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Fermín vuelve a casa. Trabaja en una fábrica situada a las afueras en una localidad de l'Horta Sud. Hace el turno vespertino, por lo que enfila la CV-500 hacia El Perelló, donde vive con sus padres. Son cerca de las 23.45 horas de un día cualquiera de 2018 cuando Fermín ve, bajo los árboles que cubren parte de la vía, un hombre plantado en medio de la carretera. Va vestido con colores brillantes. Fermín aminora la marcha, pensando que ha tenido un accidente. No es extraño que se crucen zorros, patos o erizos, y los conductores pueden pegar un frenazo o un volantazo para evitarlos. Pero cuando se acerca a él, el hombre echa a correr hacia el coche. Cuando está tan cerca que ya puede distinguir sus facciones («nada del otro mundo», contaba esta semana), pisa el pedal del freno a tope pero la figura se desvanece al tocar el capó. Fermín se queda parado en medio del silencio de la noche de la Devesa. Siente que se ha encontrado con lo desconocido.
En los años 90, la CV-500 no dormía. La carretera que cruza el parque natural registraba un tráfico inusitado a cualquier hora del día: las discotecas de la Ruta Destroy, más conocida como ruta del bakalao, que se levantaban entre campos de arroz entre El Perellonet y Sueca, como Chocolate, Barraca o Heaven, eran lugar de peregrinaje para miles de jóvenes. Sin la concienciación actual sobre la seguridad vial, volvían a sus casas en ocasiones en estados alterados. Y el coche se descontrolaba. No hay una estimación de cuántos jóvenes murieron en esa carretera en esos años. Demasiados, en cualquier caso. Los vecinos de El Perellonet y El Perelló, que transitan diariamente por esa misma vía, sienten que algunos de ellos se han quedado atrás.
Basta hurgar ligeramente en las sobremesas de los locales de restauración de los pueblos del parque natural, o preguntar en las colas de las panaderías y los supermercados, auténticas redes sociales de estos gigantes turísticos que dormitan en invierno, para descubrir este tipo de historias. Las cuentan vecinos de las pedanías de la ciudad y de los primeros pueblos de la Ribera. La de Fermín la relata su padre, que no quiere dar muchos más detalles. «No quiero meterme en esas cosas», dice. Pero en la mesa en la que está almorzando sus compañeros sí quieren hablar. Y lo que cuentan a LAS PROVINCIAS dibuja una carretera donde el misterio hace autostop.
Vicent, que no es su nombre real, explica que su mujer tuvo una situación parecida. «Empezó a seguirla un coche, desde la rotonda de El Palmar hasta casi la entrada a El Perellonet. Iba muy cerca y ella no hacía más que acelerar, hasta que se asustó porque iba demasiado rápido. Cuando pensaba que el coche la iba a adelantar, simplemente desapareció», indica. Cuando sus compañeros de mesa le dicen que no se lo creen («no pot ser, Vicent»), él lo jura. «¡El coche se fue!», dice con convicción. Otro correligionario dice que él nunca ha vivido nada, pero sí ha escuchado «cosas raras» en la carretera, sobre todo de noches. «Chirridos y demás, como frenazos», asegura. Cuando el periodista le pregunta si no podría ser un animal, un pájaro o así, él frunce el ceño. «Llevo 71 años aquí, creo que sé lo que es un pájaro y lo que no», gruñe.
No hay testimonios, al menos recabados hasta el momento, de la conocida leyenda de la chica de la curva, esa mujer que hace autostop para desaparecer metros más adelante tras decir que se mató en el siguiente recodo. Está presente en casi todos los puertos, como en El Ragudo, pero no en la CV-500. Las leyendas de esta carretera están unidas, de forma obvia, a los años 90 y al trasiego de la Ruta Destroy. «Por aquel entonces se mató mucha gente ahí. Muchísima», cuentan en la mesa de El Perelló, y el silencio se abate sobre ellos. Los recuerdos de la ruta, auténtico crisol cultural y parte básica del ADN de la ciudad de Valencia al menos en el siglo XX, son difíciles para algunos de ellos.
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Todo parece indicar, así las cosas, que la CV-500 se ha podido quedar impregnada del dolor de quienes perdieron la vida en ella en los años 90. La respuesta no parece fácil de conseguir, pero los testimonios están ahí. Nada ganaban quienes contaron lo que contaron en esa sobremesa de El Perelló. Fermín y la mujer de Vicent llegaron a casa aterrados, convencidos de que se habían encontrado con lo desconocido, pero sabedores, también, de que ni fueron los últimos ni serán los primeros.
Incluso la prensa ha recogido extraños «y horripilantes sonidos» en el lago. En concreto, fue en 1980. «Según informa EFE han sido varias las personas que durante la noche han escuchado terribles alaridos provenientes del bosque de la dehesa. Las personas que los han oído no descartan que estos ruidos sean debidos a orgías desenfrenadas, celebraciones rituales de extrañas sectas, aquelarres, reuniones espiritistas, o una pesada broma de gamberros», indica la nota. «Son numerosas las llamadas a las redacciones de los periódicos valencianos en los que se insiste acerca de la naturaleza de estos extraños sonidos que se escuchaban en la dehesa de El Saler», finaliza. Además, en abril de 2020, el 'cielomoto' que se dejó oír en varios puntos del entorno metropolitano de Valencia también se escuchó en la Albufera. Estos sonidos se escucharon más durante la cuarentena por la falta de actividad industrial y callejera.
Lo cierto es que las leyendas sobre el lago vienen de antiguo. De hecho, en 'Cañas y barro', Vicente Blasco Ibáñez cuenta la historia de Sancha, una serpiente gigante que mató a su amigo, un pastorcillo del lago, queriendo abrazarlo. Se había hecho demasiado grande. La profundidad del lago impide que aparezcan historias como la del monstruo del lago Ness, en Escocia, aunque el tamaño de la lámina de agua es considerable. Apenas hay un metro de profundidad media.
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