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MONICA SILVA

Una luz para los muertos en el Cementerio General de Valencia

EXPEDIENTES X VALENCIANOS ·

Una noble se hizo instalar una bombilla eléctrica sobre la tumba de su hijo para poder visitarlo por las noches

Álex Serrano

Valencia

Sábado, 18 de septiembre 2021, 01:01

«Los cementerios son máquinas de contar historias», dice Mariana Enríquez, la autora que más ha escrito sobre los camposantos en las últimas décadas. Su 'Alguien camina sobre tu tumba' es más que recomendable. En él la escritora argentina recorre algunos de los camposantos más ... importantes del mundo. No figura en el listado el Cementerio General de Valencia, pero no es porque el camposanto del cap i casal, construido a principios del siglo XIX en una zona eminentemente de huerta, no tenga historias ocultas y leyendas más que interesantes entre sus lápidas.

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De desempolvarlas se ha encargado el de siempre, Rafa Solaz. Bibliófilo empedernido y rescatador de algunas historias que ya han pasado por esta sección, como la del barbero de la calle Mayans. La que encabeza esta información no está escrita en negro sobre blanco, pero da explicación a uno de los misterios más curiosos del Cementerio General: el mausoleo con bombilla.

Solaz organiza visitas guiadas al cementerio conocidas como Museo del Silencio en colaboración con la concejalía delegada del Consistorio que dirige Alejandro Ramón. En esos recorridos, siempre hay alguien que mira curioso, a veces hasta pregunta, una bombilla situada en un lateral de uno de los mausoleos más tétricos del cementerio. Es el pabellón de los Risueño Ortiz. Levantado en 1909, con esculturas de José Carreras, incluye varios muertos intentando salir de la tumba mientras el ángel anunciador del Apocalipsis toca la trompeta, como marca la Biblia.

Según explicó en su momento Rafa Solaz, corría la leyenda de que a principios del siglo XX, cuando la luz eléctrica se limitaba al centro de la ciudad y no llegaba, ni de lejos, al cementerio, una mujer que había perdido a su hijo se hizo instalar esa bombilla sobre la tumba para, cuando iba por las noches a ver a su primogénito, supiera cómo localizar la tumba en medio de la oscuridad y el silencio de un cementerio completamente a oscuras. La imagen es tremendamente evocadora: un carruaje negro que cruza los campos del sur de Valencia en dirección a la «ciudad dentro la ciudad» que supone, y todavía lo hace, el cementerio. La mujer, se supone que envuelta en vestimentas negras, recorre el laberinto de lápidas y mausoleos en silencio, mientras los fuegos fatuos provocados por la descomposición de los cuerpos se dejan ver en la oscuridad. Ella los obvia: circula con rapidez hacia la isla lumínica donde sabe que podrá velar a su hijo. Se dice, incluso, que llevaba ropa y comida por si en algún momento el hijo volvía a la vida.

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No sería el primer caso de madre (porque en el siglo XX el heteropatriarcado era aún más fuerte que ahora mismo, si eso es posible) que pierde la cabeza tras el fallecimiento de su hijo. Los marqueses de San Juan tuvieron que enterrar a su primogénito, y el marqués compró un terreno a las afueras de Valencia para montarle un jardín a su esposa y que se entretuviera. Ese espacio debería llamarse Jardín de los Marqueses de San Juan, pero en realidad se llama Jardín de Monforte y es uno de los parques románticos más importantes de toda la ciudad.

Otra historia habla de una mujer que perdió a su hija. Enterrada en el Cementerio General, ella perdió la cabeza. Acudió por la noche al camposanto y exhumó a la niña. Fue descubierta cuando se subió a un tranvía en el centro y la Policía detectó el fuerte olor que desprendía «el bebé» que la mujer llevaba en brazos. No hay constancia de historias de robo de cadáveres en el Cementerio General, aunque son comunes en otros camposantos del mundo, sobre todo en Reino Unido, cuando a principios de siglo, la ciencia aún estaba en pañales y se necesitaban cuerpos para aprender más sobre anatomía y fisiología.

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Tampoco se sabe si en el Cementerio General existía lo que se conocía como «sala de las campanas»: situada en la garita de los vigilantes de seguridad, estaba repleta de campanillas. Se unía con la sala de depósito de cadáveres mediante cables atados a los dedos de los pies de los cuerpos. Había auténtico pavor a que se enterrara a la gente viva, por lo que muchos pedían pasar un tiempo en esa sala para que los enterradores no soterraran un presunto cadáver que, en realidad, estaba vivo. Los cuerpos tienen espasmos después del fallecimiento, por lo que habría que imaginarse la cara del guarda de seguridad cuando sonara alguna de esas campanillas. Eso sí, en el Cementerio General, el lector hará bien en fijarse cuando acuda de nuevo, cerca de la puerta principal, a la derecha en sentido salida, hay un cartel que dice: «Timbre de alarma. Llamar en caso de quedarse dentro del cementerio».

Son algunas pinceladas, pero el General tiene secretos que aún no ha revelado. El estudio de las lápidas, por ejemplo, permitió a Solaz descubrir una historia sobre una joven que murió y su novio, tras ganar la lotería y haberla dejado para irse a Madrid, decidió pagarle una lápida de mejor calidad. Y lo que queda por descubrir en este Museo del Silencio, una de las joyas más escondidas de Valencia.

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