar los coches, con algunos garajes y parking todavía inutilizados. Con los nuevos utilitarios que han servido de repuesto imperan las matrículas que empiezan por la letra M. La que ha rejuvenedido el parque móvil del pueblo a la fuerza. Pero, la normalidad era también para muchos que volviera el tren y el servicio de autobús que conecta la comarca con Valencia. Algo que les ha facilitado los desplazamientos.

Pero también retomar algo de ocio y de deporte. Lo sabe bien Sisco Cumplido, el responsable de Objetivo Cumplido, una sala de entrenamiento funcional junto a la plaza del mercado. El local llevaba apenas abierto ocho meses cuando la tarde de la dana los clientes salieron de allí con lo puesto, a la vez que el agua alcanzaba casi un metro. Pero, con las ayudas que han recibido de todas las administraciones públicas y de las iniciativas privadas que surgieron, han podido volver a reformar su local y reabrir con normalidad. Han repuesto material, maquinaria y el suelo y han vuelto a encontrarse con los deportistas de siempre. «La gente necesitaba venir a hacer su entrenamiento y evadirse un poco de la realidad. Era necesario seguir con la rutina», cuenta el propietario. Aunque para poder volver a abrir haya tenido que ir a buscar materiales fuera dela Comunitat. Es lo que tiene que todo el mundo esté reformando cosas a la vez. Pero lo ha podido hacer con el dinero de las ayudas. «Las ayudas superbién. Todas las que he solicitado las he recibido. Todo lo que tenía que cambiar lo he podido cambiar. Yo no me puedo quejar. La gente necesitaba hacer otra cosa más que quitar fango y esto ha sido terapia para ellos».Y finalmente, ha sido bálsamo para los ánimos. Tanto, que pronto abrirán un segundo local, en un bajo afectado por la dana que los propietarios ya no quieren continuar. Un local en el barrio de La Rambleta en el que el agua subió por encima de los 2,45 metros. A los anteriores propietarios ya no les compensaban los arreglos seguir abierto. Pero es el barrio de Sisco y va a apostar por un segundo local en una zona muy castigada. Allí está su casa, donde las cosas no son tan normales. Su finca sigue sin puerta y sin ascensor.

El arte urbano resurge

Y, tras seis meses, el barro y su carcterítico color marrón han dejado de teñir el paisaje de los municipios afectados. Las fachadas y calles están limpias en su mayoría y algunas paredes están recuperando el lustre anterior a la riada. En la fachada del colegio público Paluzié de Catarroja trabajaba esta pasada semana David Alonso (Alon), un artista urbano de Madrid. Ya había estado en el municipio las primeras semanas de la dana, ayudando como voluntario en las tareas de limpieza. Y ahora, ha vuelto al municipio para hacer un gran regalo a la localidad. Allí luce ya su nueva obra, en la que unas coloridas flores han emergido del lodo.

La salud mental

Porque, al final, volver a la normalidad también es volver a ver las calles casi como eran antes. Haber borrado el color marrón de todo el paisaje. Eso ayuda a mantener una salud mental que se ha deteriorado muchísimo en la zona cero. Según los datos de la ONG Médicos del Mundo, una de las que ha actuado en este tiempo en los municipios, han atendido sólo en los cinco primeros meses a 1.048 personas en 1.818 consultas individuales de atención psicológica. De ese total, 744 de ellas eran mujeres, el 71%. Además, respecto a la edad, el grupo más numeroso corresponde al de las personas entre 35 y 65 años, el 70%. Por otra parte, los datos recogidos en estos meses revelan una realidad alarmante: la carga de los cuidados en el contexto de la emergencia y la post emergencia recae en las mujeres, que además presentan mayores niveles de ansiedad, miedo y tristeza.

La brecha de género en este sentido se hace evidente al analizar los datos de quienes tienen personas a su cargo y la afectación en la salud mental: de las personas atendidas con familiares a cargo, el 77% de las que cuidan de menores, personas mayores o personas con diversidad funcional son mujeres, frente a un 37% de hombres. Entre quienes cuidan de personas mayores, las mujeres triplican a los hombres, 75 frente a 18. La sobrecarga de cuidados podría impactar en la salud mental: el 79% de las mujeres atendidas presentan ansiedad, frente al 73% de los hombres. Esta diferenciación por género es aún mayor entre las personas que aseguran sentir miedo: el 29% de los hombres frente al 44% de las mujeres atendidas.

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