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Cristian Reino/J. A. M.
Miércoles, 21 de diciembre 2022, 19:49
El corazón se acelera cuando uno se entera que vive en la misma finca que Miguel Ricart, condenado por los asesinatos de las niñas de Alcásser. Los vecinos sabían que el del primero del número 10 de la calle Aurora, en el centro de ... Barcelona, se dedicaba a la venta de droga. El trasiego de toxicómanos era constante. Un no parar. Pero desconocían que ese hombre de mediana edad que la Policía catalana se llevó detenido el martes por narcotráfico era el 'Rubio', que secuestró, torturó, violó y asesinó hace treinta años a Miriam García, Desirée y Toñi.
Él ya cumplió la pena por el triple asesinato que conmocionó España. Curiosamente, el criminal reaparece en el tiempo en que se cumplen 30 años del episodio más oscuro de la crónica negra valenciana. Las niñas desaparecieron el 13 de noviembre de 1992 y aparecieron muertas y enterradas el 27 de enero de 1993.
Lejos de la deseable reinserción, el delincuente vuelve a las andadas. Al mundo oscuro de las drogas en el que cayó en juventud cuando Valencia era su universo y el desaparecido Antonio Anglés, su compañero de fechorías. Entonces era un consumidor y ahora se le relaciona con el trapicheo. Pero otra vez en la órbita de los estupefacientes. En la ruta de la ilegalidad.
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Al parecer, y desde que abandonó la prisión de Herrera de La Mancha hace una década (fue el 29 de noviembre de 2013), Ricart había deambulado por Francia o Madrid. Allí, en la capital, ya lo identificaron hace dos años en un narcopiso controlado por un grupo de dominicanos.
Pero desde hace un año se instaló en Barcelona, en el Raval. Es esta una zona de contrastes. Se trata de un barrio muy turístico porque está en pleno centro, a escasos 500 metros de las Ramblas, pero al mismo tiempo está muy degradado. Es el espacio de Barcelona con el porcentaje más alto de población migrante. Está lleno de pisos viejos y ocupados y fincas antiguas en malas condiciones.
Y precisamente en una de ellas, vivía el asesino de Alcàsser con otro hombre. Vendían droga. Heroína. Según las investigaciones, la tiraron por la ventana al percatarse de la presencia policial. Antes de la puerta hay una rellano al que se accede abriendo una verja, con una cadena y un candado. Parecen los barrotes de la cárcel en la que estuvo 20 años. «Cuando he visto su foto, me he quedado parada, muerta», afirma una de las vecinas de la finca donde vivía y se dedicaba al trapicheo Ricart. «Al piso entraba gente rara. Sabíamos lo que hacía. Es para ganarse la vida», justifica. El vecino de al lado, estaba harto. Cansado de que clientes buscando drogas llamaran a su piso en el portero automático, en lugar del de Ricart, decidió poner una pegatina en su timbre donde pone «no pulsar». Para que quedara claro que ahí no había que apretar para acceder el narcopiso, uno más entre la veintena que existen en el Raval, según las estimaciones.
En algunos de estos puntos de mala vida, los toxicómanos se inyectan la dosis allí mismo, como en el piso de Ricart. Otros residentes de la zona han tenido sus sobresaltos. Como el de ver a una chica pinchándose a la entrada del edificio o cuando llegaban clientes desesperados con el 'mono'. Tocaban todos los timbres y a cualquier hora del día, aseguran los residentes.
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El movimiento de toxicómanos era muy intenso. Marc Vidal trabajador en una ONG ubicada en los bajos del edificio, asegura que en el tiempo que tarda en fumarse un cigarrillo, llamaban a la puerta del piso tres o cuatro personas. Tenía además clientela fija, señala. Había tratado con él, sin saber quién era. «Se interesó por la ONG, nos preguntó a qué nos dedicamos», asegura.
La vecina del segundo piso dice que Ricart no hablaba mucho, pero le parecía educado. «En ocasiones hasta me ayudaba a subir la compra». El edificio no tiene ascensor. «No se metían con nadie», asegura. Relata que la Policía ya intervino hace no mucho en este lugar por una pelea con una cliente.
Los vecinos también señalan que Miguel Ricart, demacrado por las drogas, solía acudir a un centro social que ofrece ayuda alimentaria a las personas vulnerables. Las colas son diarias frente a este centro, que está a escasos metros del narcopiso.
Está situado junto a la rambla del Raval, con el gato de Botero, un hotel de cinco estrellas, bares de copas y restaurantes paquistaníes en las inmediaciones. En la finca vive gente mayor y también extranjeros. Se da la circunstancia de que en ese inmueble nació el poeta Lluís Gassó, que recibió en 2002 la cruz de Sant Jordi que otorga la Generalitat, como recuerda una placa en la fachada.
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