A Jorge Martí lo pillamos en Málaga, donde ha ofrecido un concierto con La Habitación Roja, y en estos momentos volverá a Noruega después de grabar en el Puerto de Santa María. Hace dos semanas salió a la venta 'Años Luz', un disco en vinilo ... e incluso en cassette que habla de esta lejanía en los meses de pandemia, de este año «de mierda», como él mismo lo define. Sin medias tintas. La Habitación Roja tenía por delante «el mejor año de nuestra carrera», en el que se cumplía su 25 aniversario. «Cuando vas a recoger los frutos de tantos años de trabajo de repente te das de bruces con la realidad». No solo a nivel laboral, en el plano personal el vocalista ha tenido que hacer frente a situaciones muy complicadas, como el hecho de no poder viajar; él, que vive a caballo entre Noruega, donde vive con su mujer y sus hijas, y Valencia, donde nació, donde está su trabajo, sus padres, sus amigos y sus recuerdos de infancia.
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-No ha sido una año fácil para usted, desde luego.
-He vuelto a tener otro tromboembolismo pulmonar hace tres meses, y me quedé bastante triste porque pensaba que no me iba a volver a pasar. Además, me han diagnosticado apneas del sueño y tengo que dormir enganchado a una máquina. Tengo a mis suegros con cáncer, y todo ello me ha dejado tocado anímicamente.
-En un momento de su vida, decide compartir su historia personal en un documental, la enfermedad de su mujer, su vida entre Noruega y España.
-Todos tenemos una historia personal que contar, que es susceptible de emocionar, y cuando vemos las vidas de los demás nos vemos reflejados en ellas y eso nos ayuda a entendernos mejor, a empatizar. En definitiva, te sientes menos solo en el mundo, porque en muchas ocasiones dejas de pensar que eres un tío raro porque resulta que lo que te pasa les pasa a otros.
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-Es una vida atípica la suya, eso está claro.
-He tenido una vida singular en ciertos aspectos. Tengo dos niñas cuyas vidas han estado marcadas por mi profesión, por mis ausencias y también por la enfermedad de su madre. Cuando sean mayores creo que verán el documental y entenderán cosas, y valorarán más lo que tienen, nos valorarán más a nosotros, porque como padres al final todo lo hacemos por ellas. Yo creo que además tengo una plataforma privilegiada para dar voz a ciertos temas, como el síndrome de fatiga crónica, una enfermedad en muchos casos devastadora, el alzheimer, cómo lo viven los familiares, los cuidadores… También hablo del desarraigo, de ser expatriado, de vivir lejos de tu tierra.
-Ha llegado a decir que sabe que sus canciones tienen siempre un poso de melancolía. De pensar: «¿qué le pasará a este chico?» ¿Le ha hecho mejor músico vivir todo lo que ha vivido?
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-Bueno, yo me considero un privilegiado, porque me dedico a lo que más me gusta, que es la música. Dicho esto, en la vida nos pasan cosas; unos tienen más fortuna, otros menos, pero uno intenta aceptar las cosas como le vienen, sobreponerse… Obviamente, la vida es fuente de inspiración y todo lo que vives queda reflejado en cómo eres, cómo te relacionas, en tu estado de ánimo, en las canciones que escribes… Es cierto que soy un tipo con un poso de melancolía casi innato y que sin embargo también soy una persona muy vital y mediterránea.
-Como una doble personalidad.
-He vivido una dualidad, una especie de esquizofrenia, de bipolaridad. En Noruega tengo periodos de mucha soledad, de inviernos largos, de clima muy duro, de ser una persona completamente anónima, de no conocer a casi nadie. Recuerdo 'Zelig', de Woody Allen, cómo se va adaptando a su entorno, y de alguna manera me pasa lo mismo: cuando estoy en Noruega me 'escandinavizo', casi sin querer, y en España me vuelvo a 'mediterraneizar'.
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-¿Dónde está la inspiración, aquí o allá?
-Casi toda mi obra está hecha en momentos de retiro. Esa soledad de allí, de tener menos vida social, pasar mucho tiempo en casa, o esa naturaleza tan brutal, acaba teniendo una presencia en mi estado de ánimo y en todo lo que hago. Hay veces que ya no puedo más y me refugio en la música para sacarme de encima todos mis demonios y todas mis penas. Y lo hago haciendo canciones. Pero es que yo de niño era un chaval abierto y social, y al mismo tiempo con una vida interior muy grande, de tener momentos de pensar y sentir mucho a flor de piel. Es así y te tienes que aceptar y adaptar. Por eso hago canciones, creo.
-Ha sido enfermero.
-Estuve trabajando cuatro años con enfermos de Alzheimer en Noruega hasta que tuve el primer tromboembolismo pulmonar. Luego ya no lo necesité, me iba bien en el grupo, he estado escribiendo un libro, y lamentablemente a mi mujer no le funcionó el tratamiento que me obligó a sacar dinero extra. Ella me necesitaba más. Decidí centrarme en lo que me tenía que centrar.
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-Es difícil, para las personas que tienen esa sensibilidad necesaria para crear, enfrentarse al dolor, a la enfermedad.
-Cuando trabajé de enfermero, mi mujer siempre me decía que cuando llegaba a casa tenía que hacer como una especie de descomprensión, que era muy bestia, por que me llevaba las historias dramáticas y tristes, hasta el punto de que me acuerdo de todos los pacientes que se me han muerto. Supongo que con el tiempo desarrollas un caparazón, pero yo no he conseguido esa inmunidad, y siempre que he trabajado, psicológicamente ha sido muy duro. No quiere decir que no me guste la enfermería, me gusta, pero he vivido unos cuantos años rodeado de enfermedad y cosas tristes, y ahora mismo estoy en una etapa en la que prefiero centrarme en crear belleza.
-Supongo que estudió enfermería con esa vocación de servicio.
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-Yo en realidad quería ser médico, y al final me quedé en enfermero. Hice un máster en medicina tropical porque quería dedicarme a la cooperación internacional; lo tenía muy claro desde el instituto. Quería viajar, conocer otras culturas, ayudar a la gente… quiero pensar que lo hago con la música, que les acompaña, que les ayuda, que es sanadora.
-Este año nos hemos dado cuenta de cuánto necesitamos la música. ¿Cómo ha sido volver a los escenarios?
-Ha sido increíble, como una especie de segunda oportunidad, porque a todos la costumbre nos acaba desgastando. Volver tras este parón y reseteo se parece mucho a las sensaciones que vivimos cuando empezamos como grupo. Es como haber visto el filo de la navaja, haber sentido que todo es susceptible de evaporarse en cualquier momento. Creo que ahora nos puede la urgencia de hacer cosas, de aprovechar el momento, de aferrarnos al escenario y abrir los poros de la piel para absorber todo el cariño que nos da el público.
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-Qué emocionante vivirlo así.
-Una de las cosas que ha caracterizado a La Habitación Roja, más allá del talento, de las aptitudes musicales, es la capacidad de ilusionarnos y emocionarnos con las cosas que hacemos, y eso es un gran tesoro y un superpoder; somos capaces de volver a ser niños cada vez que afrontamos un proyecto. Desgraciadamente, cuando echas la vista a tu alrededor, ves que este mundo está lleno de zombis y de gente que se mueve por interés, o que tiene una falta de entusiasmo nociva, de ese rollo miserable en el que nadie hace las cosas por amor al arte, o de que se va corrompiendo con el tiempo. Así que el hecho de que nosotros tengamos todavía esa pureza y esa inocencia guardada, parecerá un poco iluso, pero es muy chulo y nos hace estar vivos.
-¿También a nivel personal vive de la misma forma?
-Sí. Yo, que soy una persona con muchos altibajos, que he pasado temporadas en el infierno, tengo esa capacidad de entusiasmarme otra vez, de creer que todo es posible.
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-¿Y el desarraigo lo mitigas con arroz y vino que te llevas? Alguna foto he visto en Instagram con un cargamento...
-Uno se lleva Valencia allá adonde va; hay toda una serie de cosas que he bebido y que forman parte de mí, de mi infancia, de mi intimidad, de mi esencia. Y la paella es mi comida favorita de siempre, me encanta hacerla, es algo coral, para estar juntos, para estar bien, para celebrar la vida. Disfruto cocinando, y hacerlo para los demás es un acto de amor. Y como donde vivo no hay mucho de lo que necesito, a lo Paco Martínez Soria, voy con mis fuets, mis chorizos, mi jamón, mi vino y mis latas. Me hacen feliz y me hacen sentirme cerca de casa.
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-¿Extraña mucho?
-Una de las cosas que me ha tocado vivir en esta vida singular es que echo mucho de menos Valencia cuando estoy en Noruega, y cuando estoy aquí extraño a mi mujer, a mis hijas, la naturaleza de allí… Ahora ya se me haría difícil elegir, tengo el corazón partido, y esa melancolía innata se exacerba, y me obliga a continuar. Que siendo una persona bajonera, triste y depresiva, tengo esa parte entusiasta, de ver que las cosas pueden mejorar, que aunque anochezca mal mañana hay una nueva oportunidad.
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