![De carnicería a comidas para llevar, la jubilación sin relevo generacional](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/02/1480448972-ktbF-U2205586529UHD-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Cuando José Andreu le preguntó a su hijo qué le gustaría como regalo de Reyes, no dudó ni un segundo: «que me traigas el papel de jubilación». Hace unos diez años, Jose (y su familia) ya tuvo un susto, y el corazón le dio un ... serio aviso. «Me implantaron un triple by-pass, y ahora me doy cuenta de que se puede vivir más trabajando un poco menos». A José Andreu le quedan apenas unos días para jubilarse de su parada en el Mercado Central, que se va a convertir en breve en un puesto de comidas para llevar. Deja huérfanos de vendedor de carne a decenas de valencianos que durante varias generaciones han confiado en él. «Por aquí han pasado madres, hijas, y ahora nietas; las he visto crecer».
José Andreu comenzó con su padre, Paco, cuando dejó de estudiar a los dieciséis años, en la parada de cordero del Mercado Central. Su abuelo, Pepico, ya se dedicaba a vender carne en la plaza antes de que se construyera el edificio modernista que todos conocemos. De hecho, Jose nació en la calle En Bou, y en el bajo tenían el obrador. De ellos aprendió todo lo que tenía que saber de la venta de carne, sobre todo la importancia de ofrecer calidad. «Mi padre quería que cada hermano tuviera su propio negocio, así que con veintitrés años me quedé con la parada de ahí enfrente, donde vendíamos ternera y cerdo, y mi hermano con la de cordero». Poco a poco este carnicero, aprendiendo de unos y de otros, consiguió una clientela fiel que le ha valorado por su trato, por saber aconsejar, por adelantarse a sus deseos, por no tener un mal gesto. «Esto es psicología pura», ríe Jose, que acaba de ser abuelo por segunda vez hace dos semanas.
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Cuando se casó, este carnicero y su mujer estuvieron durante años uno frente al otro, en dos paradas de las que les separaba el pasillo que da acceso al pescado. Jornadas que comenzaban a las seis de la mañana, y que «a veces acaban a las once de la noche». Porque lo duro, según Jose, no es el tiempo que están vendiendo en el mercado, sino las tardes elaborando embutidos, siempre buscando una calidad que le ha valorado la clientela. «Yo quería decirles que me iba, no cerrar de un día para otro, poder despedirme. Eso sí, el 90% están enfadados y me preguntan dónde deberían comprar a partir de ahora. Yo les he dicho que prueben, que cada uno lo hace a su manera…», consciente de que para muchos valencianos, el puchero no sabrá igual.
A Jose le duele el corazón al pensar que las tres generaciones del apellido Andreu que se han dedicado al negocio de la venta de carne se acaba con él. «Mi hijo es ingeniero de telecomunicaciones y, claro, no quiere saber nada de la parada». Le ocurre lo mismo a su hermano, seis años menor que él, que cuando se jubile de su puesto de cordero en el mercado tampoco tiene quien le releve. «Sí, da mucha pena pensar que no hay una continuidad». Y no será porque no lo ha intentado, buscando carniceros que quisieran hacerse cargo de la parada. «Me ofrecía a quedarme aquí, a enseñarles cómo lo hago, para que los clientes pudieran seguir teniendo servicio y el mercado no perdiera un carnicero». No hubo forma.
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Santi Hernández
Cuando hace unos años tuvo que traspasar el otro puesto al dedicarse su mujer a cuidar de su nieta -«con nuestro hijo casi no lo pudimos hacer porque siempre estábamos trabajando»- tardó dos años en encontrar un comprador. Por ese motivo decidió que con 63 años ya era hora de preparar el relevo; cuando comunicó que quería traspasarlo -sin haber encontrado quien quisiera continuar con la carnicería- tardó sólo una semana en tener alguien interesado, una empresa de comidas para llevar. «Nosotros tenemos obrador y una ubicación envidiable, así que ha sido muy rápido». José Andreu hizo números y se dio cuenta de que valía la pena prejubilarse.
Sabe que los nuevos tiempos están cambiando la fisonomía de los puestos del Mercado Central, y cada vez más van tomando posiciones quienes se dedican a los turistas. Al caminar por los pasillos van apareciendo puestos de comidas para llevar e incluso de souvenirs. Enfrente, vendedores y clientes de siempre, que creen que el mercado está perdiendo su esencia.
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