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Sonia Garrido, en la barra de su restaurante en la calle Roteros. txema rodríguez
Restaurantes en Valencia | El restaurante al que los clientes esperaron durante dos años

El restaurante al que los clientes esperaron durante dos años

L'Aplec vuelve a abrir sus puertas en la calle Roteros después de que su dueña, Sonia Garrido, hiciera un parón en su vida profesional para cuidar de su madre enferma

Jueves, 23 de diciembre 2021, 19:41

Sonia Garrido nunca hubiera imaginado que cuando cerró L'Aplec un 13 de marzo de 2020 por una pandemia tardaría casi dos años en volver a abrir su querido restaurante de nuevo. Y no, el motivo no es el Covid-19. Esta historia tiene que ver con bajar de la rueda del hámster en la que todos estamos subidos, donde no hay tiempo siquiera para reflexionar sobre la vida que llevamos.

Hace una semana que Sonia volvió a abrir las puertas de L'Aplec mucho más sabia, mejor cocinera y habiendo vivido una experiencia tan brutal que reconoce que ya no es la misma persona: en este tiempo ha acompañado a su madre en una enfermedad de la que finalmente falleció, y mientras la cuidaba a ella su padre también murió.

Pero volvamos atrás. Sonia nació en Vilanova d'Alcolea, un pueblo de Castellón de poco más de 500 habitantes. No llegó a acabar BUP «por vagancia y por una adolescencia difícil debido a mi condición sexual». Así que su destino fue trabajar, primero en un almacén de naranjas, después de lavaplatos en el Jeremías de Alcossebre. «Allí empecé a fijarme en la cocina, como si hubiera salido de dentro de mí un interés que hasta ese momento no sabía que tenía. Mi madre todavía recordaba estos meses cómo yo era de las que me ponía un trapo en el brazo para que cuando lanzara el calamar a la sartén con el aceite hirviendo no me saltara».

De ahí pasó a trabajar con un tío suyo que tenía un bar; después llegó a Las Eras, en el Grao de Castellón, enchufada, donde «empecé contando mentiras. Mi tío, que era amigo del cocinero, le dijo: 'mira a ver si la ayudas porque tiene muchísimas ganas pero no tiene ni puta idea de nada'». Así que el primer día, cuando tuvo que ponerse a cocinar un arroz negro, con todos los ingredientes preparados, se preguntó cómo iba a conseguir que aquello se oscureciera. «El cocinero, a escondidas, me dio un sobrecito de tinta. Al cabo de nada estaba cocinando treinta o cuarenta paellas al día». Sonia no solo le puso ganas, sino «mucho amor porque, ¿para qué cocinamos si no? Yo quiero que la gente se encuentre como en casa, porque no entiendo al cliente como alguien que viene a dejar dinero, sino que quiere disfrutar. No hay más. Y a las chicas siempre les digo lo mismo: 'lo que tú no te comerías no se lo des a nadie'. Aquí -y mira atrás, a la cocina integrada en un rincón de la barra- está todo abierto, no escondemos nada».

La elección del producto es para Sonia fundamental en su cocina. Y, como buena castellonense, las alcachofas son uno de sus productos estrella.
Imagen principal - La elección del producto es para Sonia fundamental en su cocina. Y, como buena castellonense, las alcachofas son uno de sus productos estrella.
Imagen secundaria 1 - La elección del producto es para Sonia fundamental en su cocina. Y, como buena castellonense, las alcachofas son uno de sus productos estrella.
Imagen secundaria 2 - La elección del producto es para Sonia fundamental en su cocina. Y, como buena castellonense, las alcachofas son uno de sus productos estrella.

Llegó un día en que quiso huir de Castellón tras una relación tormentosa, y puso el pie en Valencia. Recuerda estar en la barra de la Tasqueta, en la calle Trinitarias, esperando a una amiga, y escuchó a la dueña del bar cabreada porque en la cocina alguien le había fallado. Sonia se ofreció y se quedó. Del poco tiempo que estuvo en la Tasqueta se quedó con la salsa de las bravas, una receta que la dueña le cedió poco antes de morir. «Me dijo que era la única que haría esa salsa». Luego llegaron dos bares más, de contratos míseros y horarios leoninos. Si de algo le sirvió aquella experiencia es para ver cómo, al cambiar de restaurante, muchos clientes la seguían. Y eso le hizo darse cuenta de que quizás había llegado el momento de establecerse por su cuenta. Así llegó a L'Aplec.

Estos días, limpiando para volver a poner en marcha el local, Sonia ha encontrado las primeras cartas del restaurante. «Eran dos hojas apenas, con muy poco empezamos». Su cocina ha evolucionado muchísimo, y después de estos dos años todavía más, sobre todo porque el tiempo que ha pasado acompañando a su madre «la he convertido en mi conejillo de indias. Hemos hecho pruebas con diferentes recetas, me ha enseñado a cocinar toda la repostería típica de la familia, le he cocinado muchísimos platos del restaurante que ella no había podido probar…»

Mimo y cuidado en una cocina que potencia el buen producto.
Imagen principal - Mimo y cuidado en una cocina que potencia el buen producto.
Imagen secundaria 1 - Mimo y cuidado en una cocina que potencia el buen producto.
Imagen secundaria 2 - Mimo y cuidado en una cocina que potencia el buen producto.

Queda lejos aquel mes de marzo en el que todos nos confinamos. A Sonia le queda todavía más lejano porque para ella ha sido vivir toda una nueva vida. Le costó volver al hogar donde creció, dejar atrás todo para regresar a la niñez en la que todos nos habitan los fantasmas. A ella también. Visto desde la poca distancia que le dan estos meses y la hora y media que separan Vilanova d'Alcolea de Valencia, ha sido un regalo de la vida, dormir con su madre, volver a sentirse cerca de ella, que le escuche decir que está muy orgullosa de ella, poder hablar de tantas cosas con su padre que habían quedado enquistadas…

Resurgida como un ave fénix, renovada, feliz de volver con recetas sacadas de esa libreta que su madre le ha regalado y con unos cuantos tarros de mermeladas y confituras caseras bajo el brazo como una herencia más valiosa que cualquier joya. Un regalo que los clientes de L'Aplec van a poder disfrutar, porque Sonia es así, entregada hasta decir basta. Y así le han respondido. Estos primeros días lo tiene completo, y eso que no aceptó cenas de empresa; quería que fueran los clientes de siempre, los que han esperado fieles que algún día se volviera a levantar la persiana de ese local de la calle Roteros.

Un lugar decorado con las maravillosas fotos de Txema Rodríguez, servido por Paola, la persona que ha estado todo este tiempo a su lado, a quien sus padres han aceptado, ahora sí, sin reservas. «Mi madre se ha ido tranquila porque ha visto cómo es, porque Paola lo dejó todo también para acompañarme estos dos años que nunca voy a poder olvidar...». Feliz vuelta, Sonia.

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