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Cuando el pasado 3 de abril se estrenaba a nivel mundial la cuarta temporada de La Casa de Papel y a Netflix se le caía el servidor por primera vez en su historia, uno de los protagonistas, Arturito, o lo que es lo mismo, Enrique Arce, estaba confinado solo en su apartamento de El Saler. Eso sí, conectado al mundo, «porque llegué a hacer ocho horas diarias de entrevistas», aunque reconoce que tanto tiempo sin compañía le hizo mella. «Yo creo que llegué a tener algo de depresión», confiesa echando la vista atrás. Todavía sigue en Valencia, ciudad en la que nació, aunque está preparando la maleta para largarse un mes a Formentera y acabar de perfilar el guion de su novela para, acto seguido, en agosto, empezar con el rodaje de la quinta temporada de la serie que le está regalando tantas alegrías. Me lo cuenta metidos en su coche, refugiándonos del viento que estos días se deja notar en la Casbah y cuesta creerlo; este actor que iba para abogado, que dejó todo por una pasión, la de subirse a un escenario, que bajó a los infiernos después de haber alcanzado el éxito, que ahora vive en Los Ángeles y es recibido incluso por presidentes de Gobierno, no mire el reloj para terminar la entrevista y valore más si cabe a esos amigos de Maristas que le siguen tratando como en el patio del colegio.
-Después del confinamiento, el objetivo es el guion de su novela. ¿Cuánto tiene de autobiográfica?
-Yo creo que todas las novelas, aunque sean de ficción como esta, tienen mucho del autor y algunas de las reflexiones que hago sí tienen que ver con la vida, conmigo mismo y con este camino de transformación que en un momento de mi vida emprendí después de que las cosas se me pusieron muy de culo. Para mí esa novela fue el principio de otra novela, una catarsis.
-¿Qué le pasó?
-Venía de una carrera exitosa, había participado en 'Compañeros', 'Periodistas', 'Física y Química'... pero llega la crisis. En aquel momento estaba en Londres, donde me había salido un papel, pero me vienen mal dadas y me refugié en cosas que no tenía porqué. Además, por una conversación completamente estúpida de bar me tocaron la cara, porque con los ingleses no puedes bromear de fútbol. Fue un momento de reflexión, en el que pensé: «he cumplido 42 años, he conseguido alcanzar el éxito pero ahora nadie se acuerda de mí. No tengo pareja, ni hijos, estoy solo en una ciudad en la que no conozco a nadie...», y para mí fue tocar fondo. Dicho esto, tengo que decir que después del coronavirus la expresión 'tocar fondo' ha adquirido otro significado y no lo digo tan alegremente.
-Tocar fondo es muy subjetivo, es cierto, pero les pasa a muchos profesionales cuando han tenido éxito y éste se ha esfumado.
-El dinero empieza a desaparecer, sin visos de que pudiera trabajar en los siguientes meses, y encima con un hematoma ocular. Así que me dediqué a pasear por los bosques de Londres para que ningún español me reconociera, y en esos paseos conecto con la naturaleza de una manera muy especial. Luego supe que aquello era meditación a pie, algo que ahora practico bastante -quiero repetir el Camino de Santiago-. Y ahí me vino la idea de mi novela, que no es otra cosa que la reconexión con la infancia, con amistades perdidas...
-Cuando alguien tiene una toma a tierra así, si el éxito llega después suele relativizarse. ¿Le ha pasado?
-Lo mejor que me ha pasado con 'La Casa de Papel' es que haya llegado después de todo lo que le he contado. Tienes que tener la cabeza muy bien amueblada para que la dimensión de esta serie no te arrolle. Si me llega a pillar en la veintena me hubiera hecho un flaco favor, lo veo en los más jóvenes de la serie. Y más un personaje que genera tanto odio.
-Es cierto, su personaje es odioso.
-Sin embargo, es el personaje favorito de los actores; Álvaro lo ha dicho, que si no hubiera hecho el profesor le hubiera gustado ser Arturo; Nairobi también ha dicho que es el mejor personaje de la serie porque tiene mucho recorrido. Para el público puede ser que el que más le guste sea el más afín, sin embargo, los actores lo vemos de forma distinta. Y este es un personaje difícil.
-Vamos atrás, al inicio. ¿Tenía claro qué quería de su vida?
-Yo empecé en Teatre Jove, con Manuel Ángel Conejero, mientras estudiaba Derecho y Empresariales en el CEU. Sacaba muy buenas notas porque tenía memoria eidética, fotográfica, y para mí era muy fácil memorizarme un tocho y soltártelo como un papagayo, que es el tipo de educación que se premia. Y los profesores no lo creían porque era un gamberro y luego sacaba buenas notas. A mi padre le decían: «nos roba los sobresalientes». Poco a poco, cuando empecé compaginar los estudios con el teatro, mis notas fueron bajando, hasta el punto de que el último año de carrera no lo terminé. Me fui a Nueva York a estudiar Arte Dramático.
-¿Y sus padres lo aceptaron?
-Es que es alucinante lo de mis padres, de verdad. Yo siempre digo que Arce no es una persona, somos tres. Imagine que están pagando una universidad cara, que están a punto de ver cómo su hijo se va a convertir en abogado y economista y un día se sienta y les dice que se quiere dedicar al teatro y no va a acabar la carrera. Mi padre habló con Manuel Ángel Conejero, que le dijo: «su hijo tiene un talento especial y puede vivir de esto». Él me preguntó si yo lo tenía claro, porque iba a ser difícil y caro; le costaba 200.000 pesetas al mes. Años después, paseando por delante del Palau, le digo: «aquí empezó todo… ¿sabes que estáis como una cabra?». Y me contestó: «yo nunca he tenido dudas de que a ti te iba a ir bien, desde que te vi en la primera función».
-Pero le costó.
-Me costó, ya no te digo al principio de mi carrera, sino por ejemplo cuando me fui a Los Ángeles, con treinta y un años y recién separado. Mi padre me tuvo que volver a dejar pasta -y eso que yo ya había hecho 'Periodistas'- porque me estaba dando cabezazos contra la pared, no me salía nada. Y ya ve, al final me abrió las puertas de Hollywood una serie española, a la que estuve a punto de decirle que no.
-Es increíble...
-Había hecho 'Knigutfall' en HBO, y me salió 'La Casa de Papel'. Mi representante me llamó, me dijo que hiciera la prueba, yo no quería, prefería volverme a Estados Unidos. Era 22 de diciembre, sonó el Gordo mientras mantenía esa conversación, y yo, que creo en las señales, le contesté: «vale, pero seis capítulos y me matan, ¿verdad?». Empezamos a rodar, les gustó mucho el personaje, se reían con él porque yo le daba esa parte tragicómica que funcionó y cuando me propusieron seguir dije que sí. Hasta el día de hoy.
-Siempre ha querido triunfar en Hollywood, es cierto. ¿Como es su vida en Los Ángeles?
-Mucho más tranquila que aquí, tengo un puñado contado de amigos, hago senderismo, estoy en casa... En Madrid la vida social es mayor porque asisto a estrenos de amigos y siempre tengo mil cosas que hacer. También aquí en Valencia, donde siento la demanda externa.
-Se ha comprometido con el Valencia, por ejemplo.
-Es una relación casi institucional, me he convertido casi en un embajador en la sombra y me llaman para todo. Para mí es un orgullo poder haber presentado el acto del centenario con Cañizares, conocer a Mario Kempes, recitar el poema del centenario ante 45.000 personas... no lo cambio por nada que haya hecho en cine o en televisión.
-En ocasiones sucede que lo mejor que le da la profesión no tiene que ver con ella.
-A mí me ha pasado, pero es que soy muy valencianista y lo llevo con orgullo. Me recuerda a la época que iba con mis amigos de Maristas a general de pie, donde estaban los Yomus, porque era la única entrada que me podía costear, 500 pesetas.
-¿Le quedan amigos del colegio?
-Mis amigos de verdad son los siete u ocho de Maristas, mañana mismo me voy a comer una paella con ellos. He intentado mantener esa normalidad, creo que sigo teniendo la misma forma de ser a pesar de mi profesión.
-¿A ellos les da igual que sea actor?
-Es verdad que este trabajo te marca en tus relaciones y tengo amigos actores, pero los que conocen a Quique de verdad son los de Maristas y dos del CEU. No me han preguntado nada, creo que les da igual que sea actor, me siguen haciendo las mismas bromas y no quiero que cambie porque me da la vida. No solemos hablar de trabajo, seguimos viéndonos con pantalones cortos en el patio del colegio y más allá de que te vaya mejor o peor en la vida ellos están ahí.
-¿Superó aquel matrimonio fracasado?
-Cuando me divorcié de Cristina mi padre vino a Madrid y nos fuimos a comer los tres juntos, y eso lo rescato y lo pongo en mi novela. Le grabé un vídeo para su hija, que es fan de 'La Casa de Papel', nos llamamos. Para mí el fracaso no va de que dos personas dejen de estar juntas, sino el inflingir dolor a conciencia. No tengo ninguna relación fracasada, tampoco con Gemma Mengual, que me adora y la adoro. Simplemente, creces en direcciones distintas.
-Ahora debe de estar cotizado...
-Con las mujeres no. Tuve pareja hasta finales del año pasado pero con los disturbios de Chile mientras grabábamos 'Inés del alma mía' se ve que pensó que mi vida era muy complicada. Y entre la ruptura y el confinamiento, en 2020 soy virgen, le doy mi palabra (ríe). La verdad es que lo he pasado mal, porque era una persona con la que tenía muchísima afinidad, pero pienso que en cualquier momento aparecerá alguien que me acompañará en otra etapa del Camino de Santiago que es la vida. Y eso es lo maravilloso.
-¿Le ha quedado una espina clavada por no tener hijos?
-Estábamos buscando familia y por ese motivo ha sido más duro para mí, porque yo ya me había visto con hijos, siendo padre, y me veía preparado. De hecho, iba a renunciar a Estados Unidos para vivir en España, pero bueno, si la vida me los quiere dar me los dará. No lo descarto todavía, esa es la suerte que supongo que tenemos los hombres.
-Después de todo, sus padres estarán orgullosos, que valió la pena.
-En esto hay una insaciabilidad por mi parte porque la confianza, el esfuerzo, el riesgo que tomaron conmigo, el coste que supuso, es tan grande que pienso que nunca les voy a poder compensar. Es más, me siento tan en deuda que no creo que ni ganando un Óscar y dedicándoselo puedo sentir que les he devuelto lo que ellos me han dado. Los considero una bendición, porque soy lo que soy gracias a Vicente y Montse. Por ellos lo hago todo.
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