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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Miércoles, 22 de enero 2020, 01:16
Imaginen un lugar que solo se encuentra en los sueños, algo parecido a Neverland. Hasta en el nombre son similares, porque existe y se llama Cumberland; una isla al norte de Florida, parque nacional, que tiene, además, mucho que ver con la historia de Estados Unidos. Imaginen una familia con una fortuna multimillonaria, de las que hicieron grande el país: los Carnegie. Y una joven criada en ese ambiente. Se llama Hannah, y desde hace casi dos años vive en Valencia. Hannah decidió, como su madre, convertirse en diseñadora de joyas. Tenía un buen reflejo en el que mirarse, porque Gogo Ferguson atesora piezas, incluso, en museos. Suyo era el anillo de compromiso de John John Kennedy, que se casó precisamente en Cumberland por la amistad que tenía con la familia. Quedamos con ella en la joyería de Vicente Gracia, a quien conoció hace años en Nueva York. Conectaron, porque entienden este arte de la misma forma, como un acto de amor. En la conversación también está Sergio Carrión, socio de Hannah, antiguo colaborador de Vicente Gracia; han creado un tándem que ha permitido que una colección de piezas maravillosas, escarabajos que salen del mundo reinterpretado de Hannah Carnegie, haya visto la luz.
-Hannah, usted creció en una isla, Cumberland. ¿Qué recuerdos tiene de aquel lugar?
-Aquello era otro mundo, como un sueño, donde vivíamos rodeados de animales, en un parque nacional en el que alimentábamos a pequeños ciervos o caballos salvajes para después dejarlos ir. En contacto con la naturaleza, era un entorno idílico que me ha aportado muchísimo a mi forma de ser y entender el mundo.
-Si buscamos Cumberland en el mapa, es un lugar realmente aislado. ¿No se sentía como en una burbuja?
-Es cierto que éramos solo treinta y seis personas viviendo en la isla, que era un lugar del que no se podía salir si no era en barco o en avioneta, pero cuando tienes seis años es un paraíso, un mundo infinito por descubrir. Me crié jugando con mis primos, corriendo por el campo, por la playa. Además, me educaron en casa hasta que tuve doce años, aunque a esa edad ya les dije a mis padres que quería ir a la escuela, porque los niños que me rodeaban eran todos más pequeños que yo, como cuatro o cinco años menores, y yo necesitaba relacionarme con gente de mi edad. Así que desde los doce años estudié en un internado fuera de la isla.
-Qué infancia más maravillosa.
-Recuerdo ir a buscar conchas a la playa con mi madre, que usaba en su trabajo; ella siempre quiso plasmar en sus diseños, en sus obras, el medio natural en el que vivíamos. Me sentaba a su lado y hacíamos cosas juntas, piezas bonitas. Es más, la casa de Cumberland parece un museo de historia natural, donde piezas como dientes y huesos de tiburón, caparazones de tortuga, encontrados en la playa, se convertían en piezas de arte. Mi padrastro -que en realidad es mi padre porque estuvo conmigo desde los seis años y a los dieciocho me adoptó- también hacía cosas con las manos, como móviles con huesos de ballena. Y estoy en el arte, en parte, por aquel mundo mágico que ellos crearon y en el que crecí.
-Pero llega la adolescencia y supongo que ahí hay un cambio, no solamente por el hecho de que dejó la isla para irse a un internado.
-Fue un cambio muy grande en mi vida. Al principio no me encontraba, no sabía qué quería de mi vida. Empecé por el hecho de que no quería que mis compañeros supieran quiénes eran mis antepasados, yo no pretendía ser diferente a los demás, ansiaba ser una adolescente más, y pasar desapercibida. Me encanta la historia, pero mis maestros estaban muy interesados en mi familia. En aquel momento yo rechazaba esa parte de mí, mi apellido y mis orígenes.
Interviene Sergio Carrión, quien visitó de la mano de Hannah aquellos lugares de infancia para conocer de primera mano el mundo del que han salido las piezas que han creado juntos. «Hay que tener en cuenta que en Estados Unidos no hay nobleza, y los primeros Carnegie, Andrew y Thomas, fueron una de las familias que hicieron grande el país», explica. Forbes les considera una de las fotunas más importantes de la historia, que consiguieron gracias a la producción de acero en pleno boom de la construcción del ferrocarril.
-Sus antepasados fueron filántropos, personas que donaron su dinero para el fomento de la cultura.
-Es cierto, hicieron cosas maravillosas, invirtieron en bibliotecas, colegios, universidades, pero cuando yo era adolescente escuchaba muchas historias que criticaban la forma en la que ellos consiguieron su fortuna. Es cierto que aquello fue una época distinta, pero tuvieron que pasar años hasta que yo me sentí orgullosa de pertenecer a mi familia y usar el apellido sin sentirme incómoda. Supongo que es un proceso natural, ser uno mismo hasta que puede volver atrás y recuperar la historia familiar.
-Y no solo Andrew y Thomas Carnegie, también hay una mujer en su familia que fue pionera.
-Fue Lucy Carnegie, mi retatarabuela. No la dejaban entrar en el New York Yacht Club, precisamente por ser mujer y, además, escocesa, pero ella lo peleó y finalmente fue la primera en conseguirlo; una mujer que para mí ha sido un referente por su energía. También lo fue, posteriormente, mi madre.
-¿Tiene que ver también con el hecho de que decidiera dedicarse a la joyería, como su madre?
-Sabía que quería trabajar en el mundo del arte, pero en los primeros años quise ir aparte de mi madre, que se dedicó siempre al diseño de joyas. Pero es cierto que una diseñadora amiga de ella me preguntó si yo podía hacer una línea de joyas, y la verdad es que disfruté muchísimo, porque podía compartir lo que yo tenía dentro, porque no deja de ser mi herencia familiar.
-Al que se unió su relación con el mundo natural.
-Fue algo que surgió naturalmente, porque me crié en ese entorno natural. Pero, además, mi familia luchó mucho por la protección del medio ambiente, también a nivel científico. Y lo que he hecho ha sido reinterpretar aquel mundo, una reserva única, con un montón de microclimas, con bosques, playas, lagos y ríos, los animales, los colores que veía en los atardeceres, todos esos recuerdos de infancia. Porque lo que no hay que hacer es plasmar la realidad, sino recrear unos imágenes. Y me siento privilegiada por haberlo vivido.
-Pasó por México.
-Estuve viviendo en un lugar lleno de artesanos, que además es una joya a nivel arquitectónico, una preciosidad. Se llama San Miguel de Allende, y está situado en el estado de Guanajuato. Es tan hermoso que una vez que mis padres vinieron a visitarme les gustó tanto que decidieron comprarse una casa en esta ciudad.
-Llama la atención que a pesar de haber vivido en México hable poco el español.
-Es que aquella es una ciudad muy internacional, y prácticamente no era necesario conocer el idioma para poder comunicarse con la gente de allí. Es cierto que Valencia es una ciudad mucho más adecuada para aprender a hablar castellano, y me gustaría que mi hijo lo aprendiera para darle otra lengua.
-¿Cómo fue su primer contacto con Valencia?
-Tengo mucha suerte de tener amigos en Valencia, y la primera vez vine a visitar a Sergio y a Eduard (Navarro, CEO de Net de Gerrers).
Su socio, Sergio Carrión, recuerda cómo conoció a Hannah en Nueva York, y cómo tenían ganas de desarrollar un proyecto en común. Entonces ella vivía en Londres.
-Y el primero fue un proyecto para el Prince's Trust, la Fundación del Príncipe Carlos de Inglaterra, una pieza que se hizo aquí en Valencia y que tuvo mucho éxito. Aquello fue hace tres años, y pensamos que podíamos trabajar juntos de nuevo.
-Y decidió que Valencia era un buen lugar para vivir.
-Es una ciudad de una gran belleza, con mucha historia, con un clima envidiable. Yo soy del sur de los Estados Unidos, y este lugar se parece mucho más al sitio donde me crié que Londres, en la que he vivido los últimos años. Y pensamos, además, que era una ciudad muy interesante para criar a nuestro hijo.
-¿Cuántos años tiene?
-Mi hijo tiene cinco años y estamos muy felices aquí. Mi marido es de Gales, y ahora está trabajando aquí, con Eduard en Net de Gerrers, que ha apostado por nosotros y estamos muy contentos por ese apoyo.
-¿Cómo se ve en un futuro?
-No tengo ni idea de si mi hijo va a tener, cuando sea mayor, interés por la joyería, pero me gustaría dejarle en herencia algo que le permita tener un futuro aquí. Personalmente, mi objetivo es vivir entre Valencia y Cumberland, donde me gustaría pasar temporadas. Y algún tiempo en Inglaterra.
-¿La joyería es una pasión?
-La palabra más bonita es que es como un jardín secreto, eso es la joyería, un mundo pequeño donde nos encontramos personas que hablamos un mismo lenguaje, que entendemos la joyería como un arte. Habla Vicente Gracia, porque él sabe de esa creatividad, de «darle una visión hermosa a la vida, ser capaz de conmover». Y se vuelven a entender. Porque la joyería «nada tiene que ver con la ostentación. Se trata de belleza». Nada más. Y nada menos.
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