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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Sábado, 4 de enero 2020, 21:40
Cuando Ruth Abril acabó Derecho sabía que no iba a dedicarse a la parte Procesal, o Mercantil. En realidad, no se veía en un juzgado. No iba con su personalidad, porque a ella le va la marcha, así que dirigió sus pasos hacia los Derechos Humanos, quizás porque se le nota que lo suyo es poner su granito de arena para mejorar el mundo y, de paso, su entorno más cercano. Después de la carrera vino otra, el doctorado, un máster, y así sin parar. Su tesis recibió un premio del Comité Internacional de la Cruz Roja como el mejor libro en derecho humanitario que se había escrito en tres años en inglés, francés y español. Y veinte años después se ha convertido en un referente internacional, centrada en defender a las personas más vulnerables en épocas de guerra, o en la reconstrucción de un país. Mientras, suyas son las iniciativas que se ponen en marcha en la Universidad Cardenal Herrera en el día de la mujer trabajadora o contra la violencia de género, porque ella nunca se detiene.
-Su segundo apellido es Stoeffel. ¿De dónde le viene?
-Mi madre es belga, criada en una cultura germánica de una vida ordenada en la que también ha querido inculcar el ahorro. Pero, además, ella es una persona muy creativa de la que he heredado la imaginación. De mi padre, el estudio.
-Hábleme de ellos.
-Mi padre era profesor de Filosofía y no tenía un sueldo muy holgado, pero mi madre cosía y siempre íbamos vestidos de punta en blanco. Yo admiro a mi padre, que salió de la guerra civil en Alfambra, su casa fue destruida y vivieron penurias; él tuvo que pagarse la carrera descargando del puerto y haciendo traducciones de latín. Mi madre pertenecía a una familia burguesa que había sufrido la Segunda Guerra Mundial y estuvieron refugiados en Francia, pero ella llegó a tener una tienda de alta costura. Imagine que, de repente, conoce a un español, se enamora de él y se viene a España. Pero no a Madrid, sino a un pueblo de Teruel sin calles asfaltadas ni aseos… Mi madre tenía que estar enamoradísima. Y lo deja todo, sola, sin saber el idioma, a encargarse de una familia. Y nunca se ha arrepentido.
-¿Cómo era usted de niña?
-Yo siempre he sido una niña muy creativa, hiperactiva, que no podía parar quieta, cosía vestidos para mis muñecas, les hice una casita. Pero si tengo que hablar de un punto de inflexión en mi vida para mí para mí los scouts. El primer año lo pasé mal, pero al segundo empezaron a darme responsabilidades, era líder, resolvía cuestiones, trabajaba en equipo… para mí fue un aprendizaje inmenso, creo que me salvó la adolescencia.
-Además, muy estudiosa.
-Siempre he sido de hincar codos porque tengo muy mala memoria. Tenía mucha voluntad y trabajaba sin parar. Además, soy de esas personas que se compran muchos libros de cómo decir que no pero no los aplica, así que tengo muchos frentes abiertos, por eso a veces estoy aquí doce horas.
Cooperante en una ONG A Ruth Abril le gustaría irse de cooperante a enseñar derechos humanos a un grupo de mujeres. «Cuando me jubile me gustaría irme con una ONG», dice esta profesora, que ha visto en Togo niñas huérfanas durmiendo en el suelo y los ratones mordiéndoles los pies. Ruth confiesa que disfruta igual dando una conferencia delante de las Naciones Unidas que limpiando platos en un comedor de indigentes. «Y ver que tienen una comida digna».
-¿Recuerda cómo llegó a Valencia?
-Yo estaba en la Complutense, y en aquella época mi marido trabajaba en Zaragoza. Faltó un profesor de Relaciones Internacionales y me llamaron. A él le era más fácil venir a Valencia, porque era ingeniero agrícola.
-¿Cómo se conocieron?
-Imagine que éramos un amor de verano de familias conservadoras... Diez años de novios, con una carta cada quince días, una llamada rogando que no se ponga al teléfono el padre, sin internet ni móviles. Yo me fui un año a estudiar fuera, él también, y después de veinte años de casados, creo que hemos podido hacer tanto por la libertad que hemos tenido.
-¿Se adaptó bien a Valencia?
-Yo vine de Madrid, con un clima tan seco, en 1999, año en el que hubo una gran gota fría. Recuerdo llegar a casa y sentía el pijama húmedo, y yo pensaba: «¿dónde me he metido?». Cortaron carreteras, tuvieron que suspender la circulación de trenes. Una amiga mía, muy chistosa ella, decía: «a ver si nos quedamos sin abastecimiento». Y yo, que soy muy cagueta, cayendo chuzos de punta, me fui a comprar velas, arroz…
-Si hablamos de su trabajo, ha tenido que conocer realidades muy duras.
-Durante mi primer embarazo estudiaba los crímenes penales de la antigua Yugoslavia, y me entraba una llorera que tenía que dejarlo. Hace poco he trabajado la realidad de los niños brujo de Togo, que son expulsados de la familia y torturados. Yo les explico a mis hijos esa realidad y es muy difícil, no lo entienden porque viven en un mundo distinto.
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