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J. BATISTA
VALENCIA.
Lunes, 18 de marzo 2019, 00:39
La demarcación de L'Antiga fue tomada este domingo por una marea humana que quería disfrutar del mejor monumento del año. 'L'Antiga Jogueteria', el nombre del taller que se representa en la obra, hizo las delicias de un público que no tenía inconveniente en caminar a pleno sol para poder ver la composición al completo. Y es que uno de los aspectos destacados es que se trata de una falla para disfrutar por delante y por detrás e incluso en las escenas segregadas.
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Para algunos como Manuel Gracia, incluso, es mejor la parte trasera. «Aunque todo está montado para que llegues de frente -en referencia a la orientación de entrada a la zona acotada- a mi lo que me ha gustado más ha sido el robot. Porque es casi real, cuesta creer que los cables no lo sean», dijo ayer este residente en Zaragoza que se ha dejado caer por Valencia aprovechando el fin de semana. Lola, su mujer, defendió lo que definió como una «muñeca de porcelana» -situada en la zona delantera- «porque me recuerda a cuando era niña». Ambas figuras tienen un punto en común: el detallismo de la pintura que transmite auténtico realismo.
No fue la única que tuvo evocaciones de otra época, tal y como se comentaba en el ruedo en relación a figuras que sólo conocen aquellas generaciones que rozan los 40, como el He-man o el Mazinger Z situados en lo más alto del monumento, por no hablar de los personajes de Barrio Sésamo.
«Me ha sorprendido cómo se hace la crítica porque parte de un tema como los juguetes, algo inocente que difícilmente puede vincularse con los problemas o miserias de una sociedad», explica Mari Carmen Vila en relación a la reflexión que ha querido trasladar Carlos Carsí con el monumento. Los juguetes (los rotos y los arreglados) sirven de excusa para criticar situaciones reales de la política valenciana, nacional e internacional, o una sociedad que se quiebra y se intenta recomponer y en la que hay voces que creen que todo se puede conseguir con dinero, una feroz bofetada al poder económico.
El público asistente también destaca las reflexiones más cercanas. «Me ha encantado que una de las cosas que critique sea la precaria situación que viven los artistas falleros», señala por su parte Elisa Martí, vecina de la capital.
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La parte trasera también es la zona en la que más cuesta avanzar por culpa de una ruleta nada casual, la que satiriza la decisión de los jurados -viene a decir que se eligen de forma aleatoria- y que incluye guiños a todas las comisiones de la categoría de Especial, lo que provoca que la gente se pare a leer los carteles con parsimonia.
«Más de uno creerá que ayer (por anteayer) la utilizaron para sacar los premios», defiende entre risas Juana Pardos, en referencia a la habitual polémica de todas las fiestas sobre qué monumento hizo más méritos para alcanzar la gloria.
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También tiene mucha acogida la casa de Pin y Pon, que se hace pasar por el chalet de Galapagar de los líderes de Podemos, así como el tablero de ajedrez que recoge los líos de la Familia Real. «La falla es completa, bonita en todas las escenas y te hace reír. Para mi no hace falta nada más», defiende Albert Castell, que coincide con el veredicto del jurado. Él también ha disfrutado escudriñando en la juguetería.
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