![El «estudio sucio» de Elena Uriel, como ella lo define, con una de sus últimas obras, dedicada a los refugiados.](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202002/12/media/cortadas/1422498210-kLrE-U1001320176340UE-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Miércoles, 4 de marzo 2020, 00:56
Cuando Sento piensa la respuesta a una pregunta dirige la mirada hacia el castillo de Sagunto como buscando inspiración entre las piedras que todavía resisten el transcurso de milenios. Cuesta retroceder tanto en el tiempo e imaginar, desde la tranquilidad y la paz del lugar, a Aníbal asediando una fortaleza que fue punto neurálgico del Mediterráneo, y que tienen muy paseada el dibujante junto a su mujer, Elena, sobre todo ahora que han dejado atrás la urgencia del tiempo, llegado ese momento de la jubilación donde uno elige, cada día, qué hacer. Eso sí, desde la libertad limitada que les da el paso y el peso de los años, se encargan de puntualizar entre risas. Sento es Llobell de apellido, dibujante de profesión, artista popular de vocación, uno de los historietistas más importantes de una generación de oro valenciana, de la que han bebido Paco Roca y muchos más, que se jubiló en septiembre pero no ha podido aguantar más de dos meses sin coger, de nuevo, libreta y rotring, sentado de nuevo en una mesa con todo en orden. Hasta sus recuerdos. En la entrevista están presentes los dos, Sento Llobell y Elena Uriel, quien se ha convertido en su alter ego, sobre todo en los últimos tiempos, con quien comparte vida desde que eran prácticamente adolescentes.
-¿Cómo se conocieron?
-Sento. Nos conocimos estudiando Bellas Artes en Valencia...
-Elena. ...en la cola de la matrícula el primer año de facultad. Y, desde entonces, estamos juntos. Después de la carrera, me saqué las oposiciones a profesora y he estado por ahí, en Alhama de Murcia, Alcoy, Nules… Él, entonces, se dejó las clases de la universidad y se convirtió en catedrático consorte, venía conmigo allá donde yo iba y dibujaba en casa.
-¿En qué momento llegaron a Sagunto?
-E. Trabajaba en Nules y vivíamos en un piso destartalado que alquilábamos en el barrio del Carmen de Valencia de nuestra época de estudiantes. Mire cómo era que al tener a nuestro hijo empezamos a buscar a alguien que nos ayudara a cuidarlo y la gente se asustaba, les daba miedo el barrio. Un día, volviendo de Nules, paré en Sagunto. Y treinta y cuatro años después, aquí estamos, encantados.-Dos artistas compartiendo vida.
-S. Yo siempre me he apoyado mucho en Elena, que tiene unos criterios que me gustan más que los míos. Yo confío en ella y siempre decíamos: «a ver cuándo hacemos algo juntos», porque ella estaba con sus pinturas, yo con mis dibujitos. Hasta que, al jubilarse Elena, nos metimos a fondo en la historia del doctor Uriel, su padre. Estuvieron durante varios años y medio trabajando sin parar en un proyecto que ha dado lugar a la historia de un joven médico al que la Guerra Civil pilla en Aragón, una trilogía que ha sido un éxito. «No había noches, ni fines de semana». Reconoce él que se rinde antes, que Elena vuelve y vuelve. «Yo la llamo la perfectita Uriel». Se miran, ríen a carcajadas.
-¿Les removió conocer tan a fondo la figura de su padre, de su suegro?
-S. Ha sido un ejercicio precioso, porque Pablo era un hombre muy especial, abierto, implicado, admirable… El día que lo conocí habíamos ido una panda de amigotes de la facultad a La Coruña. Imagínese, todos peludos, con pantalones de campana, impresentables del todo. Pues lo primero que hizo fue darme las llaves del 1.500 que tenía aparcado en la puerta y mil pesetas para ponerle gasolina. Yo no estaba acostumbrado, desde luego.
-E. Un padre no tiene ni sexo ni edad. Con esta trilogía hemos podido conocer al Pablo que tenía veintidós años, gracias, además, a que él escribió un libro que se llamaba 'No se fusila en domingo', porque él ya había muerto cuando empezamos con el proyecto. Sí recuerdo que cuando ya era mayor quiso volver al monasterio del Puig, donde estuvo preso hasta 1939. Y recuerdo cómo me contaba, durante la visita, cada espacio que transitó durante ese tiempo.
-¿Le hubiera gustado preguntarle más cosas?
-E. En ese aspecto soy muy realista, porque si algo se puede arreglar lo hago, si no ni pienso en ello. Es cierto, sin embargo, que mientras llevamos a cabo el proyecto me surgieron mil preguntas que ya no se podían responder, claro.
-Criarse en un ambiente tan abierto debió ser una suerte.
-S. Tenemos dos ejemplos radicalmente distintos en ese sentido, porque tiene razón: a mí me lo pusieron más difícil que a Elena. En su casa todos eran médicos y que alguien no quisiera serlo podía ser, incluso, una satisfacción.
-E. Mi madre, que era enfermera, siempre dibujó. Es cierto que yo no la vi hacerlo nunca, pero al morir encontré muchos de sus dibujos. En mi casa nos dieron muchísima libertad para que pudiéramos escoger lo que quisiéramos. Es curioso, porque en realidad yo tenía muy claro que iba a estudiar Bellas Artes pero no sabía muy bien ni dónde ni qué era aquello. Sí, dibujaba y pintaba desde pequeña, pero cosas tremendas, ahora que las veo.
-Y se vino a Valencia.
-E. Primero estuve en Francia. Me había ido con mi profesora de francés a pasar un verano y me quedé un año. Llegaron a admitirme en la Facultad de Bellas Artes de París.
-¿No quiso quedarse?
-E. No quería ser francesa. No sentía que era mi lugar; además, dormía en el sofá de una casa, no tenía un espacio propio y cuando acabé el curso decidí venirme a Valencia, donde trabajaban mis hermanas mayores, que fueron de las primeras en abrir el Hospital La Fe.
-S. En mi familia fue al revés. Mi padre me decía: «¿te gusta dibujar? Hazlo en tus ratos libres». Encima tebeos, que no es lo mismo que ser pintor de cámara. Y me proponía: «tú, como el tío», que era médico y que hacía caricaturas en LAS PROVINCIAS los domingos, y que se llamaba Nicasio Mira. «Primero, juez o notario». Con dieciséis años yo estaba en la facultad de Derecho. Llegué a pasar dos cursos preguntándome qué hacía yo allí. A escondidas de mi padre primero me matriculé en Bellas Artes, luego le dije que lo iba a combinar. Mentira, claro. Aquello era otro mundo. Me quedé de profesor de Anatomía Artística en la facultad, y mi padre ahí pensó: «al menos profesor universitario». Pero cuando me lo dejé para irme a hacer tebeos, insistía: «me quieres matar de un disgusto».
-¿Él no se dedicaba a nada que tuviera que ver con el arte?
-S. Mi padre fue industrial, nacido a principios del siglo XX, encima se quedó huérfano… fue una persona hecha a sí misma que tenía un almacén de joyas y le fue bien, pero trabajó mucho.
-E. Tu padre hubiera estado muy orgulloso el día del Prado. Se refiere a uno de sus últimos proyectos, un cómic encargado por el Museo del Prado que relata los doscientos años de vida de la institución. Recuerda otro de sus proyectos emblemáticos, el diseño del Parque Gulliver. «A mí no me interesan las galerías, siempre me gustó el arte popular». Por ese motivo también aceptó hacer fallas, una fiesta a la que ha quedado este año unido su apellido porque una sobrina es la fallera mayor de Valencia. «La recuerdo de pequeña, con sus trenzas», cuenta.
-Han tenido un hijo.
-E. Tenemos, como yo digo, uno y medio, porque acogimos a un niño durante la guerra de Bosnia. Vive aquí al lado, y en verano se va a visitar a su otra familia.
-¿Algún artista?
-S. Arturo dijo que quería estudiar Medicina. Yo hice psicología inversa: «¿Pero tú no querías ser director de cine?».
-E. En el fondo, no seamos hipócritas, respiras cuando te dice que quiere ser médico, porque imaginas que va a tener trabajo, estabilidad, aunque nunca se sabe porque yo estuve colocada antes por Bellas Artes que por Filosofía. Lo importante que es que sea tu vocación.
-¿Tienen miedo al deterioro, al paso del tiempo?
-S. Ahora nos preguntamos qué no te duele hoy, porque no hay día que no tengas una teclita. Dicho esto, no tengo conciencia de viejo. Me jubilé en septiembre y estuve dos meses sabáticos sin hacer nada, pero me aburrí. Me divierto más haciendo dibujitos que viendo obras que, por otro lado, no me gustan nada.
-¿Creen que han tenido suerte en esta vida?
-S. Creo que tenemos suerte y que, además, nos lo hemos trabajado, partamos de la base de que uno de nuestros secretos es que nos admiramos, y eso está muy bien. Qué duda cabe, discutimos mucho, pero juntos nos lo pasamos pipa. También es verdad que el azar ha hecho que no tengamos grandes enfermedades, que nuestros hijos sean gente muy responsable. Todo ayuda.
-E. Hemos pasado por momentos malos, de decir: «se acabó si no tienes un poco de paciencia». Ahora estoy encantada, porque es una mezcla de amante, pareja, hermano, familia… y, además, nos divertimos. Eso sí, manías, un rato. A veces me mira y me dice: «eso que estás pensando no es así». ¡Y es verdad, tenemos wifi! Otra ventaja: no te espera nadie. Por las mañanas abro un ojo, y me pregunto: «¿me quiero levantar? ¿me quedo un rato más? Nos importa todo un pimiento. Esa sensación de estar amortizados es cuanto menos rara, pero por otro lado te da sabiduría. Ahora lo veo todo como desde un dron, si el cuerpo no te duele mucho, porque en ese caso aterrizas de golpe, y te das cuenta de la finitud de la vida.
-Uno relativiza.
-S. Le voy a contar un ejemplo. Tenemos la cocina patas arriba desde hace un mes por culpa de que nos tomaron mal las medidas, que no trajeron el material. Fregamos los vasos en el baño y vamos a comer a casa de la vecina o de mi cuñada. Es muy molesto, pero que sea lo más grave que nos pase.
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