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Piensen en un niño. Ríe sin parar, dice lo primero que le viene a la mente, juega a lo que le gusta. Y vive el presente. No se preocupa del futuro, tampoco le pesa el pasado, así que es feliz. La sociedad nos va colocando capas -algunas parecieran necesarias, no es objeto de debate hoy aquí- que nos hacen perder nuestra esencia, quiénes somos de verdad. Pero el mundo de la gastronomía, como en tantas otras manifestaciones artísticas, está lleno de personas luminosas -mi compañera Almudena Ortuño acertó de pleno con el adjetivo con el que definió a Begoña Rodrigo- que en algún momento han sabido conectar con su niño interior, que no han perdido la curiosidad, las ganas de aprender y, sobre todo, la capacidad de asombro.
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Todos y cada uno de los que subieron al escenario el lunes para recoger un premio de Historias con Delantal son niños que trabajan como si jugaran, así que cualquier reconocimiento lo reciben como un premio a su yo más verdadero. Sin filtros. Porque hay mucha verdad en la cocina de Begoña, una enorme libertad en la de Joaquín Schmidt y tantos sueños cumplidos en cada una de las personas que conforman el universo de Ricard Camarena. También en Paco Solaz, que tuvo que creer en sí mismo más que nadie para sacar adelante un proyecto, el de su puesto en el Mercado Central, que es mucho más que una tienda, aunque él se sienta cómodo en la denominación de tendero. O incluso en alguien como Paquita Pozo, jefa de sala del Riff, que después de haber vivido una infancia de escasez y de crecer sin expectativas, ha conseguido a base de trabajo y mucha personalidad jubilarse con un premio a su trayectoria. Dicen incluso que los niños vienen con un pan bajo el brazo, y a Ausiàs y Feli su recién nacido les llegó cargado con un restaurante que en apenas unos meses de apertura ya ha sorprendido a quienes saben de talentos que comienzan y ha conseguido su primer reconocimiento. Que les hablen de entusiasmo infantil a todos ellos. Comenzando por Ausiàs, que ni siquiera ha cumplido los treinta, hasta llegar a Joaquín Schmidt, que ya ha superado la edad de jubilación y hace lo que quiere y cuando quiere, porque él no va a trabajar al restaurante. Va a ser feliz.
Por este motivo, cuando Jesús Trelis, director de LAS PROVINCIAS, junto a Alfred Costa, director general de À Punt Radiotelevisió Valenciana, lo llamó al escenario para entregarle el premio sorpresa de esta edición, a este chef le saltaron las lágrimas. A ese mismo que salió hace ya mucho tiempo de los circuitos culinarios, que sólo va a los lugares porque le apetece. Que, como un niño, ama a quien le quiere bien. «Qué emoción, me siento feliz», decía Joaquín Schmidt tras fundirse en un abrazo con su amigo Jesús. «Es mágico poder seguir con la ilusión del primer día y compartirlo con la gente que quiero», añadía, visiblemente emocionado. Sin filtros.
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De gente querida, pero sobre todo de casa, de la Comunitat Valenciana, ha querido LAS PROVINCIAS que sean los premios de Historias con Delantal. Casa es aquel lugar donde el niño siempre vuelve a refugiarse. El hogar en el que nos permitimos ser. Lo decía Begoña Rodrigo, que después de un año cargado de premios, este reconocimiento, el de casa, le hacía especial ilusión. Porque hemos venido a romper con ese tópico de que nadie es profeta en su tierra, y por eso Begoña no pudo evitar emocionarse. Primero, porque este reconocimiento fue la constatación de que la quieren en su tierra y, segundo, porque el premio se lo entregaron dos personas muy especiales para ella: Cuchita Lluch, la gran embajadora de la gastronomía valenciana, y Pepe Solla, su pareja y chef de Casa Solla, en Pontevedra, que al igual que Begoña atesora una estrella Michelin en su restaurante, y que viajó desde Galicia expresamente para estar junto a ella en este evento. Los dos coincidieron en la grandísima trayectoria de la cocinera. «Yo creo que Begoña es maravillosa porque evoluciona sin parar, que su momento es ahora, pero que nos queda mucho por disfrutarla», aseguraba Cuchita. Pepe Solla añadía: «no tiene techo». No cree el chef gallego en el talento, sino en cualidades que la cocinera atesora, como su perseverancia, su pasión y su esfuerzo. Así que cuando la chef de La Salita, que este año ha sumado a la estrella Michelin tres soles Repsol, se sinceró sobre el escenario, con la honestidad que siempre la ha distinguido, y contó sus complicados inicios, lo difícil que había sido entender cuál era la forma de ser aceptada en Valencia, felicitó a los chicos de Ausiàs que, sin ser de Pedreguer, sin buscar ubicarse en oasis gastronómicos -«sentimos que este era nuestro sitio, nos movemos mucho por esas emociones»-, han hecho de su cocina una representación del territorio que han elegido, también como familia, y a este pequeño pueblo de la Marina se han trasladado a vivir.
De estos meses abiertos hablaba sobre el escenario Ausiàs, que debe su nombre al gran poeta valenciano: «lo importante es que estamos pasándolo muy bien». Ausiàs y Feli, los dos juntos, en el escenario, recibieron entre sorprendidos y emocionados el galardón de manos de dos grandes de la cocina valenciana, un chef emergente como ellos, Edu Espejo con Flama, y otro ya consolidado, Luis Valls, con dos estrellas Michelin en El Poblet, y que habían sido premiados en la pasada edición. Los chicos de Pedreguer se llevaron además el aplauso de toda la comunidad gastronómica valenciana que se dio cita en la Rotativa de LAS PROVINCIAS, en un gran espacio que se quedó pequeño.
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Desde el escenario miraba Paquita Pozo con incredulidad a quienes la aplaudían después de recibir el galardón por su trayectoria de manos de quien ha sido su jefe durante casi treinta años, Bernd Knöller, y que la definía sobre el escenario como «la leche», sorprendido todavía por el hecho de que se jubilara. Paquita agradeció a LAS PROVINCIAS estos premios porque «ayudan mucho a la gastronomía valenciana y son un poco de todos, porque Valencia está llena de grandes profesionales». Paquita volverá al Riff, lo prometió, pero ya como comensal, porque además no puede estar mucho tiempo sin ver a Bernd y discutir un ratito con él... Tendrá que esperar unos meses, porque el chef alemán confesó que este no era un momento fácil. «No hay paredes, ni techo, no hay nada, así que no sé si he exagerado un poco con las obras...», mientras el público reía con las ocurrencias de un cocinero que siempre ha sido un verso suelto, que ha conseguido el éxito gracias precisamente a estar libre de ataduras, de juicios externos. Y porque, como un niño, nunca ha podido estarse quieto. «El viejo Riff me aburría, por eso lo estoy haciendo nuevo», decía antes de entregar el reconocimiento a quien ha confiado su sala durante tantos años.
Y porque todo esto tiene que ver con las personas, no quiso Paco Solaz, que recogió de manos del productor Asier Rojo, de Ara Natura, premiado en la pasada edición, estar solo sobre el escenario, así que llamó a quienes comparten con él cada mañana el estrecho espacio de la parada del Mercado Central, empezando por su hermana Cristina. «Estoy feliz y me siento orgulloso del equipo humano que hemos formado, porque tenemos una relación muy estrecha y muy buen rollo». La voz se le quebró al acordarse de su madre, de su hermano y de quienes le apoyan cada día, «de Curro, Martina y mi mujer». Porque a pesar de que, como él mismo contaba, a duras penas acabó la EGB de entonces, su pasión por la gente le ha llevado al éxito. Porque no se miden todos los talentos por igual, pero está claro que Paco ha descubierto en esa empatía y ese reconocer al otro su mayor valor. Por eso lo adoran los clientes, entre los que se encuentran grandes cocineros que sentados entre el público le aplaudían y se emocionaban con él.
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También de personas, hablaba el último premio, el del equipo de Ricard Camarena al frente del cual está Mari Carmen Banyuls, su mujer, la que se encarga de la gestión, la que permite que el chef pueda precisamente dedicarse a crear. Y como de niños hablábamos, ahí estaba el gerente de la empresa, José Luis Marín, contando entre risas cómo, recién llegado al restaurante -venía de ser jefe de partida con Quique Dacosta, Martín Berasategui y el Celler de Can Roca- le tocó también ser niñero. Echando la vista atrás, Marín afirmaba: «No nos vamos a quitar mérito, nos lo merecemos». Emocionados por el premio, unas quince personas que representaban a los 150 trabajadores que conforman un grupo que se ha ido haciendo grande poco a poco, y que comenzó, como contaban Ricard y Mari Carmen, con el padre de Camarena fregando platos porque ni siquiera tenían lavavajillas. Jesús Trelis, los colaboradores de Historias con Delantal Santi Hernández y Antonio Llorens y la edil Paula Llobet entregaron delantales para todos. La concejal de Turismo agradeció al sector «que nos abráis las puertas de vuestras casas para hacernos vivir momentos increíbles».
Porque en una época en la que en la sociedad se ha instalado el debate de si la inteligencia artificial nos quitará puestos de trabajo, estos premios demuestran que las Historias con Delantal tratan sobre personas haciendo realidad sueños y volviendo a jugar como niños.
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Dice Bernd Knöller que la cualidad que más ha valorado en estos 27 años de trabajo juntos ha sido la lealtad de Paquita Pozo. Y esa cualidad, unida a una enorme capacidad de trabajo, mitigaron el contraste de dos personalidades radicalmente diferentes. Ella, la guardiana de la tradición, a las órdenes de un chef que revoluciona cada semana su cocina. «Era como un faro en la tormenta», dice Bernd. Paquita ha disfrutado con los clientes más fieles, aquellos que la adoraban tanto como al chef alemán, y Paquita les ha entregado su existencia. Este premio le da la visibilidad que nunca ha querido ejerciendo como jefa de sala.
Pepe Solla fue a su casa a buscarla. Llegó de sorpresa, desde Galicia, para estar a su lado en la entrega de un premio que le hacía especial ilusión. Begoña Rodrigo es apasionada, generosa y perseverante; nunca tira la toalla, ni cuando entró una mujer al abrir el restaurante hace 19 años y le auguró tres meses. Ha sido fiel a su equipo, en el que se mezcla la familia, empezando por su hermano o el padre de su hijo Mik. «A mí me hacía falta esto», decía. Y allí detrás estaba, orgulloso, su tío Paco, a quien recordó cuando en sus inicios le dijo que su carta no estaba a la altura... «Ahora soy mucho menos orgullosa de lo que era entonces».
En los premios de Historias con Delantal hubo risas, abrazos, lágrimas y alguna sorpresa, como la que recibió Joaquín Schmidt, un chef que, él mismo lo reconoce, decidió un día, después de haber tocado techo en la gastronomía, que haría lo que él quisiera. Tanto que sólo cocina cuando quiere, a quien quiere y siempre solo. No hay nadie más en su restaurante. Se ha ganado su libertad, y fruto de esa libertad ha decidido que un día a la semana sus platos más tradicionales se sirvan en uno de los bares del barrio. Joaquín Schmidt estaba muy agradecido el lunes, y no quiso irse sin despedirse de cada una de las personas que trabajaron en el evento.
Ausiàs Signes nació en Barx y creció en una familia que gestionó durante cuarenta años una arrocería, así que sabe qué es arraigarse en un pueblo como Pedreguer. Ya daba muestras de genialidad y como pastelero triunfó en Madrid Fusión en 2022, así que abrir un restaurante propio podía ser muy prometedor, como lo está siendo. Y lo ha convertido en su lugar de juegos, donde experimenta, donde crea, donde disfruta, arrastrando a la familia en su entusiasmo, incluso a su padre, encantado de finalizar su carrera profesional al lado de su hijo.
Recordaba Mari Carmen Banyuls, esposa de Ricard Camarena, el año que abrieron tres locales a la vez, Canalla Bistro, Central Bar y el restaurante que lleva el nombre del chef. «Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que ya éramos muchos». Era 2012, y desde entonces no han dejado de crecer, gastronómicamente de la mano de Ricard, y como empresa con Mari Carmen a la cabeza. José Luis Marín, gerente del grupo, recordaba sus inicios, emocionado y satisfecho, como el resto del equipo que subió a recoger el premio. Viéndolos ahí arriba «me he emocionado hasta yo», decía el chef de Barx, comedido siempre en sus emociones.
Las lágrimas de Cristina Solaz lo decían todo. Una imagen que encierra el cariño entre dos hermanos que llevan toda una vida trabajando juntos, mano a mano, después de haber superado muchos reveses en su vida. Esta es la historia de aquel joven que quería ser tendero, que no le gustaba estudiar, que ¿por qué no podía ser feliz atendiendo a los clientes? Entre ellos, algunos de los chefs que se sentaban entre el público, y que confían en sus productos, porque Paco se recorre la península para visitar a los productores y recomendar los que más le gustan. Lo suyo es vocación.
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