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Dicen que las grandes ciudades nunca duermen. Bueno, lo dicen de una, pero ya se sabe que, llegado al corazón de una, se llega al de todas. El centro de Valencia sí duerme, aunque poco: uno de los momentos del día o de la semana ... en que descansa es al mediodía de los días entre semana, cuando los turistas dormitan en sus apartamentos o habitaciones de hotel y los vecinos y residentes trabajan o descansan en sus puestos laborales o domicilios. Este jueves a mediodía cae un sol de justicia sobre la plaza del Tossal, con las terrazas casi vacías de turistas. Vivir en Ciutat Vella tiene sus cosas, y quien duerme en la parte más vieja de Valencia necesita motivos muy importantes para dejar lo que en muchos casos es un domicilio generacional.
Es el caso de Carlos. Él vive en la calle Alta, donde su familia posee todo un edificio. Fallero de toda la vida de una comisión cercana, para él salir del barrio es casi «una idea inimaginable». Sabe que con su sueldo, porque es arquitecto, podría vivir en casi cualquier otra zona de Valencia, y quizá en mejores condiciones, pero le ata algo mágico, casi atávico, a las calles donde hace un siglo sus abuelos y bisabuelos fundaron hasta un par de comisiones falleras.
Pero ello no evita que Carlos, en este mediodía antipático, admita que vivir en el Carmen «tiene sus problemas». «He vendido el coche, me desplazo a todas partes en patinete porque es mucho más cómodo. Claro que eso es lo que quiere el Ayuntamiento, y no está mal pensado, pero hay mucha gente mayor en el barrio que no puede hacer lo mismo que yo», reconoce. Además, critica la falta de servicios en el barrio. «Aquí está todo pensado para los turistas. No tenemos centro de salud y eso lo complica todo, de nuevo, sobre todo para los más mayores como mi madre», admite: «Parece que paguemos menos impuestos que los demás cuando muchas veces es literalmente lo contrario».
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En el mismo sentido se expresa Lluís Mira, presidente de Amics del Carme y, sin duda, una de las voces más críticas contra el Consistorio por el trato que dispensa al barrio. «Parece que al Ayuntamiento le compense promover negocios para el turista, por mucho que insistan en las subvenciones directas», comenta Mira, que insiste en que no hay «una política favorable a la implementación de comercio de proximidad». Mira, además, señala que el principal problema del barrio es el acceso a la vivienda: «Hay una falta de vivienda pública alarmante. Faltan 33 por construir». El presidente de la asociación vecinal cree que las actuaciones de Urbanismo son «cosméticas» pero que adolecen de falta «de perspectiva de barrio»
Todo eso ocurre en el Carmen. Pero el centro es mucho más que este barrio, aunque indudablemente es el más emblemático. Al sur de la calle Quart se extiende el barrio del Pilar, aunque aún hay quien lo conoce como Velluters por la presencia en el mismo del Colegio del Arte Mayor de la Seda que durante siglos fue el polo de atracción más importante del barrio. De hecho, la asociación de vecinos se llama El Palleter de Velluters. Su portavoz es María José Volta, que lleva tantos años desgañitándose contras determinados problemas muy vinculados al consumo de droga y a la prostitución en la zona más cercana al Mercat, lo que se conoce todavía, sobre todo en círculos policiales, como el barrio chino, que suspira cuando este diario le pregunta si la situación ha mejorado.
«Qué te voy a decir... la droga ha aumentado, sobre todo en los alrededores de la plaza de Vinatea. Pensábamos que ahí tendrían más cuidado pero la verdad es que no. Eso sí, plaza de Juan de Vilarrasa sigue siendo el epicentro de la droga, vemos pasar todos los días a gente en bicicleta con paquetes que son los 'muleros'», explica Volta, que maneja la misma terminología que los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.
A la Policía le reconoce Volta su labor. «Han cerrado bares y han tapiado edificios y tal, pero las habitaciones donde se ejerce la prostitución siguen existiendo. La Policía lo sabe porque vienen y actúan, pero no es suficiente», comenta la portavoz de El Palleter de Velluters. «También hay prostitución, a las 23 horas se ponen en el parque de Guillem Sorolla. Se vuelven a escuchar por la noche gritos y peleas», explica, cansada, antes de terminar: «Hay un aumento evidente».
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Además de vecinos, en los barrios los tejidos comerciales sirven de sostén cuando casi todo lo demás falla. En Ciutat Vella también, claro. Julia Martínez, gerente de la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico y el Ensanche, explica que ellos intentan «adaptar la oferta para aprovechar el flujo del turismo y revisar los cambios de prioridades de las personas ante la nueva situación tras la pandemia y la guerra de Ucrania». «En comercio todo cambia muy deprisa, pero la velocidad ahora es de vértigo», comenta Martínez. Ciutat Vella, de nuevo, ante el espejo y en una encrucijada donde lleva casi cuatro décadas parada.
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