Gonzalo Manglano anda estos meses enfrascado en su adaptación a Praga después de cinco años en Estambul como director del Instituto Cervantes. Su primer destino fue Orán, así que le toca lidiar ahora con el carácter centroeuropeo. A él, que le apasiona viajar desde que ... era un crío, le gusta el periplo entre ciudades, subido a un avión como quien sale a por pan porque su familia reside en Valencia. Por cargo tiene pasaporte diplomático, por apellido, un marquesado, el de Altamira de Puebla, pero a ninguno de los dos le da demasiada importancia porque Gonzalo Manglano se siente, por encima de todo, escritor. Acaba de publicar un ensayo titulado '¿Por qué la literatura?' y está enfrascado en otros tres. Esa es la razón por la cual nos cita en una mañana de sábado en la antigua universidad de la calle de la Nave, un lugar que le trae muchos recuerdos y donde se erige la estatua de Luis Vives, un personaje al que quiere poner en valor por su espíritu humanista, con el que se siente tan identificado.
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-Tiene un apellido ilustre en Valencia, Manglano, y además, es marqués. ¿Qué significa para usted?
-Yo lo vivo con normalidad, para mí en realidad el marquesado me recuerda a mi padre y me siento orgulloso de llevar su nombre. Le voy a contar una anécdota. Mi padre era aventurero y estuvo viajando por toda América. Lo cuenta Vázquez Figueroa, que era compañero de viaje suyo, y cuando saludaba a los indios se presentaba así: 'Gonzalo Manglano, marqués de Altamira', y ellos le contestaban: 'señor Márquez, ¿cómo está usted?'.
-Los títulos les arraigan más a sus raíces, pero ya no se puede vivir de ello, entiendo...
-Nos arraiga a la historia familiar, y quizás la única diferencia con el resto de familias es que yo sé quién es mi retatarabuelo, porque está documentado. Ni mucho menos se vive de ello; al contrario, sólo sirve para pagar los impuestos sucesorios (ríe).
Hay varios títulos nobiliarios asociados a los Manglano; algunos se remontan a la época posterior a la Reconquista, como las baronías de Terrateig, Llaurí, Vallvert, Beniomer o Càrcer, ahora repartidas entre las diferentes ramas de la familia, llena de políticos, diplomáticos y militares hasta mediados del XX. Los nuevos tiempos también llegan a los nobles.
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-¿Se imaginaba una profesión como ésta, director de los institutos Cervantes?
-Sabía que quería viajar y moverme, siempre lo tuve en la cabeza, y de hecho pensé en ser diplomático, pero lo descarté porque es un ámbito mucho más político y prefería algo cultural. Nosotros llevamos pasaporte diplomático como agregados, y yo les digo a mis compañeros que somos 'fake' (ríe). Si me pregunta cómo llegué, reconozco que tuve suerte porque Víctor García de la Concha confió en mí. Nos conocimos cuando él ocupaba la dirección del Instituto Cervantes y yo era responsable de la Comisión de Indias en la Academia de Historia. Digan lo que digan, se necesita un padrino para entrar en determinadas instituciones. Luego tienes que cumplir, claro.
-Usted ha andado toda su vida entre letras, pero en realidad estudió Derecho. ¿Quería ser abogado?
-La verdad es que no. Fue una estupidez, porque nunca me planteé ser abogado. De hecho, nunca he estado colegiado. Yo pensé en Filosofía, pero todo el mundo -no mis padres, que nunca opinaron- me decía: «qué poco práctico, no hay salidas». De hecho, fui durante un tiempo profesor de Filosofía del Derecho.
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-¿Se siente más identificado con la profesión de escritor?
-Sin duda alguna porque es lo que me ha interesado y me ha gustado desde siempre. Lo que recuerdo de pequeño es que yo siempre quise ser escritor. Tuve en ese sentido dónde mirarme, porque mi madre era una gran lectora y mi padre, con su imaginación, nos tenía a todos con sus historias atados con entusiasmo a la silla.
-Acaba de publicar un ensayo, '¿Por qué la literatura?', donde colaboran grandes escritores y algunos premios Nobel.
-Se trata de un proyecto que comenzó dentro de las tertulias literarias de la Universidad Católica de Valencia. En el libro hay setenta escritores, desde Vargas Llosa o Fernando Arrabal a Elena Poniatowska, y todos han mostrado un gran interés en participar.
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-¿Es difícil encontrar el tiempo para escribir?
-Me levanto muy temprano y ahí, cuando el mundo todavía no me está molestando, en el silencio, escribo. Por las tardes, tras volver de trabajar, repaso lo ya escrito.
-Estar en el instituto Cervantes le ha permitido tener contacto con personalidades del mundo de la cultura. También gracias a este libro.
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-Me siento un privilegiado por ello y, ¿sabe de qué me he dado cuenta? Que cuanto más grande y más sabia es una persona, más sencilla. Se cumple siempre. Por ejemplo, con Vargas Llosa coincidí un tiempo en el Café Central, en Madrid, donde escribíamos los dos, y le tuve que abordar, evidentemente. Nos hicimos muy amigos.
-¿Qué le ha aportado vivir en ciudades tan dispares?
-Eres consciente de que, como en un libro, la forma de entender el mundo depende del lado del que lo mires, y que es mucho más amplio que el lugar donde vives. Por ejemplo, el Magreb nos parece que está muy lejos y en el sentido cultural creo que forma parte de Europa. Somos mediterráneos y tenemos más en común que, por ejemplo, con la cultura centroeuropea, ahora que estoy viviendo en Praga.
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-¿Le ha costado pasar tiempo alejado de su familia?
-Mis hijos tenían nueve años cuando me fui. Al principio fue duro, pero luego lo normalizamos. Ahora ya tienen diecisiete años y vengo mucho para que no se olviden de mí (ríe). De hecho, cada vez valoro más Valencia, sobre todo después de vivir en Estambul, una ciudad de veinte millones de habitantes, maravillosa pero donde es muy incómodo moverse. O ahora en Praga, donde el clima es mucho más duro.
-¿Le gusta lo que ve cuando mira atrás?
-No miro demasiado, pero estoy contento. A veces, pienso: 'fíjate, y me pagan por esto'. He tenido mucha suerte al estar en el lugar que convenía estar, porque muchas veces llegas tarde, o demasiado pronto. Hago lo que me gusta y, además, tengo muchísimos proyectos en mente; varias novelas, un ensayo...
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María José Carchano
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-¿Piensa que no le queda suficiente vida para hacer todo lo que se ha propuesto?
-Hasta hace poco no me lo había planteado, pero ahora sí que me he propuesto planear un poco más y trazar un camino, que seguramente incumpliré (ríe). No hay tiempo para todo.
-Y para usted, ¿qué es la literatura?
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-La literatura es la forma de indagar en nuestra existencia, es entender el mundo a través de las perspectivas de todo tipo de personas y circunstancias; es el encuentro con la esencia de la humanidad, con aquello que nos hace humanos y que busca el sentido de la vida.
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