Borrar
Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
El Vips de la Gran Vía, en 2004 JAVIER PEIRÓ
El Vips

El Vips

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 11 de octubre 2024, 10:39

Hola capturadores

A lo largo de mi vida he ido sumando refugios. Esos en los que me siento segura en determinadas situaciones y momentos. Que me reconfortan cuando algo se me desbarata. El caldito de pollo que de vez en cuando busco. En mi caso, en sentido literal, porque cuando me siento vulnerable siempre me apetece algo calentito en casa. O hacerme unas patatas fritas. La música también cumple su papel, porque cuando necesito un poco de cafeína, la sustituyo por el 'Grita' de Vega y cuando lo que busco es melatonina, escucho el 'Norwegian Wood' de Los Beatles.

Pero durante muchos años, cuando la cosa se complicaba por horarios, no quería sorpresas, había que poner de acuerdo a varias personas con gustos distintos para cenar o, simplemente, me apetecía comerme un sandwich sin sorpresas, siempre encontraba un asiento en el Vips. Que tampoco hay que ponerse tan intensos ni tan exquisitos.

Cuando llegué a Valencia, en 2003, para empezar la universidad, sólo conocía esta mítica cadena de restaurantes porque alguna vez había entrado a merendar tortitas en uno de los viajes que los que vivíamos en una ciudad tan pequeña como la mía hacíamos a la capital para comprar algo de ropa o ver algún musical. Así que cuando te cansabas de recorrer todas las franquicias de Inditex, buscabas hidratos con un buen chorro de sirope de chocolate, sentada en un sofá de sky rojo. Pero, mi primer sandwich Vips lo probé en Valencia, en el local que la cadena tiene en la Gran Vía. En la antesala del comedor había un bazar fascinante. Una especie de tienda de conveniencia de esas con las que ahora nos volvemos locos todos los que viajamos a Asia. Objetos curiosos, libros, catálogos de moda, revistas, regalos de última hora, algo de picotear y muchas ofertas, que te permitían hacer la espera mucho más amena o acudir a la tienda para tapar un agujero antes de acudir a un cumpleaños o asistir a alguna cena cerca para la que no habías caído en comprar un detalle. La tienda del Vips siempre era la solución. Además, sus horarios permitían compatibilizar la vida laboral de los periodistas con el ocio, porque el Vips cerraba tardísimo y abría los siete días de la semana. La tienda y el restaurante. Así que podías acudir a comerte un Fundy O'clock o una ensalada César a la hora que fuera y si, encima, se te hacía tarde, podías cotillear el periódico del día siguiente, porque a su tienda era uno de los primeros sitios a los que llegaba el diario que tú acababas de cerrar. Aunque estuvieras de becaria. Así que el Vips te permitía irte tranquila a la cama, porque la competencia no llevaba ningún tema distinto, y encima lo hacías bien cenada.

Además, para alguien de una ciudad pequeña como yo, la carta era casi exótica, porque las combinaciones de sándwiches me parecían una fantasía y las ensaladas con esos aliños sólo las había visto en las pelis. Diría que, después del mixto de Ruiz, los sádwiches del Vips me hicieron hacerme la gran aficionada que soy hoy a los emparedados.

Años después, la tienda de Valencia (y todas las demás) cerraron y los locales ganaron ese espacio para aumentar las mesas. En esa época yo ya ganaba mi primer sueldo, así que ir al Vips los domingos por la noche con amigos se comenzó a convertir en un plan. Sentir ese lugar como un refugio. Como nuestro Central Perk, pero con Coca-Cola light (¿qué fue de ella?) ilimitada. El menú, siempre el mismo. Ensalada Louisiana sin pimiento rojo para compartir y de segundo un Vips Club o el salteado de pollo oriental, en semanas alternas. Ese plato de trocitos de pollo con salsa teriyaki, arroz blanco y anacardos siempre me pareció mágico, sofisticado, y una de mis primeras incursiones en la comida asiática (sic). 20 años después, sigo teniendo los mismos gustos. Aunque ahora lo que retiro es el bacon del sandwich, que me he hecho mayor.

Por aquel entonces llegamos a tener la tarjeta de puntos, donde nos acumulaban las cenas de los domingos para que las del domingo siguiente nos salieran un poco más baratas. Así, nos hicimos muy fieles al local. Y pasó a convertirse en una especie de lugar seguro. No sólo por el ambiente, con mucha rotación. Sino porque la comida siempre sabía igual. No había un mal día. Nunca una hoja mustia en la ensalada. Nuestro Vips era la pura regularidad. Como nuestras quedadas de los domingos. Un refugio frente a casi todo.

Luego, pasó el tiempo y el grupo se deshizo. Creo que nunca he vuelto a pisar ese Vips, porque ni me pilla a mano ni el ambiente de aquellos años ha vuelto a ser el mismo. De hecho, ahora voy poco a estos locales, pero si lo hago, voy al de Nuevo Centro o al del Saler, porque mi amiga Isa dice que son los mejores de la ciudad.

El negocio ha cambiado mucho, la carta se ha ampliado hasta horizontes y combinaciones en las que no me suelo adentrar y los precios, como los de casi todo, ya no son los que eran. Pero el Vips, con sus cosas, sigue siendo un refugio seguro en la jungla de las franquicias. Por no hablar de que sus locales llevan siglos permitiendo hacer una de mis comidas favoritas a deshora, sin miradas raras: la merienda. Al Vips siempre se ha podido entrar a cualquier hora y pedir sólo unas tortitas, un batido o una ensalada tardía. Nadie te mira raro. Nadie te pregunta. Nadie te juzga. Nadie te pone minutos al rato que pasas en la mesa ni te invita a irte. Eso, hoy en día, ya es mucho. Y encima el sándwich Vips Club sigue estando tan bueno como siempre y la segunda bebida sigue siendo gratis. Así que en breve me hago un Vips. Por los viejos tiempos.

El escaparate

Entiendo que estés más liado con el tiempo que los que somos bebedores de Nestea con todo el jaleo de si sigue o lo cambian de marca. Pero hay algo en lo que yo sí puedo darte algo de luz. Si los libros se te han empezado a amontonar, no saber dónde ponerlos y tu voracidad lectora otoñal va a la misma velocidad con la que baja tu saldo en la tarjeta, aqui estoy yo para darte un buen consejo. Busca la biblioteca más cercana a tu casa. Hazte una foto de carnet y creo que una fotocopia del DNi y acuide a hacerte socio. Una vez allí, te darán las claves de E-biblio, la red de bibliotecas digitales de tu comunidad autónoma. Todas tienen una, porque el proyecto es nacional. Con esas claves, podrás entrar en esta web fascinante y coger en préstamo miles de libros super actuales y leerlos en tu kindle, en tu libro electrónico, en tu ipad o en tu ordenador. Viene genial para consultar obras que no sabes si te van a gustar, o para leer fragmentos a los que quieres volver. No sólo eso. Es que también tienen la prensa diaria, revistas, audiolibros y hasta series y pelis de Filmin. Y es absolutamente gratis y legal. Sólo hay que darse un paseo hasta tu biblioteca pública más cercana. Si esto no es el mejor consejo que te han dado este año, ¿qué lo es?

Círculo de capturadores

Esta semana ha tenido dos cosas buenas. Un festivo en miércoles si vivías en la Comunitat Valenciana y la vuelta de mi prescriptora favorita de libros y cada día la de más gente. Así que Carmen Velasco ya está aquí. Y qué bien.

Sé que este libro no va a ser muy leído ni tan siquiera una opción de regalo para la Navidad porque aborda con crudeza una historia dolorosa. Hablo de 'Triste tigre' (Anagrama, 2024), de Neige Sinno. Estremece leer el duro relato de una mujer que sufrió abusos de niña, desde los 7 a los 14 años, en manos de su padrastro. La escritora cuenta su experiencia sin concesiones pero sin amarillismo: regresa a su infancia («Casi no tengo recuerdos de esa época, aparte de escenas de violación. Apenas recuerdo qué hacía en el colegio, quiénes eran mis amigos, qué actividades practicábamos en nuestro tiempo libre»), ofrece detalles de los abusos (escalofriante la escena de sexo anal con zanahorias en la que ella sangra y percibe esa sangre como la prueba que delatará al depredador porque la niña, atemorizada, no va a confesar); narra la supervivencia tras la denuncia y el juicio («El hecho de que yo haya podido salir adelante le quita a mi violador algo de culpabilidad a los ojos del jurado, a los ojos del mundo»); y los fantasmas que perviven siempre tras la dominación sexual. ¿Por qué leerlo? Porque escribir sobre el infierno, como hace Neige Sinno, es una forma de luchar contra él y contra los monstruos disfrazados de personas. Porque una sociedad que es implacable con los abusos sexuales es una sociedad mejor. 'Triste tigre' es una autopsia del mal (el mal cotidiano, familiar, íntimo pero también social) y leerlo no es tanto una elección cultural o de ocio sino un compromiso.

Gat-checking: periodismo de gatos

El sadwich michi LP

Ayúdame: Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Tienes todas las cartas ya enviadas aquí guardadas por si quieres ver el género antes...

Suscríbete: Si has llegado aquí porque alguien te ha hecho llegar esta newsletter, puedes apuntarte para que te llegue la semana que viene a ti. Lo puedes hacer gratis aquí.

Escríbeme: si quieres contarme algo, estoy en marta.hortelano@lasprovincias.es y no sabes la ilusión que me hace recibir vuestros mensajes.

Gracias por leerme

Marta

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias El Vips