Si Juan Echanove entrara por la puerta de cualquier casa española le ofreceríamos un plato de comida y un sitio en el sofá, de tan familiar que nos resulta. Es lo que tiene salir en la pantalla durante cuarenta años, haciendo de falangista, comunista, policía y crítico de cine, interpretando a Quevedo, a Franco y a Trujillo. Ahora, además, podríamos hablar con él en la sobremesa de los extraordinarios conocimientos sobre Valencia que le ha aportado su mujer, más allá del amor por la gastronomía mediterránea, que ya le venía de serie. Juan Echanove ha encontrado en el carácter expansivo de Cuchita Lluch el contrapunto al modo de ser soriano que heredó de su madre, una mujer «curada al frío y de silencios prolongados». Y en esta diversidad de pareceres ha habido concesiones: a cambio de olvidar los agostos en un pueblo castellanoleonés de veintidós habitantes que se llama Madriguera, ella vendió su casa de Ibiza y se quedaron a medio camino, en Xàbia. La pandemia ha trastocado sus planes de vida, como la de tantos miles, millones de españoles, y ahora él está en Madrid y ella en Valencia.
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-En una entrevista habló del miedo que había pasado en el confinamiento.
-Cuando estábamos en lo más duro de la pandemia sentí miedo, porque gente que conocía se estaba muriendo y porque sufría por mi familia, mi madre, mi hijo, mi mujer, los hijos de mi mujer... Nos pasábamos el tiempo preguntándonos cómo estábamos y eso te altera. Ahora ese miedo lo tengo controlado, soy muy precavido y cumplo todas las medidas, incluso más; desde que estoy de gira, yo vivo en Madrid y mi mujer está en Valencia. Procuramos vernos sólo cuando tenemos un motivo para cambiar de comunidad. Mi vida es estar en casa, hacer lo esencial y luego ir al teatro. No me gustaría que se parase la gira por un positivo mío, así que vivo pendiente de las pruebas PCR y de reducir al máximo las posibilidades de contagio.
-Ha dicho que su mujer y usted se han dividido, que ahora no viven juntos.
-Nos hemos dividido, sí, que no es lo mismo que separarse. Estuvimos aquí en Madrid durante todo el confinamiento, pero la madre de mi mujer es mayor, sus hijos están en Valencia… Somos personas muy prácticas, no estamos para tonterías y con la que está cayendo no voy a contribuir a montar más dramas en mi vida.
-Eso está muy bien.
-Es que hacer dramas por deporte en estos momentos es un poco regodeo. Hay gente que tiene verdaderos problemas, que no se pueden juntar, con circunstancias muy complicadas, incluso en el extranjero, y yo espero que esto que estamos pasando quede sólo en un recuerdo, que no en un olvido.
-Casarse en la madurez es la historia de segundas, o terceras oportunidades.
-Mi mujer se ha casado tres veces, pero como el mío es el primero sobre segundos matrimonios tengo la sensación de que no voy a entender nunca.
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-Ella dijo que quería envejecer con usted.
-Y yo con ella. No le voy a a decir que me vea joven porque no estoy para tonterías, pero voy a cumplir sesenta el mes que viene y me siento en el mejor momento de mi vida.
Hablamos por teléfono, él en su casa de Madrid, donde estas semanas interpreta el papel del dictador dominicano Trujillo en 'La fiesta del Chivo' en el Teatro Infanta Isabel. Concertar la entrevista ha sido muy fácil porque Juan Echanove siente que en estos momentos es un altavoz para una profesión, la interpretación, y un sector, la cultura, que está pasando momentos realmente complicados.
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-Usted da vida a un dictador. ¿Es difícil quitarse la maldad del personaje cuando bajas del escenario?
-Para nada. Estoy tan a gusto con mi propia personalidad que no la comparto con ningún personaje, ya sea Trujillo o cualquier otro. Aunque se tratara del papa Francisco. Los personajes tienen su vida y los actores afortunadamente tenemos la nuestra. Y yo a Trujillo me lo quito de encima en el momento en el que cae el telón, antes incluso de llegar al camerino. Y cuando se puede, aunque llueva, haga frío o hiele, me tomo una cerveza con mis compañeros en una barra improvisada y disfrutamos del privilegio de que hemos hecho una función. Es la mejor manera de no dejarse llevar por los personajes.
-Ser actor de teatro y, además, haber hecho programas como 'Un país para comérselo' le ha llevado a viajar mucho por España. Defendía usted todas las cosas que nos unen como país, empezando por la gastronomía.
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-He tenido la oportunidad de recorrer todo el país, de conocer a ciudadanos con la misma manera de vivir, de ver cómo a través de la gastronomía se puede llegar mucho más adentro del corazón que con otras maneras... Ahí no hay reticencias ni inseguridades, y eso es maravilloso. Y me siento muy cerca de Soria, pero también de Valencia, del País Vasco, o de Extremadura, porque lo que hago todo el tiempo es viajar.
-Incluso ahora.
-Yo me vuelvo loco de placer encima de un escenario, así que para mí el trabajo real es hacer la gira, viajar. Desde octubre hasta hoy me habré hecho cinco mil kilómetros.
-¿Y qué se ha encontrado?
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-Me he encontrado con los dramas de amigos de diferentes partes del país que están luchando como titanes. Y como a usted y a mí, que estamos cansados, agotados de esta situación, hablar con gente de fuera nos viene bien.
-Ahora nos hemos dado cuenta de la importancia de los bares, los restaurantes, más allá del negocio, como sociedad.
-Es que esta sociedad construye su existencia a través del encuentro social, que se produce en los bares, restaurantes, en los sitios donde hay espectáculos, en las plazas, en las verbenas… y si no existiesen para completar la forma que tenemos de sobrevivir, que es el trabajo, es muy posible que la vida se convirtiera en algo insoportable. Lo que hace este país atractivo es esa manera de vivir y todo el potencial histórico y cultural que tiene y que lo aplica desde el bar hasta la biblioteca. Y como son dos sectores en los que se trata de congregar cuanta más gente mejor, estamos sufriendo un tsunami tras otro. A día de hoy toca sobrevivir.
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-Su hijo ha tomado ese camino. ¿Se alegró cuando le dijo que quería dedicarse a la cocina?
-Es como si la vida me hubiera hecho un regalo. Había dos posibilidades de que mi hijo se dedicara a algo que pudiera compartir conmigo: la interpretación y la cocina. Así que el día que vino y me dijo que quería ser cocinero fue uno de los más bonitos de mi vida.
-¿Con qué se queda, gastronómicamente, de Valencia?
-Yo me quedo con muchísimas cosas; con la gran cultura y gastronomía mediterránea, en general. Me parece que la riqueza que hay es maravillosa. Específicamente en Valencia hay dos conceptos, que es huerta y Albufera, que me parecen un paraíso gastronómico con una evolución todavía mínima y que va a explotar de manera brutal.
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-¿Por qué lo cree?
-Porque es un concepto que tiene que ver con paisaje, identidad, producto, origen, cercanía... Pero, además, en la Comunitat hay una diversidad increíble: Alicante interior es una barbaridad. O la costa y el mundo del arroz, o la trufa y los aceites milenarios de Castellón. Y si ya valoraba la importancia gastronómica de la Comunitat, mi mujer se ha encargado luego de grabármelo a fuego.
-¿A qué lugar tiene especiales ganas de volver cuando recuperemos la normalidad?
-No sé cuándo ni cómo será la normalidad, pero sí le voy a decir dónde quiero ir a sentarme por primera vez. Hay dos restaurantes en Jávea que son esenciales para mí, Tula y La Perla, y tengo muchas ganas de celebrarlo allí. Y, cuando pueda viajar, también me gustaría visitar los restaurantes de todos mis amigos.
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