Willy Ramos, rodeado de algunas de sus últimas obras. Damián Torres

Extranjeros en Valencia: Willy Ramos

El artista llegó de su Colombia natal a Valencia cuando tenía catorce años acompañando a un misionero y nunca se marchó. En estos cincuenta años, ha construido en la ciudad una existencia plena donde emerge el arte y la vida

ELENA MELÉNDEZ

Jueves, 26 de marzo 2020, 01:02

Podría decirse que Willy Ramos ya es valenciano, pues lleva cincuenta años en la ciudad, aunque en su opinión cuando cambias de sitio te quedas sin raíces y adquieres unas nuevas, pero no eres del nuevo sitio exactamente. «Viajar y vivir en otras ciudades te abre la mente porque descubres que hay cosas bonitas en todas partes», explica el artista, que se ha hecho un nombre en Valencia y aquí creó una familia.

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Willy nació en Pueblo Bello, un pequeño enclave situado en la Sierra de Santa Marta, en Colombia, a casi dos mil metros de altura. Un lugar en su opinión feo y sin mayor encanto que ahora se ha convertido en un destino turístico, pues está más ordenado y cuidado y goza de un clima agradable. «Cuando yo llegué todos los emigrantes sudamericanos cabíamos en un bar llamado el Bovery. No seríamos más de veinte, había panameños, puertorriqueños y, en total, solo éramos tres colombianos».

Perfil

  • Lugar de nacimiento: Pueblo Bello.

  • Años en Valencia: 50.

  • Motivo que le impulsó a venir: una vida distinta, aprender y pintar.

  • Su lema es: El estado de confort no existe. «A quien le va bien no para de trabajar, el éxito es fruto de las horas y el esfuerzo».

En su pueblo vivía un misionero murciano que un día, hablando con su padre, le dijo que necesitaba a alguien que le ayudara con las campanas y los quehaceres diarios. Willy tenía ocho años cuando se fue a vivir a la casa parroquial, momento en el que comienza una vida distinta para él, fuera de su familia. «Empiezo a no juntarme tanto con los chicos del pueblo, yo de por sí era un niño solitario y desde ese momento me paso muchos días anteros solos. Al fraile le gustaba el arte y me compró pinturas y papel, así que con diez años empecé a dibujar».

Cuando Willy tiene catorce años le dan unas vacaciones al misionero y viene con él a España. Aquí visita el Museo del Prado y pasan dos meses en Valencia, donde se instalan en el convento de los monjes Capuchinos y conoce la escuela de Bellas Artes. Aquello le fascinó, así que cuando llega el momento de volver Willy decide que quiere quedarse. «Es la primera decisión importante que tomo en mi vida. Tenía obsesión por pintar y por estudiar, el prior del convento tenía un amigo que se ofreció a darme clases, yo no sabía casi leer y nunca fui al colegio. Él me daba un libros de Sóflocles, de San Juan de la Cruz y de Shakespeare».

Willy está muy agradecido a la ciudad que le admitió en Bellas Artes con quince años y donde hizo el doctorado y la tesis antes de empezar a dar clase en la universidad. Aquí ha desarrollado una carrera artística que le ha llevado a atesorar unas doscientas exposiciones, tanto individuales como colectivas, que ha combinado siempre con la facultad. Para él Valencia es una sociedad muy abierta en la que se te permite crecer y llegar hasta donde te propongas. «Se dice que de aquí han tenido que emigrar los artistas y, si miras la historia y piensas en Juan de Juanes, Sorolla, Pinazo, Luis Vives o Blasco Ibáñez puede que sea verdad, pero en estos momentos es posible vivir y trabajar fuera siempre y cuando te muevas tú, nadie va a venir a buscarte».

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Lugar

  • El barrio del Carmen Es uno de sus entornos preferidos, donde además de concentrar la historia de la ciudad de Valencia, alberga uno de los lugares que más le gusta, el Centro del Carmen. Como buen artista y catedrático de Bellas Artes, adora visitar museos como el IVAM o San Pío V, muy distintos entre sí, pero complementarios a la hora de conocer el arte que se mueve en la ciudad. Además, le gusta la comida de siempre, como una buena paella en Casa Montaña.

En su opinión, Valencia es una ciudad que te inspira para trabajar porque se respira creatividad por los cuatro costados. Para él, el lujo es que todo esté relativamente cerca y se pueda llegar a los sitios andando o en bicicleta o reunirse con los amigos en un bar sin mayores preocupaciones que charlar.

Si tuviera que configurar una jornada ideal para recibir a alguien que viene de fuera lo tiene claro. Por la mañana propondría llegar paseando hasta el San Pío V y a continuación lo llevaría a comer a Casa Montaña o al Ventorro. Tras dormir un poco de siesta irían Centro del Carmen y al Instituto Valenciano de Arte Moderno y acabarían el día tomando un gin tonic en el Carmen.

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«El valenciano es un persona muy acogedora y ante todo te deja hacer. Si quieres integrarte en la sociedad valenciana se te admiten bien, pero también puedes estar al margen y se te respeta, eso se agradece mucho. Tengo muy buenos amigos valencianos». En este tiempo, además, ha visto pasar por sus aulas a los que han sido luego grandes artistas.

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