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A escasos de dos kilómetros de Olocau, al borde de una carretera tomada generalmente por ciclistas, el Puntal dels Llops es desde hace siglos un envidiable asentamiento. Hoy lo es para corredores y paseantes a quienes compensa el exigente kilómetro final. Durante décadas fue un puesto defensivo íbero, habitado por una treintena de personas y que tenían la misión de vigilar y avisar ante la llegada de los invasores. Habitado desde el siglo V a.C. y aproximadamente hasta el II de la nueva era, las ruinas de estas construcciones prerromanas son otro aliciente para abordar esos 1.200 metros de sendero empinado, desde el punto en el que iniciaremos la ruta.
Porque como ocurría en la antigüedad, que todos los caminos conducían a Roma, la ruta del Puntal dels Llops puede emprenderse desde distintos puntos. Es más, el Ayuntamiento de Olocau la ha señalizado para arrancar desde el municipio, con lo que tendríamos un par de kilómetros más de caminata o de carrera. ¿Vale la pena? Depende. Al final, iniciando a pie de la carretera que viene desde Marines y Llíria te topas antes con el monte. Tiene más de 'mini' trail que si se sale desde el entorno urbano. Claro está, aparcar en el pueblo tiene el aliciente de, a la llegada, reponer fuerzas con un buen almuerzo. Para gustos, colores.
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Nosotros abordamos el Puntal dels Llops desde el pie de carretera. Está señalizado con carteles, no hay pérdida. Hay un dibujo de un guerrero, barandillas de madera y un camino empinado, parece, asfaltado. Que no os engañen. Es el primer tramo. Enseguida hay que afrontar un sendero sin asfaltar (lo contrario sería toda una barbaridad en pleno parque natural) con 1.300 metros de ascensión, hasta coronar la loma donde se encuentra el asentamiento: 186 metros de desnivel positivo que podemos afrontar en diferentes intensidades.
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Lourdes Martí
Podemos ir de paseo, observando el paisaje, la flora y la fauna, aunque sea con carteles: a pleno día no se nos dejarán ver animales como zorros y jabalíes que habitan en La Calderona. También es posible subir corriendo: Juan Marcos, mi compañero de aventuras, suele acudir al Puntal dels Llops para entrenar de cara a un trail que hará en julio con su hermano. «A veces vengo de trabajar (es enfermero), doy una vuelta, y a dormir», me contaba. Sin jadeos, porque nosotros, hemos de reconocerlo, trotamos cuando llaneaba y en cuanto el sendero picaba para arriba más de la cuenta, caminábamos.
Y una vez llegados al asentamiento, nos paramos a observar las ruinas y el paisaje. De verdad, merece la pena. Hago un inciso, como el nuestro de aquella mañana. El Puntal dels Llops es un plan perfecto para un paseo por el monte en familia. La cumbre invita a observar Olocau y el resto del paisaje panorámico de La Calderona y el Camp de Túria. Las vistas que escrutaban los íberos con temor hace 25 siglos, ahora deleitan a cualquier paseante. Y hay espacio para almorzar o merendar: siempre, eso sí, retirando los desechos.
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Pero si el plan es entrenar, una vez hagamos cumbre, la misión será lanzarnos a un vertiginoso descenso. Nos lo permiten unos senderos seguros, correderos... si llevamos zapatillas adecuadas. De lo contrario, cuidado con los resbalones. Pero con buen calzado, se puede realizar una verdadera contrarreloj, con el aliciente de que en nuestros 4 kilómetros de ruta nos encontraremos con hasta tres segmentos de Strava: podemos testarnos tanto en subida como en el descenso.
Cuando estemos llegando al 75% de nuestro corto recorrido cruzaremos el barranco de Olocau. Reconocible por una flora más de río, pues se trata de una zona en la que en invierno y en primavera es fácil que encontremos agua. La había a finales de mayo e incluso inicio de junio, con alguna charca limpia que invitaba a darse un chapuzón. Nosotros llevábamos un perro como acompañante y él, como podéis imaginar, ni lo dudó.
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Se trata de otro punto donde parar a reflexionar o a pasar un rato si vamos de paseo. Si por el contrario estamos lanzados, es momento de darlo todo, pues nos queda menos de un kilómetro. Ahora ya sí, el terreno es favorable para esprintar, aunque queda una pequeña cuesta, para alcanzar nuestro vehículo y volver, del universo de los íberos al mundo del siglo XXI.
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