![Enrique Marzal en uno de los salones de su casa, ubicada en la calle Caballeros, un lugar con el que soñaba su madre.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202005/18/media/cortadas/1424682188-k6jH-U110216338690QTB-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Dice que heredó las manos de su madre y la maestría de Carmen Insa, la primera de las grandes indumentaristas valencianas. «Yo hablo con la tela cuando la estoy cortando, y mis empleadas no lo pueden creer», dice Enrique Marzal, entre risas. Este año cumple ochenta y después de que la vida le diera una segunda oportunidad con el cáncer, no tiene tiempo que perder, porque ¿quién sabe qué pasará mañana? Así que Enrique Marzal visita a su Virgen, se rodea de fervor y, cuando le dejen, volverá a esa tienda que tantas alegrías le ha dado, donde ha visto pasar gran parte de su existencia. Como un regalo, porque su lucha no ha terminado, y en unos días volverá a tratamiento. Por el camino le queda el cariño de la gente, el que le devuelven porque él lo regala en cantidades ilimitadas. Y eso que, «lo reconozco, tengo enemigos», pero es que Enrique Marzal no puede ver un traje mal hecho, una tela mal cortada, una anacronía. Y lo dice porque le sale del corazón. Que a él no le van las medias tintas. Todo por su ciudad y sus tradiciones.
-Es obligado preguntar, primero, qué tal está viviendo estos meses.
-Lo bueno es que tengo una casa muy grande, que puedo andar, procuro entretenerme y si es preciso me pongo a planchar, porque la chica no me viene… Es raro, porque siempre he estado en mi tienda, que he sido de los que a las siete me levantaba y a las ocho ya estaba allí.
-Me han dicho que no falta a su encuentro diario con la Virgen.
-Desde que puedo salir mi paseo siempre incluye pasar a verla, porque tuve un cáncer y me encomendé a Ella, y le dije que si salía adelante le bordaría un manto. Y lo hice, lo tienen guardado en el museo y se lo ha puesto varias veces. Los médicos son los que nos salvan, es cierto, pero esa fe, ese fervor… Yo no tenía muchas esperanzas cuando me metieron en la UCI; con paralización de riñones, encharcamiento de pulmones, una neumonía y cáncer en la sangre desde la cabeza hasta los pies. Me dieron seis horas de vida, hace ya siete años. ¿Un milagro? Bueno, lo cierto es que tuve una suerte muy grande.
-¿Qué piensa en esos momentos en que está tan cerca de la muerte?
-Que me había tocado, porque yo entonces tenía setenta y dos años y mi madre había muerto con setenta y tres, también de un cáncer. Y estaba conforme, igual que ahora, que tengo ochenta años, pienso que el día que me toque ya está, se acabó. Así que cuando me despierto por la mañana pienso: «un día más, y me levanto con enormes ganas de vivir y hacer cosas». Estos meses de confinamiento me ha llamado muchísima gente e incluso se han ofrecido en venir a cuidarme, y eso es lo bueno, que me encuentro cobijado. Jose, Amparo, Pilar…
-¿Se siente querido?
-Mucho. Cuando estuve enfermo yo tenía continuamente una persona a mi lado, en mi cabecera, y eso es lo bonito, que si te vas tienes a alguien que te está acariciando, que te está dando ánimos.
Jose ha sido la persona que ha estado a su lado, que está pendiente de que se ponga la mascarilla, que no le deja acercarse a la tienda - «él es una persona de riesgo, así que tiene que ir con mucho cuidado»-, en breve comenzará con el tratamiento de radioterapia y tiene que estar fuerte. Le cuida y le riñe también, y Enrique Marzal lo acepta todo, con su cabeza siempre pendiente del trabajo.
-Si hablamos de indumentaria valenciana, usted ha sido un referente. ¿Lo ha sentido así?
-Puedo presumir de que el jefe de la Casa Real, don Jaime de Alfonsín, me llama de don. Y que cuando se habla allí de indumentaria sale mi nombre. Me siento reconocido, incluso hoy en día. La indumentaria ha sido mi vida, he hecho exposiciones, he hecho zarzuelas y óperas, he vestido a las más grandes... Charo Reina, Lola Flores, Rocío Jurado, Concha Márquez Piquer, Juanita Reina... Y todavía hoy hay gente del sector que sigue viniendo a ver qué pongo en el escaparate, y a mí no me sabe mal, porque yo sí, soy un purista, pero nunca me ha importado compartir lo que sé con los demás.
-¿Cuál es el secreto para llegar a ese punto de reconocimiento?
-El tesón y la verdad, la honradez, el trabajo. Le he dedicado muchas horas al estudio, tengo miles de libros y me he dejado uno por escribir que se llamaba 'La verdad del traje de valenciana, pero después de enfermar lo he ido dejando, aunque ese libro está aquí (se señala la cabeza). Lo bueno es que conservo intacta la memoria, no me hace falta un ordenador para saber dónde se guarda cada traje. Y tengo miles.
-¿Se ha llegado a obsesionar con el trabajo?
-Sí. Cuando venía de una zarzuela me iba directo a trabajar, y antes de abrir la tienda a lo mejor dormía dos horas en una silla. Muchas horas de aguja e hilo, de coser todo a mano, de cortar, probar... Hace ya tanto tiempo de aquello, pero todavía recuerdo mi primera prenda, fue para una chica que servía en casa de mi padrino, y empecé bien pequeño porque mi madre era costurera.
-Tenía a quien imitar.
-Yo nací en una portería de la calle Luis Vives el 15 de diciembre del año 40. Mi madre había tenido catorce mujeres cosiendo en su taller, pero en la guerra tuvo que cerrar y mi padre cayó enfermo de cáncer. Fueron años muy difíciles, pero ella siguió cosiendo para la alta aristocracia valenciana, los Casanova, la familia del conde de Montornés, el conde de Trénor. Y a las diez de la mañana se iba a coser a las casas. Era muy conocida, se llamaba Regina Santafé. Ella me lo inculcó, y eso que siempre me decía: «no cosas, que los hombres no cosen». Pero yo saqué las manos de mi madre y la sabiduría de Carmen Insa, que fue mi maestra. Me gusta decir que las cosas que sé las he aprendido de otras personas mejores que yo, es bueno ser agradecidos.
-Mira atrás y se muestra orgulloso.
-Mire, yo nací de la nada, en una familia que había tenido mucho y lo perdió todo, y sé lo que es acostarme una noche sin cenar. No me sabe mal decirlo porque es verdad, y me repito muchas veces: «Enrique, si tu madre viviera qué orgullosa estaría». Porque habría visto que su hijo ha cumplido muchos de sus sueños y ha seguido su trayectoria.
-¿No lo vio?
-No, se murió ella cuando estaba en Casa Insa, donde ella trabajó también. Si viera ahora donde tengo esta casa... Recuerdo llegar a las ocho de la noche ahí enfrente -se asoma al balcón y muestra el palacio de enfrente de su casa-. Ahí vivía el conde de Trénor y mi madre pasaba mucho tiempo cosiendo ahí, yo venía a recogerla y me decía que su ilusión era tener un piso en esta calle, porque ella había vivido al lado de los jardines de la Generalitat antes de guerra. Me compré esta casa por mi madre; yo creo que me estará viendo y estará disfrutando igual que yo. Si la hubieras conocido… esas manos valían un potosí. Era un don. Y yo creo que lo he heredado. Cuando murió pensaba que me iba detrás, porque cogí una depresión muy grande.
-¿Por qué?
-De los cinco hermanos yo era el pequeño, nací cuando eran ya muy mayores y reconozco que fui siempre el mimado de mi casa. Primero mi madre, luego mi hermana Amparo, me acogieron como las gallinas a sus polluelos. Pero es que yo siempre fui muy sensible, que ya cuando murió mi padre, con cuatro años, me llevaron con mi tía y luego no quería volver a mi casa, decía que se me aparecía. Tenía obsesión.
-¿En qué piensa ahora?
-En que he tenido momentos muy buenos y otros muy malos. Cuando trasladé la tienda tuve que asumir unos gastos enormes, me tuve que endeudar muchísimo, pero como luchador que soy puedo decir con orgullo que hace quince años que no debo nada a nadie, que nadie vendrá a la puerta de mi casa a cobrar. Se lo debo también a mis clientas, aunque alguna, que no voy a decir el nombre, me ha dejado a deber mucho... Pero me lo puedo permitir.
-¿Tiene planes?
-Muchísimos. El primero, celebrar que cumplo ochenta años y cincuenta de profesión. Ya estoy hablando con el Ateneo Mercantil para celebrarlo allí, porque quiero hacer una fiesta a lo grande. He llegado a reunir a mil trescientas personas cuando celebré el décimo aniversario, porque a mí lo que me gusta es compartir mis alegrías con los demás. Ah, y no acepto regalos. Te invitaré.
-Muchas gracias... ¿Ha pensado en cómo le gustaría que le recordaran?
-Como soy, Marsalet, ¿no ves que no he crecido mucho? Pero dicen que la esencia y el veneno se venden en frascos pequeños. ¡Y son caros!
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