Vuelta a casa (especial veraneo)

La cucaracha muerta en el suelo de la cocina, las revistas del mes pasado -o del trimestre-, la escoba y el recogedor apoyados en la pared a su bola, la cama oficial del perro, unas flores secas, los cristales sucios, el mando del aire acondicionado que no aparece, la tele desintonizada del wifi, enorme, la ropa que no entró en la maleta o en la que no entraste sobre la cama. La lista interminable de mails sin contestar, los libros del cole por recoger, las libretas, bolis y lápices por estrenar, las inscripciones a las extraescolares, la intención de apuntarse a yoga, la recurrente idea de hacer dieta, los dos libros que dejaste a medias, el último aliento de las rebajas, el listado de objetivos, las personas en redes que aseguran que el año comienza tras el verano, los cumpleaños de los Virgo, pedir cita para manicura y pedicura, llenar la despensa.

El único día que sales a pasear por el río (caminar rápido es el nuevo running), las llamadas a tus amigas para ponerte al día, los grupos de whatsApp inéditos de las nuevas clases de tus hijos, el dentista, la limpieza de cara, lavar el coche por dentro y por fuera, la comida familiar del domingo. Los churros, el chocolate, los petardos, las calles cortadas, el himno regional, las floristerías, la Virgen, las falleras, la cabeza de la pensadora, la tormenta, la pólvora, las mascarillas, las vacunas, el toque de queda, las mascletaes, los fuegos artificiales, volver a casa andando desde el Carmen, la humedad, el calor salvaje, el fuego, la cremà.

El lanzamiento de un nuevo reality, la separación de esa amiga, la analítica que no te hiciste en junio, el propósito de reciclar la basura, aborrecer la carpeta de Spotify que creaste en agosto, la grieta en la pantalla del móvil, la última temporada de La Casa de Papel,la sexta ola, el nuevo bar del Cabanyal, la plaga de los teckel, instalarte la aplicación Duolingo para mejorar en inglés, decidir que ya no vas a volver a ver una película doblada, ver una película doblada, las pilas de la báscula, la última comunión de la temporada, sacar las mantas finas, cocinar para varios días.

Pagar la cuota anual de un gimnasio barato, comprarte un sujetador nuevo, aprender la diferencia entre salsa de soja shoyu y tamari, hinchar las ruedas de la bici, las personas que gesticulan al hablar con los Airpods, jugar al Rummikub, cocinar croquetas y comerte una cuando aún está ardiendo, comprar una bolsa de tela con un dibujo del planeta tierra para no usar las de plástico, la señora que da de comer a los gatos del barrio, el colchón sucio abandonado en la acera, las ofertas para viajar en octubre, la vitamina C, la tarjeta SIP, el atasco infinito de la calle Colón, la bombilla fundida, comprar pilas, encender una vela.

Un vino tras el trabajo, volver a darse dos besos, los días que acortan, los andamios, las aceras levantadas, los patinetes eléctricos a toda virolla, la cafetería nueva de la esquina que abre de 06:00 a 23:00, pedir Glovo porque se ha hecho tarde, desayunar en el bar, los vecinos extranjeros, la ropa de temporada, las agendas que empiezan en septiembre, las reuniones sentada en el pupitre minúsculo de tu hijo, los que dicen que el otoño les pone tristes y los que gustan del otoño, las hojas caducas, aquellos que han muerto durante el verano, la primera vez que escribes en un correo 2022, las fotos del veraneo, el pasado, los planes de futuro y el ahora que se cuela, a ratos.