Pilar de la Oliva se convirtió en 1982, hace ya casi cuarenta años, en juez. Lo había visto en su familia, no era una profesión nueva para ella, y dicen que pesó mucho esa herencia de un padre magistrado que había ejercido en Xàtiva y, posteriormente, en la Audiencia Provincial. Ella, nacida en Alzira, empezó en Calamocha, pasó por Llíria, Mataró y Castellón de la Plana, para acabar recabando en el juzgado de instrucción número 10 de Valencia, donde se quedó la mayor parte de su trayectoria profesional porque estaba cómoda en primera línea de batalla, entre guardias y pequeños delitos. En aquel momento no se entendió que una juez de instrucción se presentara al máximo cargo dentro de los órganos judiciales de la Comunitat, el Tribunal Superior de Justicia, y cuando ganó se recurrió su nombramiento, pero Pilar de la Oliva acaba de cumplir su segunda legislatura con un reto logrado: que hablen lo menos posible de ella.
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El perfil bajo ha sido una de las premisas sobre las que ha basado un mandato donde ni siquiera ha sacado músculo del hecho de haberse convertido en la primera mujer en ocupar el cargo. Pilar de la Oliva pasará a la historia por ello, pero si alguien le pregunta piensa que ella ha tenido las mismas oportunidades que sus compañeros, que no ha roto ningún techo de cristal, porque así es una oposición, igualitaria, y porque, en su caso, en el momento en que decidió presentarse no tuvo mayores dificultades. En ese momento no tenía cargas familiares que le hubieran restado tiempo de dedicación, con sus hijos ya mayores, y en ese sentido ha demostrado que el trabajo como presidenta ha absorbido mucho de su tiempo.
El perfil bajo del que ha hecho gala lo ha llevado hasta sus últimas consecuencias. Desde el principio no solo se negó a dar entrevistas, sino también a organizar ruedas de prensa para vender su gestión. Si eres periodista podrás tomarte un café con ella, quizás te lleve incluso unas pastas que compre en su horno preferido, pero no habrá declaraciones. Ni una. El escaso afán de protagonismo la ha llevado a que sean otros los que asuman ese papel. Sobre todo Pedro Viguer, quien fuera durante doce años juez decano de Valencia, una persona en la que ella ha confiado y que veía con ese carisma como portavoz que ella no ha querido explorar.
Sus detractores hablan de que ese perfil bajo se ha convertido en un 'no molestar' a la Administración autonómica, que no ha reivindicado todas las mejoras que eran necesarias en los órganos judiciales. Que no se la ha oído exigir nuevas sedes, de la digitalización y de que ahí sigue, paralizada, la sede del Tribunal Superior de Justicia.
Pilar de la Oliva cumplirá 65 años en unos meses, y el hecho de que su mandato esté finalizando, a falta de que el Consejo General del Poder Judicial saque su plaza, hacen pensar que una de sus opciones sea irse a casa. Quienes la conocen no lo creen. Piensan que no tendría ningún problema, incluso, en volver a la instrucción, aunque no vaya a ocurrir. Si ahora que va acabando su mandato mira atrás, Pilar de la Oliva pasó por una primera época muy convulsa. Al acceder al cargo, proveniente como es de la conservadora Asociación Porfesional de la Magistratura, se esperaba que políticamente estuviera más cerca de ellos, pero la realidad es que ahí están sus grandes detractores. Trazó una línea roja con el Gobierno de Camps, que ya tenía algunos casos judicializados. Desde entonces, solo asiste a los actos protocolarios, como la apertura del año judicial, e impuso que en los estrados solo se sentaran los magistrados. Tampoco se queda a los cócteles ni hace corrillos. El resultado es que apenas hay fotos de ella con políticos.
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Entre sus defectos, el hecho de que no sea considerada una gran jurista, un déficit que ha paliado rodeándose de magistrados mucho más brillantes, y que ha delegado mucho. Para ella es muy importante la lealtad institucional y personal, la practica y la exige, así que le duelen mucho las traiciones.
Pilar de la Oliva pide lealtad y concede confianza. Y cuando, antes de la pandemia, se iba a comer, sentaba en la misma mesa a los escoltas y al chófer. Siempre se ha preocupado por las cuestiones personales de quienes trabajan con ella e incluso se refieren a ella como muy 'madre'. Y si te duele la garganta al día siguiente te traerá un jarabe. Y si a un juez le hace falta un disco duro para su trabajo lo comprará de su dinero. Y si tiene que ir a algún sitio, es más fácil que lo haga andando. Encontrarla por el jardín del viejo cauce es habitual. O en la parada de autobús. Entre sus aficiones, el punto de cruz, y aunque parezca que tenga poco en cuenta su imagen, va a la peluquería todos los sábados y se hace una coleta desde su época en la facultad.
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