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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Lunes, 2 de diciembre 2019, 01:52
Decía mi compañera de sociedad Begoña Clérigues en una de sus maravillosas crónicas que a los dos grupos de la socialité que existían en Valencia -nobles y alta burguesía- habría que sumar una tercera: a quiénes consigue reunir Ángela Pla con su poder de convocatoria. Quizás porque la empresaria -periodista, fotógrafa, historiadora del arte- representa la apertura al mundo y, a la vez, el anclaje a las raíces que le da su barrio, Ruzafa, donde ha abierto un espacio desde el que se puede ver la casa del Huerto que tantos recuerdos le trae de una infancia apegada a las tradiciones. Ángela Pla tiene ese glamur que le da su interés por la moda y la belleza, pero también por la cultura y la empresa, por su compromiso con Valencia y también por sus ansias de viajar. La periodista ha sabido, además, rodearse de personas interesantes, como Carlos Marzal, Jaime Ayllón, Jaime Siles, Miquel Navarro o Vicent Todolí, con quien su marido, Juan Lagardera, comparte tardes de fútbol.
-Si tuviera que definirlo, ¿qué diría de este lugar?
-Es un proyecto muy personal, resultado de muchos años de trabajo, en los que finalmente me he encontrado con que mi vocación es la empresa y, lo que me gusta, ser empresaria. Se ha convertido en una droga y, en este momento, toda mi vida gira alrededor de este lugar. Encontramos, además, este pequeño paraíso en el centro de Ruzafa, justo al lado del sitio donde yo me crié, en la casa del Huerto, y en este reducto de paz, al lado de la locura de la ciudad.
-No sería, el de convertirse en empresaria, el destino natural de una periodista, de una fotógrafa.
-Crear una empresa te permite generar riqueza, empleo, desarrollar tu potencial y también el de otros, aportar a la sociedad. Para mí es muy inspirador el esfuerzo que supone cada día levantar la persiana sin saber lo que va a pasar; una mezcla de miedo y de adrenalina, conjugado con el no tener que dar explicaciones a nadie y, sin embargo, dar explicaciones a todo el mundo porque mucha gente depende de ti y es una gran responsabilidad.
-Quizás hay un momento en que uno tiene que tener la capacidad de aspirar a lo máximo.
-Soy muy soñadora; me viene a la cabeza esa frase que dice: «cuidado con lo que sueñas porque se puede hacer realidad».
-¿Cómo le ha ido marcando este lugar, Ruzafa, y las personas con las que creció?
-Siempre me he sentido muy valenciana, muy apegada a mis raíces, y cuando pienso en mi infancia me viene a la cabeza Machado: «los recuerdos de un patio de Ruzafa». Mi abuela, que vivía aquí con sus dos hermanas, me marcó mucho, eran mujeres de su época, pero a la vez cultas y preocupadas por viajar, por conocer otras culturas, por la música y la moda. Y por tener siempre abiertos los ojos y aprender. Mi tío, Vicente Monfort, era el más amante de las tradiciones de este mundo y desgraciadamente murió muy joven; yo lo quería con locura. Mi madre es la bondad personificada, maravillosa, la quiero muchísimo. Mi padre, por su parte, es una persona profundamente divertida; para mí es la alegría, la juerga, el espíritu festivo del sur.
-¿Hasta qué punto ha vivido las tradiciones?
-En el año 84 mi madre y yo fuimos fallera mayor y fallera mayor infantil de la falla Pere III el Grande. También me convertí en reina de las fiestas vicentinas de Ruzafa, mientras mi abuela fue honorable clavariesa. Me recuerdo yendo la procesión del Corpus, bailando la Dansà, en la Descoberta...
-No sólo se ha instalado profesionalmente aquí, su casa está también cerca.
-Toda mi familia vive por la zona pero, además, me gusta sentir el barrio, conocer a la gente, pasear e ir a la tienda y que te salude el del kiosco; no viviría en unos de esos grandes edificios donde no conoces a los vecinos. Es más, si me cambiara de casa seguramente compraría una tarta -no la haría yo porque no sé cocinar, en casa lo hace, y muy bien, mi marido- y se la llevaría al vecino para presentarme. Creo que en esta época de redes sociales, que está muy bien, el contacto humano es fundamental.
-En una época en la que se vive tan deprisa es difícil conocer al vecino.
-Pero es que yo creo que hay que tocarse, para mí es sanador poder mirar a los ojos a las personas. La soledad es de las peores enfermedades que tenemos hoy en día, y dentro de la responsabilidad social que toda empresa debe tener, el contar con una sociedad sana es responsabilidad de todos.
-¿Qué le hizo decantarse por el periodismo?
-Empecé Derecho en el CEU porque quería ser diplomática; me gustaba la posibilidad de vivir en otros países y viajar, y es una querencia que sigo teniendo. El problema es que vi la que vía rígida y frígida del Derecho y las leyes no era lo mío. Mi personalidad es más elástica, creativa y comunicativa, y pensé que el periodismo era una vía que se ajustaba mucho más a mí. También la fotografía, como forma de expresión, ha sido muy importante para mí, que luego entronqué con Historia del Arte; imagínese todo lo que me ha aportado en ese sentido una persona tan vinculada al mundo de la cultura como mi marido, Juan.
-¿Se ha considerado una persona creativa?
-Siempre me ha gustado escribir: poesía, historias, guiones de películas que nunca se han hecho, principios de novela. También la fotografía en blanco y negro...
-¿Escribe poesía?
-Bueno, si me oyera Carlos Marzal diría otra cosa. A los dieciséis años era más osada e intentaba hacer rimas, no me atrevería a decir que escribía poesía. Escribir de amores en esa época supongo que es lo que toca.
-¿Es perfeccionista? ¿Cómo se lleva con la Ángela que escribió esas poesías?
-Es que yo creo que nosotros ya no somos los mismos, ya no queda, ni celularmente, nada de la Ángela de los veinte años. Por eso, cuando la observo me produce mucha ternura, me parece muy inocente, sin experiencia, con osadía y mucha libertad, que espero seguir teniendo, aunque con algo más de conocimiento.
-No fue diplomática, pero sí puede vivir fuera de España.
-Nunca he tenido ninguna pereza para viajar, e incluso estuve interna en un colegio en Irlanda con doce años, no tenía morriña de casa. Boston me parecía una ciudad muy interesante y me fui allí a hacer un curso. Pude viajar a Nueva York o veranear en Martha's Vineyard, como los Kennedy, esa familia tan moderna, tan 'cool, con una estética tan maravillosa que siempre me ha fascinado. De aquella época me ha quedado el recuerdo de los cuadros de Hopper, con esa belleza fresca en la que todo es posible.
-¿Sigue viajando?
-Es una afición que comparto con mi marido que, además, tenemos en común el gusto por comer bien; bueno para los sentidos, malo para la dieta. Organizamos los viajes en torno a la cultura y la gastronomía.
-¿Dónde será el próximo?
-Me gustaría que fuera a la Toscana; conozco Florencia pero no la región; Vicent Todolí nos habla de esa zona, porque él asesora a los vinateros de allí, y me gustaría conocer esos paisajes.
-Usted es, además, madre. Hábleme de esa faceta.
-Tengo dos hijos, Beltrán y Casilda. La familia es para mí el refugio en los momentos difíciles, el sostén que me permite poder desarrollarme profesionalmente. Porque en una empresa, la conciliación familiar no existe. Eso que dicen de dejarse la mochila de empresaria y cuando llegas a casa ser mamá… no es así. Cuando tienes algo tan tuyo y que requiera tanta energía por tu parte no se puede desconectar tan fácilmente. En ese aspecto he tenido la suerte de encontrar a Juan, que es un compañero que me ayuda, me soporta, me acompaña y comparte conmigo la creación de esta empresa.
-¿Cómo es trabajar junto a su marido?
-Puede tener sus inconvenientes porque hablas de la empresa continuamente, pero sí que es verdad que emocionalmente te da una estabilidad para lo que quieres desarrollar. Él me entiende a la perfección.
-¿Qué desea para sus hijos en el futuro?
-Me gustaría que mis hijos estuvieran satisfechos consigo mismos, que tuvieran paz interior. Para mí, la felicidad consiste en alcanzar un equilibrio, aceptarte, saber vivir con tus miserias, que no es tan fácil. El equilibrio también se llega con el desarrollo de la inteligencia, de tus aptitudes y del estudio; el conocimiento profundo de lo que te hace feliz. Cuando sabes lo que quieres y pones todo tu empeño en ello, el esfuerzo diario se convierte en una felicidad diaria, y eso te da un anclaje que permite que cuando llegan mal dadas las ramas se mueven menos.
-En su caso, ¿ha conseguido encontrar el equilibrio?
-Estoy en ello. Yo creo que sí, pero tampoco soy el maestro Yoda, que alguna vez pierdo los nervios, seguro que mis hijos lo dirían. Estoy en la búsqueda (ríe). El deporte me ayuda a encontrarlo.
-¿Cuál practica?
-Cuando era joven practicaba la esgrima y montaba a caballo, pero ahora por falta de tiempo no los practico, así que ando y voy al gimnasio. Le he dicho a Beltrán de apuntarse a esgrima, pero no quiere más extraescolares. Lo tengo frito.
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