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Julián Barceló habla con acento caribeño y se mueve con modales de quien fue un niño bien criado entre los algodones de la caña de azúcar que sirven para destilar el ron de la familia en República Dominicana. Esta es la continuación de la historia de éxito de un emigrante llamado como él, que salió de un pequeño municipio de Mallorca llamado Porreras a principios del siglo XX con ganas de comerse el nuevo mundo y lo consiguió. Julián Barceló intenta ahora renacer la esencia de su padre, quien heredó la firma Ron Barceló de su tío y la hizo mundialmente conocida.
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Pero lo último que hubiera imaginado Julián es que en tierras valencianas, como en una vuelta a la madre patria, iba a encontrar la clave; ha sido Moraira el lugar donde ha podido aterrizar su proyecto más emocional, Julián Barceló, un ron limitado (Don Miguel Homenaje) que sólo se puede adquirir en la República Dominicana, y todo gracias a una firma valenciana que desarrolla productos innovadores. En casa de Sammy Soriano, presidente de la empresa, tiene lugar la entrevista, convertido en el perfecto anfitrión entre Valencia y Moraira, y donde Julián Barceló vuelve siempre que puede. Quizás porque lugares como la Marina poco tienen que envidiar al Caribe, a pesar de sus aguas cálidas. «En verano prefiero la montaña», confiesa.
-Hábleme de su padre.
-Mi padre falleció en diciembre de 1992, muy a destiempo, con 58 años de edad. Yo era muy joven, tenía 23, 24 años de edad, y era el menor de cuatro hermanos. Fue una época compleja, difícil... No sólo como empresario, sino a nivel personal. Me faltarían horas para describir el maravilloso ser humano que era mi padre, y que lo demostró no solo con lo que decía, sino con su ejemplo.
-¿Qué pasó con la empresa familiar?
-En el año 2005 la familia toma la decisión de vender la corporación familiar a una multinacional basada aquí en España. Yo pasé a trabajar de manera independiente, pero siempre me pareció que tenía algo pendiente con él.
-¿En qué sentido?
-Tiene que ver con lo que él hubiera querido que yo hiciera con las siguientes generaciones para continuar su legado. Pero existían dentro de mí ciertos conflictos internos con hacer algo con el nombre de papá… imagine qué tremenda mochila, estar a la altura de un ser humano que fue ampliamente reconocido, con una exposición muy amplia en mi país. Tenía temor de hacer algo que llevara su nombre y que no estuviera a la altura.
-Tardó treinta años. ¿Era una mochila demasiado pesada?
-Quizás tomé la postura más cómoda. Estaba bien, no me podía quejar, el colegio de los chicos estaba pagado. Pero en esos treinta segundos en mi almohada antes de dormirme era muy recurrente ese pensamiento: «¿no vas a hacer nada? Te preparó el mejor». Disculpe mi arrogancia, lo dice el mercado, y es mucha presión, pero esa vocecita todas las noches que me preguntaba cuándo era mucho más poderosa.
Hace más de quince años Julián Barceló fue comprando barricas, empezando un proceso de envejecimiento con algunas de las fórmulas que heredó de su padre. En 2018 sacó una de esas barricas, 240 botellas en total. «Ofrecí a amigos míos, de mi padre, a la familia. Me preguntaban si era algo que había guardado mi padre. Nadie creía que aquello lo había hecho yo. Fue el preámbulo de la confirmación de que estaba tomando la dirección adecuada». Y Valencia entra en la ecuación.
-¿Cómo llegó a Moraira?
-Queríamos diferenciarnos de todo lo que se hace en la industria ronera. Desarrollar algo que provocara un proceso de transformación, de envejecimiento, dentro de la botella. Y después de investigar pensé que alguien debía de estar haciendo algo parecido en el mundo. Lo encontré aquí.
Julián se puso en contacto con una empresa llamada Macaulay & Cumming Heritage, con sede en Moraira. El que atendió al otro lado del teléfono era Sammy Soriano, que en una primera llamada ni siquiera contestó. «¿Un teléfono de República Dominicana? Pensaba que llamaban de Vodafone», ríe. Al día siguiente, a la misma hora, el mismo número. «Sammy me habló con mucha pasión de lo que él hacía. Tuvimos una conexión rápida e inmediata». El primer viaje de Julián Barceló, al que no le valían las conversaciones a distancia, fue en febrero de 2020. Pero la pandemia no ha frenado el proyecto. La última visita ha sido este otoño, con varias botellas bajo el brazo y un éxito rotundo, con tecnología valenciana. Y eso que no hay mucho ron 'made in Valencia', pero sí innovación y creatividad.
-Sus raíces están en España.
-Yo siempre me he sentido muy unido a España; de hecho, he recorrido varios tramos del camino de Santiago y solo me detuvo la pandemia. Ahora estoy intentando que Sammy se venga conmigo para que me acompañe unos días (ríen). España siempre me ha cautivado y me siento parte de ella. El trato, la acogida, ha sido muy fácil, y siento que un pedazo de mí pertenecía aquí. Pero hasta el pasado año no conocía esta zona, y me ha parecido increíble. Sí, soy de mar, de isla y qué mejor excusa que venir aquí en vacaciones. Para nosotros se ha convertido en un lugar especial.
Sammy Soriano recuerda cómo Julián Barceló apareció en febrero, cuando en Moraira está todo cerrado. «Nos llevó al Chamizo y probé la mejor fideuà del mundo», asegura Julián, que también estuvo en Valencia unos días, e incluso pudo ver un partido de fútbol, comieron un arroz en Lavoe y ahí «lo enamoré del todo», ríe Sammy.
-¿Vio su padre en usted a alguien que pudiera sentir la misma pasión por el ron que él?
-Creo que él me veía como si mirara un espejo, y cuando sacaba la barrica que él mismo preparaba yo veía que se divertía, que disfrutaba con lo que hacía.
-¿Usted se divierte?
-Yo le dije a mis hijos que si no nos divertíamos esto no tenía sentido, que no nos debería de interesar. A los chicos les digo, lágrimas, sangre y sudor, pero tengo claro que en el momento en que no haya pasión... No se puede negar que tiene vocación mercantil, pero es una de las patas, y no precisamente la más importante.
-¿Tiene muchas esperanzas puestas en este proyecto?
-Estoy seguro de que se va a convertir en el ron dominicano de propietarios dominicanos con mayor y mejor reconocimiento en el mundo.
-Es ambicioso.
-Yo lo veo más realista, sin sonar arrogante.
-¿Ha visto en sus hijos lo que vio su padre en usted?
-Yo veo un brillo en sus ojos que imagino que es lo que veía mi papá. Mis hijos se sienten orgullosos de mí, de su abuelo, de su legado, de su ascendencia. Han conectado, y sí, los veo motivados y comprometidos. El compromiso que yo tenía conmigo mismo y con mi padre era mostrarles lo que habíamos heredado, y lo estoy haciendo con todo el amor del mundo. En realidad, con 53 años yo ya soy un lobo medio cansado; son ellos los que continuarán, de la forma que consideren, con el legado familiar.
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-¿Tiene relación familiar con la familia Barceló que se ha dedicado al turismo?
-No, pero hemos tenido una estrecha relación desde que mi padre y don Gabriel y don Sebastián se asociaron en la República Dominicana para llevar a cabo sus inversiones hoteleras, y más que socios fueron amigos. Todo empezó por una ley del país que obligaba a la inversión extranjera a buscar socios locales, y ellos pensaron que qué mejor que asociarse con alguien apellidado igual... nuestros orígenes están en Mallorca, y pronto volveremos.
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