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Cuando era una niña sus bonitos ojos azules y el hecho de que no se amedrentara ante los chicos de la pandilla cuando había conflicto hizo que algunos la apodaran 'la gata'. Una casualidad que resultó premonitoria, pues a Eva Montesinos de siempre le gustaron los gatos. «Desde que tengo uso de razón me fascinan los animales, soy hija única y mi madre nunca quiso tener mascotas en casa aunque mi padre y yo siempre insistíamos. El día que me fui de casa de mis padres mi amiga Rosigües me regaló mi primer gato, que era un persa. Siempre me han gustado los gatos con cara de plancha», explica con humor. Lo bautizó Fidel, pues acababa de estar en Cuba y volvía enamorada de un local.
El gato vivió una temporada a caballo entre casa de Eva y la de sus padres, donde se quedaba cuando ella estaba de viaje. Fue así como sus padres acabaron enamorados de Fidel hasta el punto de que, cuando el gato se instaló definitivamente en casa de Eva, ella tuvo que regalarles otro gato. «Fidel fue como el amor de mi vida, la gente que no tenga un animal no lo puede entender. Cuando se murió me quedé fatal, llamé a Rosigües pese a que en ese momento no teníamos mucha relación, pero quería compartirlo con ella. Quedamos y, cuando nos íbamos, me pidió que le acompañara al coche. Allí tenía otro gato para mí».
Nombre: Lula.
Edad: Nueve años.
Raza: Gato persa.
Origen: Valencia, se lo regaló una amiga.
Gustos: Jugar con los discos de algodón de Eva.
Odia: Viajar, se pone malo al ver el transportín.
La tristeza de Eva quedó apaciguada en parte con la llegada de ese nuevo persa, al que puso el nombre de Lula, que en ese momento tenía tres meses de edad. Poco a poco Eva y Lula se habituaron el uno al otro. Él pronto descubrió que la taza del wáter era uno de sus lugares preferidos para refugiarse por lo que ella, cada vez que salía de casa, convivía con el temor de habérsela dejado abierta. Un día, Lula estaba en la terraza, Eva lo perdió un segundo de vista y de repente desapareció. Pegaron todo el barrio de Ruzafa con carteles, recorrieron casas y terrados buscándolo hasta que, un día después, reapareció en casa de unos vecinos. «Había saltado del quinto por el patio de manzanas, cayó en un toldo, rebotó y se metió en una vivienda de la primera planta donde se escondió asustado».
Eva siente que se comunica con Lula, ella le habla y él maúlla cuando quiere comida, agua o caricias. Nunca le da caprichos para comer, solo pienso y mucho amor y, aunque de vez en cuando le compra algún juguete, él prefiere sus discos de algodón para desmaquillar. «Cuando vamos a Jávea nos lo llevamos, él ve el trasportín y se pone malo, no le gusta nada el viaje pero allí es el más feliz del mundo. Lula me aporta mucha compañía y amor. Cuando era pequeño no era tan cariñoso, pero yo lo soy mucho y creo que se le ha pegado de mí».
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