![Mavi Mestre en la terraza del edificio del rectorado, con vistas a la avenida Blasco Ibañez, un día gris.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202001/07/media/cortadas/LF2TGY21-kFFC-U901151899359MVF-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Lunes, 13 de enero 2020
Esta es una historia de tesón. La de una niña de Oliva a la que le gustaban los libros, que quería estudiar. Esta historia habla del sacrificio de unos padres, trabajadores del campo, que lucharon por un futuro mejor para su única hija. Una historia con final feliz porque Mavi Mestre no les defraudó. Superó cualquier expectativa que hubieran depositado en ella, fue asumiendo reto tras otro, rompió todos los techos de cristal, y desde hace dieciocho meses, cruza cada día el grandioso vestíbulo del rectorado de la Universitat de València. Las cifras que maneja son tan apabullantes como el edificio donde está instalado su despacho: cincuenta y cinco mil estudiantes, cuatro mil profesores, más de cien másters y un patrimonio que se remonta al final de la Edad Media. Y Mavi Mestre en la cúpula, con sus formas amables, hace que lo difícil, su carrera, parezca fácil.
–La primera rectora de la Universitat de València. Suena vertiginoso.
–A mí no me gusta nada ser personalista; los grandes objetivos se consiguen cuando tienes un buen equipo, cuando eres capaz de implicar, de motivar a la gente para que colabore, porque entre todos tenemos que tirar adelante con este gran proyecto. A mí me gusta comentar que cuando algo sale bien el éxito es de todos, pero si hay un problema es en el despacho donde se soluciona. Y, como rectora, tomar la decisión.
–¿Cuáles son las claves para saber gestionar esos momentos, los de los problemas?
–Creo que lo importante es tener mucha capacidad de autocontrol emocional, como nos gusta decir a los psicólogos. Es decir, abordar los temas con la suficiente serenidad, recabar la máxima información y hablar con las personas implicadas, porque solo de esta forma se podrán tomar las mejores decisiones. Analizar pros y contras, porque la impulsividad y la impaciencia no son buenos compañeros. Y, además, intentar consensuar.
–¿Se siente en el punto de mira?
–Me detengo poco en lo que la gente pueda pensar de mí. Soy una persona que me siento bastante segura de mí misma porque me gusta analizar las cosas antes de tomar decisiones. ¿Me siento observada? Claro, pero no tengo miedos. Hay que tener claro que en estos cargos de responsabilidad hay situaciones de estrés, se solapan actos en la agenda y se nos pide un compromiso, no solo con la universidad, sino también en la sociedad.
–Cuando alguien deja un puesto de responsabilidad como este habla del placer de recuperar la agenda propia.
–Es una agenda muy completa, y a veces dices: «bueno, espero tener diez minutos a media mañana para tomarme un café». Pero, sobre todo, necesito espacios para pensar, y con esta agenda diaria no me permite hacerlo demasiado, así que los fines de semana los aprovecho para reflexionar sobre los temas que han quedado pendientes o que queremos impulsar la semana siguiente. Yo llego los lunes con los papeles ya escritos. Eso sí, sin olvidar la conciliación; mi marido siempre ha sido un apoyo muy grande, no hubiera podido asumir los cargos que he ido ocupando sin su apoyo. Además, ahora tengo una nieta de mes y medio y me apetece pasar los fines de semana con ellos. Y si hablamos de familia, estas Navidades serán más especiales, porque ha venido mi hija, que vive en Australia, así que nos podemos reunir todos.
–¿Hasta qué punto ha sido importante ese tiempo?
–A los psicólogos nos gusta decir que es más importante el tiempo de calidad que simplemente el tiempo: estar sin whatsapp, sin correo electrónico, hablando de cómo organizar las fiestas, de las cosas que nos han pasado, si vamos al cine. De aquello que nos preocupa como familia. Y es importante hacerlo sin distracciones.
–Es difícil no preguntarle a una mujer cómo lo ha conseguido. Hay tan pocas ocupando cargos...
–Sí, sé que este testimonio es importante porque nos convertimos en referentes, porque si yo soy rectora, o catedrática, otra mujer lo puede ser, que no somos extraterrestres. La gestión exige mucha dedicación, yo empecé a asumir cargos de responsabilidad, como ser decana de la facultad, cuando mis hijas tenían dieciocho y trece años. Con una niña de dos años probablemente no lo hubiera aceptado. Es cierto que me preparé la titularidad cuando la mayor tenía esa edad y recuerdo que mi marido llegaba de dar clase y se llevaba la niña al parque para que yo pudiera tener la tarde para trabajar. Además, los fines de semana siempre nos hemos turnado, según el trabajo que tuviera cada uno. Es imprescindible esa corresponsabilidad.
–Compartiendo obligaciones es más fácil.
–Hay que romper el estereotipo de que las mujeres son las cuidadoras, ya sea con un hijo o una persona dependiente en casa. En mi caso, la menor tiene una enfermedad crónica que fue muy incapacitante durante dos años. Yo entonces era decana y me planteé dejar el cargo para dedicarme más a ella, pero mi marido dijo: «de ninguna manera». Y decidimos que intercalaríamos los horarios. Por eso no he parado, porque es cierto que la gestión acapara completamente.
–¿Le gusta la gestión? Puede ser muy oscura.
–Es verdad que te tiene que gustar. A mí a veces me dicen: «¿no estás cansada?». Si uno no le pone ilusión a lo que hace esto sería insoportable. Si lo viera como una carga, un día tras otro, no podría. Al contrario, cuando trabajamos con motivación nos cansamos mucho menos, que con las horas que le dedicamos, los actos de representación, ya sean a las tres de la tarde o a las nueve de la noche… hay que verlo como una experiencia, como una etapa importante de la vida en la que conoces a mucha gente que te puede aportar diferentes formas de ver las cosas, de solucionar problemas. Estoy aquí porque quiero, a mí nadie me obliga, así que el día que no me satisfaga lo dejaré.
–¿Se ha considerado una persona ambiciosa?
–Más que ambiciosa me considero una persona comprometida, y lo digo desde mi trayectoria de estudiante; no siento vergüenza al decirlo: he sido responsable, quería estudiar pero sabía que si no tenía un buen expediente no tendría beca y no podría seguir en la universidad. En mi época, además, para una beca salario, que era lo que yo necesitaba, había que tener una media de ocho, así que debía luchar por la matrícula o el sobresaliente.
–Se acostumbró a luchar por lo máximo.
–Nunca he tenido afán de acaparar, no me ha quitado el sueño pasar por delante de otro. No soy nada envidiosa, somos todos diferentes y querer lo que otro tiene hace mucho daño y al final siempre pasa factura. Se trata de mirarse uno mismo a ver qué puede aportar.
–Debía de ser difícil cuando todavía vivía en Oliva pensar que iba a llegar hasta aquí.
–Imagínese. Tuve suerte porque desde pequeña me encontré con maestros que le decían a mis padres: «esta niña tiene que estudiar». Me apoyaron para que pudiera tener «una vida diferente a la que tuvimos nosotros». Si en aquel momento a ellos nadie les hubiera dicho que podía hacerlo probablemente no habría salido de Oliva. Eran otros tiempos.
–¿Han visto sus padres adónde ha conseguido llegar gracias a su esfuerzo?
–Ellos vieron cuando me convertí en doctora, en catedrática, decana… Mi padre ya no conoció mi época de vicerrectora; mi madre sí, excepto lo de ser rectora porque tiene una demencia.
–Supongo que sería mucho más de lo que ellos se hubieran imaginado que podía alcanzar.
–Sí, desde luego, y todavía me emociono, porque es verdad que ellos vivían para que yo tuviera lo necesario para estudiar. Eso me daba una responsabilidad mayor, una gran presión, porque no podía defraudarlos; tenía que entregarme a tope, era muy consciente de que trabajaban solo para eso. Yo creo que eso me ha enseñado a que no me importe asumir presiones, en esos casos me implico más en buscar las soluciones.
–¿Vuelve a Oliva?
–Ahora muy poco. Antes íbamos en verano, pero desde hace unos años vamos a Australia a visitr a mi hija y su marido.
–No le llegó a decir: «¿no tienes otro sitio más lejos?»
–Eso también tiene su historia. Ella estudió Ingeniería de Caminos en la especialidad de túneles. En aquel momento aquí en España empezó la crisis y dijo que ella había estudiado algo en lo que quería trabajar, aunque se tuviera que ir lejos. Y a mí me pareció muy bien, porque pienso que las personas debemos de intentar luchar por lo que nos gusta. Recuerdo que nos dijo que en Australia había posibilidades pero tenía que ir, no valía mandar el curriculum online. Nosotros le dijimos que la apoyábamos, que la íbamos a ayudar en lo que necesitara.
–Qué valiente.
–Sí, mucho, yo me considero valiente y no sé si lo hubiera hecho, la verdad. Y no lo tuvo fácil. Primero le salió un trabajo para construir un hospital, donde conoció al que ahora es su marido, después hizo unas obras de conducción de gas natural, y ahora ya lleva casi cuatro años haciendo túneles en Sydney. Está contenta, aunque viva lejos, porque se siente realizada con lo que hace. Dicho esto, esta profesión, también en Australia, está muy masculinizada y ha tenido alguna situación incómoda con gente del equipo. Que no sucede solo aquí, que en países del primer mundo las mujeres tienen que continuar luchando para asumir cargos de responsabilidad.
El tiempo se acaba, que el reloj avanza y en la agenda hay otro acto previsto. Así y todo, no corta enseguida, y los diez minutosde margen se estrechan. No le da ni para el café.
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